domingo, 30 de diciembre de 2012

Otros mundos


Ayer viajé al extranjero en Málaga. Estuve un ratito en un país desconocido a diez minutos del centro. Hacía frío, es verdad. Pero lo hacían imperceptible unos músicos estupendos con sus ritmos caribeños. Había variedad de lenguas a mi alrededor. Había jovencitas rubias y adorables y camareros inusualmente uniformados, inusualmente amables. El grupo que actuaba era de música reggae. El reggae es una música muy emocional. Sonaban muy bien los temas propios, y casi mejor los que no lo eran. Todos coreamos Could you be loved o One love, por supuesto. De veras que tuve la sensación de estar en otro país. Todo tan ajeno y tan deseable a la vez. Tan fuera de lugar, tan anacrónica esa música reggae de Bob Marley que tanto nos hizo movernos, agitarnos cadenciosamente con los brazos abiertos en aquellos días. Recordé un documental sobre el músico jamaicano que vi no hace mucho en Canal+. Por él supe que los últimos meses de su vida antes de que el cáncer lo arrasara, los pasó en una clínica en las gélidas montañas alemanas. No salieron fotos de Marley en ese trance. Contaba el narrador que llevó francamente mal la pérdida de sus rastas por la terapia contra el cáncer y no se dejó fotografiar. Yo no dejaba de imaginarme lo estrafalario de aquel personaje tocado con su gorro multicolor y con sus exhuberantes atuendos en medio del sobrecogedor blanco alpino inmaculado. Otra incongruencia más de la vida, pensaba, mientras sonreía. 
Recordé también la novela de mi amigo Rafael Soler que acaba de ser reeditada después de treinta años de su publicacion. El corazón del lobo, se titula. Es una novela extranjera igualmente, otra incongruencia de nuestro sistema literario. La historia que cuenta la novela no es nada del otro mundo. Pero su fiereza narrativa es sobrecogedora. Le escribí un correo electrónico agradeciéndole su envío. Le dije:

Mil gracias por el envío de tu libro. Recibirlo fue una sorpresa agradabilísima, te lo puedo asegurar. Y perdona que no te haya acusado recibo antes, pero es que pensé que era mejor leerlo primero para que no sonará demasiado hueco el agradecimiento. Lo he hecho, por supuesto, y te puedo decir que me ha sorprendido grata, muy gratamente su arriesgada expresividad y su fortaleza narrativa. No sé, pienso que tal vez responda tu obra a un determinado momento en el que era necesaria la exploración de nuevos caminos literarios, tan adormecidos entonces, ¿no? Pues fíjate tú, ahora estamos igual o peor, con lo cual no puede ser más pertinente su reedición, a ver si con libros como estos se logra sacudir tanto polvo acumulado y tanto autor melifluo. Lo más que se me ocurre decirte es que la novela tiene una personalidad apabullante, Rafael. Y eso a pesar de que la historia no sea un hallazgo. Después de todo, los fracasos personales y las decepciones están a la orden del día. Pero tú confirmas gloriosamente (no es coña, ¿eh? :-) una vez más que no hay historias menores, sino modos de contarlas. Me considero afortunado de haber podido leer tu novela. Probablemente vendas dos ejemplares, cuatro como máximo, jejeje, pero la Literatura es esto que tú prácticas, no debemos hacer más consideraciones. 

La verdad es que gratifican enormemente estas excursiones a espacios exteriores. Vuelve uno a su rutina (ay, siempre), pero mucho más ligero sin duda... En cualquier caso, también gratifica saber que hay otros mundos, pero... en fin, ya sabéis...     

domingo, 16 de diciembre de 2012

Nuestros libros en los medios


En el campo, la novela de Hugo Abbati que acabamos de publicar, tiene reseña en El Imparcial. La firma José María Herrera, y tiene toda la razón, desde luego "para degustarla en todo lo que vale, que es mucho, el único requisito es no ser un lector de garrafón". Estoy seguro, pero seguro, de que todos vosotros, mis refinadísimos lectores, la vais a degustar igualmente.



Desde Europa, de César Vallejo, también ha merecido la atención de El Cultural, lo cual nos llega de satisfacción, para qué negarlo. El libro, no obstante, se merece eso y más, no nos engañemos. No hay un artículo flojo en esta recopilación, ni uno. Difundidlo igualmente, mis refinadísimos lectores, difundidlo, os lo ruego. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Tal para cual


El pasado jueves colaboré con un articulito en un monográfico que le dedicó a María Victoria Atencia el suplemento cultural Papeles del Paraíso, dirigido por Cristóbal G. Montilla y publicado en El Mundo. Como sé que ninguno de vosotros lee prensa nacional, que más bien os inclináis por ojear rápidamente El noticiero (edición Huelin) o 20 minutos (edición Portada Alta), pues lo pongo aquí para que lo disfrutéis sin esfuerzo (bueno, siendo honestos, más bien para que lo lea alguien, pues me temo lo peor, lo peor... :-).



Tal para cual

Pensar en María Victoria Atencia supone para mí pensar también en Rafael León. Me es enormemente difícil separar estos dos nombres. Sé que es algo recurrente asociarlos, pelín manido incluso, pues se acepta por todos la formidable pareja creativa que componían. Pero, por encima de ese lugar común, qué quieren, si cuando siendo aún bastante jovencito y nada más empezar a frecuentar su casa cada uno a su manera arreglaba mi continente y mi contenido. ¿Se puede hacer algo, decir algo, pensar algo, ser alguien, una persona normal, me refiero, con el contenido o con el continente descompuestos?  Creo que no. Y eso es lo que hacían, lo que han hecho, todos estos años ellos dos juntos conmigo, recomponerme a mí y a algunas cosillas que yo hacía.
Rafael podía decirme “pon esta letra así”, “sangra esta línea”, “quita ese paréntesis”, “esas comillas son impertinentes”… Y hablarme después de San Pablo y de su caída del caballo, que ni era caballo ni el santo iba montado en la bestia cuando tuvo aquella revelación tan famosa. Versiones apócrifas de traducción perpetuadas, sostenía. Y con esto y lo de más allá yo ya empezaba a intuir, por un lado, que la disposición de las cosas de dentro era fundamental, esencial, para obtener sobre todo esas prodigiosas páginas impresas con las que nos regalaba y a las que pretendía que se parecieran las mías imperiosamente. Pero también, que esa misma adecuada disposición de las cosas no permite transigir con la pusilanimidad a la que tantas veces nos vemos abocados en nuestros empeños.  
En la poesía de María Victoria ahora, iba viendo yo después algunas cosas inquietantes. Hablaba María Victoria en sus poemas, por ejemplo, de Duchamp, de Haendel, de Holan, de Canova, de Venecia, de Praga… (razón por la cual supe más tarde que atrajo sobre sí la atención de los poetas culturalistas…). Comprobaba poco a poco cada vez que acudía a ellos lo que pudiera ser una écfrasis afortunada. También, por contraste, que la sindéresis no es una cualidad demasiado común, desde luego que no, pero que aquí se daba con una frecuencia y una naturalidad pasmosas, fruto tal vez de su delicada inteligencia y de su sensibilidad superior. Pero al lado de estos recursos tan rimbombantes, iba notando que se introducían, como sin querer, qué sé yo, su gata Tulia, un crisantemo, un ascensor, un perro acosado, alguna taza de té, un canastillo de frambuesas… Cosas así, alcanzables, asumibles, insignificantes, las cuales con su imperturbable voz y su perspectiva única conseguía María Victoria elevar a un rango de trascendencia no fácil de imaginar… Entonces es posible que al “gran arte”, pensaba yo, le convenga no hacer explícita nunca la abstracción de la que procede, que no hubiera que hacer explícita la tristeza o la alegría, la fidelidad o el amor; que no haya que ser abstruso, tampoco iniciático…  Que el “gran arte”, en fin, proviene de una actitud, no de una explicación, se produce mejor desde una posición oblicua a través de la cual todas las cosas adquieren su simbolismo, su sentido, esa abstracción que nos conmueve después de todo, etc. Comprenderán que me inquietara, que un jovencito como yo entonces que no sabía lo que era la sindéresis y en el que predominaban demasiadas buenas intenciones más que nada se dislocase con estos argumentos, que incluso llegara a pensar felizmente que era ridícula la melancolía, ese puntito de circunspección que a menudo me acompañaba de acuerdo con mi posición de poeta más o menos en ciernes. Todo se volvía claro, diáfano, sencillo, gozoso en estos poemas. Por qué no, me decía, las pequeñas cosas, por qué no aquellas grandes cosas en recipientes cotidianos. Ya saben, algo de Santa Teresa, sus pucheros… Sí, fue eso tal vez lo que me recompuso. Fueron estas cosas de Rafael y de María Victoria las que adecuaron mi continente y mi contenido, ambas cosas que no pueden ser sino una sola, por eso me acuerdo de los dos, ya digo, cuando pienso en uno.   
Desde entonces yo he imaginado siempre la poesía de María Victoria Atencia como si de una milenaria y maravillosa estalactita poética se tratara. Constante, imperturbable… Es admirable cómo casi con esa misma gota del ritmo incesante que contienen sus poemas puede producirse tan extraña belleza. Del mismo modo también me resulta extrañísimo comprobar que dando vueltas en torno de algo tan simple como el papel pueda levantarse un edificio, qué digo un edificio, una ciudad entera, como el que fue capaz de construir Rafael. La misma constancia, el mismo extraordinario tum-tum irrenunciable…. Tal para cual, eso creo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Ferré


Lo he dicho en público aquí, ya sabéis, un poquito en plan comercial (que no nos viene mal cualquier empujón, desde luego). Pero quería decirlo también en privado:  Juan Francisco Ferré, nuestro querido amigo Juan Francisco Ferré, ha obtenido el XXX Premio Herralde de novela. Ahí es nada. ¡Todos estamos de enhorabuena! Qué más se puede decir. Bueno, sí, que debemos sentirnos verdaderamente orgullosos de él, que gracias a su talento somos hoy algo más felices todos nosotros, pobres mortales, que un galardón así no solo es bueno para el que lo obtiene (dicho sea esto por si algún despistado no hubiera caído en la cuenta)... También que estoy deseando leer el nuevo artefacto que ha construido este escritor admirable (sí, qué pasa, no creáis que lo afirmo por oportunidad, ya lo dejé bastante claro aquí , ¿no os parece?). Esperaré, no obstante, pacientemente esos diez días que tardará en llegar todavía el libraco a las librerías. Luego me lo zamparé, que la pinta que tiene es de rechupete. Ése será mi mejor homenaje, qué duda cabe. Mientras tanto, nos tomaremos una copa, o dos o tres copas, a su salud, nos sobran los motivos... por una vez, hermanos. 
Una aclaración, por último. Sé que le imagen que ilustra esta entrada poco tiene que ver con el asunto, pero, qué queréis, me ha hecho una gracia tremenda buscar algo apropiado poniendo "Premio Herralde" y que entre un aluvión de fotos de Ferré nos salga esta incomparable musa de los ochenta. En cualquier caso, no es por nada, pero fijaos, fijaos bien, un poquito más de pelo, unos rasgos más marcados... Ferré, cariño, te amo ;-)         

jueves, 18 de octubre de 2012

viernes, 12 de octubre de 2012

Mis labores


Dentro de las labores propias del hombre orquesta que parezco en nuestra insigne, muy noble y muy leal casa editorial cuyo escudito tenéis aquí al lado, se encuentra la de leer los originales que nos van llegando. A algún que otro atroz martirio me he visto sometido por esta función, os lo puedo asegurar. Pero a veces, no muchas veces, sí algunas veces, pasa que debo escribir un correo electrónico como el que sigue: 

 
De: Francisco Javier Torres
Asunto: Orlando Furioso
Fecha: 11 de octubre de 2012 00:32:34 GMT+02:00
Para: Paco R 


Muy buenas, Paco.

Acabo de terminar de leer en este mismo momento Leonorilda y, tío, de verdad, estoy absolutamente impresionado. Te aseguro que no recuerdo haber leído antes una obra como ésta, de tan extraordinaria, casi cósmica, energía expresiva. Tremendo Felipe Orlando. Mucho, muchísimo mejor de lo que me esperaba. Me esfuerzo en encontrarle parangón, ubicarlo, reducirlo en fin, pero no se puede. Realismo mágico, había oído. Pero ¡qué va!, es muchísimo más que eso. Un verdadero gozo, un festín literario de primerísimo orden. Para lectores esforzados, eso sí, pero chico, merece la pena la experiencia. Como coronar un 8.000. Cuando lo culminas podrás ver todo el planeta. No se puede pedir más. Y he corroborado lo que decías: imposible aprehender esta obra  con una sola lectura, tal es su anonadante riqueza. Pero no me ha importado, la verdad. He pensado en William Gaddis, el autor americano que no sé si conoces. Pasa igual con él. Tienes que leer, seguir leyendo, no pararte, casi no pensar, no importa que no te enteres a la primera. Como la música, escúchala sin más y disfrútala. Eso es todo. Seguro que al final encuentras tu recompensa. Bueno, no sigo. Ya ves, rendido estoy, como puedes comprobar.

Cuando tú quieras seguimos hablando. De momento, me propongo leer también El perro petrificado. Ya te diré. Son cortitas las dos, en efecto. No estaría de más hacer un solo volumen con ambas, confirmo. Aunque, no sé, no sé, una sobredosis de este destilado puede resultar peligrosísima :-)

Abrazos
Paco Torres

Todo el esfuerzo se justifica en estas ocasiones, todo, todo, todo...

Tomad nota del nombre, Felipe Orlando, ya de paso. Estad atentos...  

martes, 9 de octubre de 2012

Gente que nunca existió





También el libro de Miguel Sanfeliu que publicamos esta primavera pasada nos está generando muchas satisfacciones. Las buenas acogidas se van sucediendo en su torno a medida que se avanza en el conocimiento y la lectura de este libro singular. Todas ellas las ha ido recogiendo el propio autor en su blog. Podéis echarle un ojo aquí, si os parece. La última, en El Cultural de este viernes pasado, la de más alcance, como es de suponer. Esperemos que con ella se produzca la llegada másiva de lectores que sin duda merece este libro... Copio el texto de Care Santos (que dios la bendiga) más abajo por si sois perezosos (sé que sois perezosos) y no os da la gana de hacer ni un solo click más.


Gente que nunca existió

Miguel Sanfeliú

Ediciones de Aquí, 2012. 137 páginas, 13'50 euros

Care SANTOS | Publicado el 05/10/2012 |  Ver el número en PDF
Algunos escritores, como Andrés Neuman, han teorizado acerca de la estrecha relación que existe entre el relato literario y el secreto: tenerlo, guardarlo, saber postergar su revelación, confesarlo con buenas mañas. Todo ello viene como un guante a esta tercera colección de relatos de Miguel Sanfeliú (Santa Cruz de Tenerife, 1962), un libro donde la piedra angular de todas las historias es un secreto, a veces oscuro, que termina por esclavizar a los protagonistas y por erigirse en único actor del drama. Un secreto que algo tiene de tirano.

En su anterior entrega, Los pequeños placeres (Paréntesis, 2011) y en el breve Anónimos (Traspiés, 2009), el autor ya demostró tener pulso firme para crear situaciones inquietantes, donde la realidad y la ficción se entreveraban para formar un mundo literario a veces pariente de lo sobrenatural. Aquí, sin embargo, no reflexiona tanto sobre las dobleces de lo real y lo ficticio como acerca de la doble naturaleza de nosotros mismos, emprendiendo una exploración de nuestro lado oscuro más inconfesable. Lo que se cuenta aquí es, precisamente, esa historia oculta y terrible que todos llevamos a cuestas.

Si es cierto que un cuento debe esconder un secreto, un lector de cuentos debe disfrutar desvelándolo. Sanfeliu les ofrece 22 estupendas oportunidades de hacerlo.






viernes, 28 de septiembre de 2012

Baker


Debo a Martín Arán dos cosas que están resultando de enorme trascendencia para este desarrollo emocional mío que tan descuidado anda últimamente. La primera es que me haya descubierto el tremendo placer que puede uno encontrar saboreando un buen dry martini. En torno a esta rutilante estrella de los cócteles que por él he empezado a apreciar adecuadamente no hace mucho, se van acumulando ya anécdotas memorables. Una de ellas la apunté aquí. Un imposible e inutil periplo nocturno por el centro de Málaga en busca de locales que sirvieran el ansiado brebaje podría ser otra. La última ocurrió hace muy pocos días, cuando en Afterwork, un bar de copas de la calle Strachan, le preguntamos al encargado si servía dry martinis. "Bueno, podríamos, dijo, pero como no sé hacerlos... ahora, si ustedes se lo preparan, yo no tengo inconveniente en servirlos." Alucinamos, claro, pero aceptamos el reto del simpático camarero. Y a cuatro manos, Martín Arán y yo preparamos dos dry martinis con ginebra Seagram's que nos supieron a gloria (casi más que tantísimos otros ya, dicho sea de paso, y a un precio de barrio popular, lo cual se agradece no se sabe cuánto...). 
La segunda infiltración emocional que le debo a Martín Arán tal vez tenga efectos más duraderos. Porque en el fondo, aunque haya quedado fascinado por el dry martini, la sensatez de un trago largo de Lagavulin con muy poco hielo es dificilísimo de superar todavía en mi lista de predilecciones. Tal vez dure más, sí, esta segunda advertencia celeste, se fije más en mi espectro emocional. Tal vez se me quede ya adherida, así es, la música de Chet Baker, la que escucho ahora de un modo distinto gracias a él. Por su intangibilidad tal vez. No sé. Ahora mismo la escucho mientras escribo esto. My funny Valentine, por ejemplo, o That old feeling, o It's always you..., joder, cómo desprenderse de eso ya... Ayer vi un soberbio documental sobre este músico gigantesco. Let's get lost, nada menos, era su título. En una de sus escenas, un pelagatos con aspecto de vagabundo, Chet Baker en realidad, cuyo rostro muestra signos evidentes de haber sido devastado por la turbulencia de las drogas, está sentado a la mesa junto a una exótica morena. Parece encontrarse en una fiesta del Festival de Cine de Cannes y se dirige a la cámara para quejarse del ruidoso público presente en la sala. ¿Para qué han venido, dice, si no son capaces de escuchar mi música en silencio? Luego sube al escenario y solicita el silencio que según él requiere su música. Porque es de esa clase de música, you know...? Enseguida empieza a interpretar Almost Blues. Todos callan: 





Bueno, en realidad le debo a Martín Arán otra cosa más. Porque Martín Arán es autor también de una novela memorable. Una obra de esas que más que una novela es solo (¡casi nada!) pura emoción desde que empieza hasta que termina. Nocturno en el Mery's Bar, le ha puesto por título. Y en ella todos los personajes beben cantidades indecentes de dry martinis y escuchan incansables la música de Chet Baker. Literatura dripping, llama aquí Guillermo Busutil a la clase de escritura que practica este tío. No le falta razón, desde luego, al señalar el arriesgado gozo creativo y desacomplejado que detenta esta novela como credencial más que evidente. Y a mí encima, como ven, me viene resultando bastante útil para el desarrollo personal. En cualquier caso, tengo clara una cosa: dos deudas está bien, tres es ya demasiado. Ésta, por lo tanto, no pienso pagársela... 

martes, 28 de agosto de 2012

Europe


En la Edad Media, la unidad europea se asentaba en la religión común. En la Edad Moderna, cedió su puesto a la cultura (a la creación cultural), que se convirtió en la realización de los valores supremos gracias a los cuales los europeos se reconocían, se definían, se identificaban. Hoy la cultura cede a su vez su puesto. ¿Pero a qué y a quién? ¿En qué terreno se desarrollan los valores supremos susceptibles de unir a Europa? ¿Las proezas técnicas? ¿El mercado? ¿La política con su ideal de democracia, con el principio de tolerancia? Pero esta tolerancia, si ya no protege una creación rica ni un pensamiento fuerte, ¿no resulta vacía e inútil? ¿O acaso podemos comprender la dimisión de la cultura como una especie de liberación a la que hay que entregarse con euforia? No lo sé. Lo único que creo saber es que la cultura ha cedido ya su puesto. Así, la imagen de la identidad europea se aleja en el pasado. Europeo: el que siente nostalgia de Europa.

(Milan Kundera, 1985) 

domingo, 12 de agosto de 2012

Sostiene Pereira

Sostiene Pereira que las razones del corazón son las más importantes, pero también hay que tener los ojos muy abiertos. Me acordé de esta frase de Pereira (de Tabucchi) ayer mientras disfrutaba de un espectáculo de magia en directo. Cuadra a la perfección esta frase cuando ves un espectáculo de magia en directo. Por la tele es otra cosa, la distancia de la tele protege. Aquí sabes, estás convencido de que son trucos, de que te están engañando, eso crees. Por eso mantienes los ojos bien abiertos, vas a descubrir aquí por dónde sale la palomita, por dónde se ha metido la chica en el baúl, cómo ha recompuesto la cuerda cortada hace un instante ante tus propias narices; sabes que esa invitada al escenario forma parte de la compañía... Pero nada, no es posible, no te sirve tener los ojos bien abiertos. No descubres nada. El mago es bueno, brillante, divertido... Entonces te entregas a las razones del corazón y te preguntas algo inquieto, ¿será verdad que existe la magia? 
Acojona, ¿eh?, le digo yo a mi hija pequeña, sin que pueda imaginar ella siquiera cuánta razón contiene este aserto que mis ojos abiertos atemperan... 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Carta (en inglés) a Katherine Dreier

                                           
                                          París, 5 de noviembre de 1928


Sus dos cartas anunciando una posible suspensión de las actividades de la S.A. no me han sorprendido. Cuanto más vivo entre los artistas, más me convenzo de que son unos impostores en cuanto tienen el menor éxito.
Esto quiere decir también que todos los perros en torno al artista son unos timadores. Si ve la asociación que hay entre los impostores y los timadores, ¿cómo puede ser capaz de conservar algún tipo de fe (y en qué)?
No me dé algunas excepciones que justificarían una opinión más clemente respecto al "pequeño juego del arte" en su conjunto.
En definitiva, se dice que una pintura es buena sólo si vale "tanto". Puede incluso ser aceptada por los "santos" museos. Y, asimismo, por la posteridad.
Por favor, vuelva a poner los pies en la tierra y si le gustan algunas pinturas, algunos pintores, contemple su obra, pero no intente transformar a un timador en un hombre honesto o a un impostor (fake) en faquir.
Todo esto debería darle a usted una indicación del tipo de humor en el que me encuentro. Removiendo las viejas ideas de repulsión.
Pero esto es sólo por su causa.
Yo he perdido tanto interés (todo interés) en el asunto, que ya no sufro.
Usted, usted todavía sufre.
Ver Nueva York es siempre un placer pero demasiado caro, y esto incluso si le pagan a uno para que vaya.
Escribiré más. Pronto.
Muy afectuosamente

Marcel Duchamp.

lunes, 18 de junio de 2012

Chotis & Cocido

La verdad es que ni una cosa ni otra hemos tenido, pero aun así no os quepa duda de que le hemos tomado bien, muy bien, diría yo, el pulso a Madrid estos días. Porque como creo que ya sabéis, hemos estado en la Feria del Libro de Madrid. Hemos ocupado la caseta 261 junto a las editoriales hermanas ya El Olivo Azul, de Córdoba, y Traspiés, de Granada. Y hemos disfrutado a más no poder, esto no lo sabéis pero os lo digo ya. 
El fin de semana en que empezaba me fui yo solo primero a Valencia, donde hicimos la presentación en La Casa del Libro de Gente que nunca existió, de Miguel Sanfeliu. Allí nos juntamos unos cuantos. Miguel, mi queridísimo Pepe Cervera y su cuadrilla (Gregorio, José Antonio, Paco), Marian Torrejón (autora de un libro de relatos que a Miguel le gusta mucho y a mí un poco menos), Juan Luis Bedins, el introductor del libro en el acto de presentación... Y al día siguiente para Madrid en coche, donde nos esperaban Pablo Martín Sánchez, firmando ejemplares ya a todo meter de su libro FRICCIONES, y Paco Martín Arán, que lo haría al día siguiente con no menor intensidad en la segunda hoja de su espléndida novela NOCTURNO EN EL MERY'S BAR. David Roas y Juan Jacinto Muñoz Rengel, que está vendiendo una cantidad indecente de ejemplares de su novela El asesino Hipocondríaco, nos esperaban igualmente. Todos juntos nos fuimos a beber una cantidad indecente de jarras de cerveza y a tomar unas tapitas. Miguel Ángel Zapata también vino, y otro escritor más del que no recuerdo el nombre, y Pablo, el editor de Salto de página. Todo tíos, en cualquier caso, me cachis (la novia de Juan Jacinto no cuenta :-), pero lo pasamos..., puaf... Y por la noche más. Ahora con Juan Casamayor, el ínclito editor de Páginas de espuma, Encarni, su mujer, una simpatiquísima granadina, y otra chica más a la que yo le cambiaba el nombre cada vez que la nombraba (¿Azucena, Cecilia, Violeta?). Fin de fiesta de fin de semana en Del Diego, no sé si la mejor coctelería del universo, como diría Martín Arán, pero dignísima heredera de aquella mítica de Chicote. Dos dry martinis allí mientras Manuel Vilas y Agustín Fernández Mallo buscaban acople en vano porque no cabía ni dios. ¡Nos vemos, Manolo!, les grité yo desde la mesa mientras esbozaba una sonrisita maliciosa... Al día siguiente me pasé por la caseta de Visor en la que estaba firmando su libro Gran Vilas. Me lo dedicó y lo pagué. Ojalá me haya perdonado. Y Paco Martín firmó ejemplares de su novela y vendió bastantes, el tío... También firmaron ese día muchas otras estrellas del firmamento literario, pero entre todas ellas brillaba rutilante la de Mario Vaquerizo. Rodeado el prócer de un número infinito de asteroides y desechos cósmicos, no paraba de hacer mohínes y carantoñas a todo el que se acercara con la intención de obtener su rúbrica en la mierda con forma de libro que al parecer ha perpetrado. ¡¿Pero qué coño habrá escrito ese tío?! le preguntaba asombrado un tipo a otro hablando por el móvil mientras yo pasaba... Así es, así es, qué coño habrá escrito, apostillé yo partiéndome de risa...    
Volví a Madrid el último fin de semana de la Feria. Esta vez me acompañaba Fernando. Una incursión más cortita hicimos, pero mucho, muchísimo más intensa. Nada más llegar nos fuimos a La Casa del Libro de la calle Fuencarral, donde nos esperaban Miguel Sanfeliu y Pepe Cervera. Teníamos previsto presentar ahí de nuevo el libro de Sanfeliu. Óscar Esquivias, magnífico escritor y un tipo de veras entrañable, hizo la introducción. Y nos acompañó un grupo de escritores de verdadero lujo, Medardo Fraile, Marta Sanz, Julio Jurado, Miguel Ángel Zapata, y algunos más. Cervecitas y picoteo después todos juntos, algún trallazo de anís seco unos pocos ya, para acercarnos los que quedábamos finalmente al fiestorro que organizan cada año las editoriales del grupo Contexto en el Café Galdós y que se ha convertido en cita obligada para todos los participantes en la Feria. Allí estaba todo dios, tanta gente había que perdí varias veces la cuenta de las personas que me presentaron, escritores, editores, prensa, advenedizos de todo pelaje... Y Herralde, el mismísimo Herralde allí ejerciendo de Sumo Pontífice del sarao. Una gozada. Yo pegué la hebra a base de bien con Alberto, de Sajalín Editores, con Raúl Usón, de Xórdica, y con el responsable (no te digo yo que perdí la cuenta de tanto nombre...) de Libros del Silencio. Y venga whiskys y más whiskys y más cacareo y al final del todo hasta la policía apareció para echarnos de la calle. Lo consiguió ipso facto, desde luego, pero como algunos localillos infames seguían abiertos aún por Madrid, pues, Fernando y yo, en fin, ya sabéis, etc., etc. Tanto etcétera siguió que Miguel Sanfeliu, que firmaba al día siguiente en nuestra caseta tuvo que ponerse él mismo, la criatura, (ojalá me haya perdonado) su cartelito de reclamo y aguantar el duro trance sin un mal refresco que le proporcionaran los igualmente infames editores, no hace falta decir más... 
La tarde del sábado nos vimos en la caseta con Sharon Smith y un montón de sus amigos, con Pepe Hernández, su marido, excelso, pero excelso transmisor de otras realidades y otros mundos apenas posibles, echad un ojo aquí los que queráis comprobarlo. Sharon firmó ejemplares de su libro Luna Walker y estuvo acompañada también nada menos que por Ian Gibson, el autor del prólogo. Joder, tío, Ian Gibson en nuestra caseta, esto es increíble, pensaba yo. Se hincharon de firmar libros los dos juntos, tantos que casi nos salvaron la feria, casi, poco faltó. Ian estaba ufanísimo con su flamante Premio Fernando Lara de novela, es un tipo simpatiquísimo, chispeante, socarrón... Varios periodistas que lo localizaron se acercaron a entrevistarlo. Y de entre otras muchas personas que se acercaron, el más curioso fue un joven andrógino total que después de preguntarle por cuánto tiempo más permanecería en la caseta, corrió hasta su casa en Atocha y volvió en veinte minutos solo para coger la biografía de Lorca y que se la firmara. Yo me quedé estupefacto cuando lo vi de vuelta con el tomazo, descompuesto y sudando a más no poder. Le hice una foto junto a su ídolo y me ofrecí a mandársela si me escribía. Aún no lo ha hecho. A lo largo de la tarde invitamos a Ian a unas cuantas cervezas y cuando íbamos hacia casa de Sharon estuve un buen trecho hablando con él. Nada de literatura, hablamos de whisky. Yo de mi Lagavulin, claro, ¡que no conocía!, él de uno muy raro que yo tampoco, pero seguro que mucho peor, seguro que sí. En cualquier caso, Ian se declaró devoto del Johnny Walker. Y unos cuantos vasos de ese licor cayeron en casa de Sharon, un increíble piso, por cierto, de 400 metros cuadrados en plena calle Atocha con el que Fernando y yo flipamos como lo hizo Sancho en su ínsula Barataria. Y flipamos también con una especie de ritual espiritista que iniciaron Ian y Pepe dando cuerpo tangible en la reunión a los espíritus, nada menos, de Jack Keruac, Paul y Jane Bowles y Williams Borroughs, con los que Pepe había andado bastante al parecer en Tánger y en Nueva York; y a los de Lorca, Buñuel, Pepín Bello o Juan Ramírez Lucas, el último novio de Federico, a los que tanto ha tratado Ian. Embelesados estábamos todos. Y embelesados, risueños, felices y oxigenados y blindados contra las medianías para todo un año nos retiramos Fernando y yo. Para digerir tanto gozo nada mejor, dijimos, que un dry martini en el Del Diego. De nuevo allí. Un dry martini con ginebra Citadelle me tome yo que me supo, tal vez por la euforia, no sé, mejor, mejor, mucho mejor que cualquier combinado que haya tomado en toda mi vida. No digo más. 
Al día siguiente estuvimos toda la mañana en la Feria. Yo hice mi batida por las casetas y me agencié un maletón de libros. Después nos fuimos a comer con mi amigo Jesús Egido, de la editorial Rey Lear, con Eduardo, de Ediciones del viento, con José Ramón, de no sé qué editorial, con María Lara, la directora editorial de Random House, con Angélica, la directora de cultura del diario El Norte de Castilla, y con Javier Cambronero, gerente de nuestra distribuidora UDL, dueño a su vez de los designios que rigen en gran parte de las editoriales independientes de este país. Fabada, varios trallazos de orujo y para casa definitivamente...
Y, tío, de verdad, ahora que lo pienso, ¿yo para qué coño estoy contando todo esto...?     
          

viernes, 15 de junio de 2012

Es desolador...


Esta entrada debería haber sido antes una croniquilla de nuestras peripecias madrileñas en la Feria del Libro. La tengo a medio hacer (como todo en Valencia, ¿verdad, Pepe?). La terminaré, desde luego, y la colgaré para vuestro solaz y mi delectación. Pero antes quiero dejar constancia de mi enorme irritación ante el despropósito que percibo en el periodismo cultural de nuestra ciudad y un poco más allá. La ha provocado un artículo que da noticia de la publicación por esa editorial con nombre de globo terráqueo de una novela  ambientada en Sevilla a finales del siglo XVI. Ya sabéis a qué clase de literatura me refiero. Ocupa hoy casi toda una página del suplemento regional de El País. Y yo me pregunto (con todos mis respetos al duro trabajo realizado "durante años" por el autor de la novela –confiesa él mismo–), cómo un más que presumible montón de mierda en forma de libro puede ocupar tanto espacio en un diario de alcance mientras se ignoran incesante y descaradamente las manifestaciones literarias más genuinas, se obvian de un modo indecente obras de enorme valía que por no tener el respaldo económico necesario no existen sin más. Me pregunto por qué se nos escamotea canallescamente así la bendita posibilidad de elección que deberíamos tener todos nosotros... De pasta, sí, es cuestión de pasta, después de todo, no crean que me chupo el dedo. Pero no deja de ser irritante, mucho, insisto, comprobar que las páginas de cultura de los diarios, y los espacios culturales radiofónicos y televisivos los ocupan siempre los mismos, que en todas y cada una de esas ventanas al publico se asoman siempre los mismos y se dan los mismos productos intragables, es decir, ni humo siquiera, el vacío, la nada de la nada más absoluta. ¿Es que todas, todas ellas están administradas por sumisos ineptos que como el más borrico de los mortales niegan lo que no entienden? Todo indica, desgraciadamente, que así es. Y el panorama en los medios de comunicación de esta capital es más penoso todavía. Mientras todos, todos sin excepción, nos enteramos hace unos días de que Antonio Soler se ha ido a Dublín a celebrar el Bloomsday de pasado mañana, un buen puñado de periodistas culturales pudo saber con la suficiente antelación que ayer se presentó en el Centro Andaluz de las Letras la espléndida (sí, qué pasa) primera novela de Martín Arán Nocturno en el Mery's Bar. ¿Se interesó alguno de ellos? ¿Tuvo curiosidad alguno por averiguar algo sobre el asunto? ¿Informó alguien? Buena parte del colectivo de periodistas culturales de este cortijo malagueño tenía ya el libro en sus manos bastante antes de ayer mismo, incluido el número de teléfono del autor. ¿Lo llamó alguien para ver si había material aprovechable? Tampoco hace falta responder a estas preguntas, claro está, son retórica pura. En cualquier caso, me temo que de haberlo hecho, seguro que se hubiera llevado una indigestión por incapacidad manifiesta de asimilar ciertos argumentos creativos fuera de su alcance. Así que hemos constatado (una vez más) que lo que no sea inane y no venga avalado por un taco de billetes inyectado en forma de anuncios u otras regalías, ya sean políticas o de otra especie, no cuenta. Así que me quejo hoy ya del maltrato institucional mediático alimentado en buena parte por la soberbia de unos cuantos tuertos que disfrutan como gorrinos enfangándose en los lodos de su parcelita de poder, de la miopía, de la estrechez y arbitrariedad de casi todos nuestros periodistas de sobremesa.
Esto no es nuevo. Siempre ha sido así a lo largo de los más de diez años que llevamos publicando libros, siempre nos han tratado igual de mal, y yo que he leído todos los libros que hemos sacado (aunque parezca mentira :-), puedo decir sin temor a errar que hay material ahí para que más de un apuléyico burro literario se domestique adecuadamente. El artículo de hoy no ha hecho más que colmar el vaso. Estoy enojado, así es, y muy cansado. Estoy enojado sobre todo porque cualquiera de los autores a los que hemos publicado merece cuanto menos un poco de cariño y comprensión (mi rendida admiración ya la tienen todos ellos, aunque de poco les sirva) y se empeñan unos cuantos en evitarlo. Es desolador bregar continuamente con tanta ignorancia y tanta mediocridad y tanta mezquindad. Se me pasará el enojo, no obstante, no teman. Mientras tanto, que se jodan...

domingo, 3 de junio de 2012

Y ahora a Madridid


Nos reunimos otra vez en torno a este admirable libro de relatos de Miguel Sanfeliu. Será en Madrid esta vez. Miguel firmará también ejemplares al día siguiente en nuestra caseta en la feria. La 261. Acompañadnos, coño.

domingo, 20 de mayo de 2012

Idea de la claridad


IDEA DE LA CLARIDAD

En ningún lugar el silencio absoluto de la luz, la opacidad negra del mundo. En ningún lugar la noche pura, el universo inverso del ser. En ningún rincón la ausencia acabada de la luz, la noche absoluta, el silencio. En ningún lugar oscuridad pura.

Idea de la claridad: en todo lugar resplandores, presencias. Idea de la claridad: que el ser se dice también y antes que nada como luz, como presencia, como claridad irreversible.

Ser es ser-luz: poder ser percibido, el poder irrenunciable de todo lo que es para ser percibido. La luz de la estrella, cinco mil millones de años después. Todavía, mostrando que ella fué, siendo todavía en ese su «haber mostrado», en ese su mostrar por siempre. Luz pura, flotando en la nada. Imaginad un universo poblado de todas las presencias de lo que ha sido expandiéndose, como las estrellas mismas, hacia los confines más remotos del universo. Claridad ilimitada, trasparencia inagotable del mundo, del ser. Pero atención: claridad, trasparencia –a sí mismo, solo para sí mismo.

ILUSIÓN DE CLARIDAD

Una sóla frase -escribe Canetti- siempre es más clara. La siguiente ya la oscurece en algo. Entonces, ¿aprender a callar rápidamente? ¿decir muy poco? ¿una sóla cosa cada vez? ¿Hacerse aforista? Idea de la claridad: un aforismo vale más que mil imágenes, una imagen más que mil palabras. Un aforismo valdría por tanto todo un libro, todo un tratado.

«Ningún día sin una línea», recomendaba Benjamin. Pero nunca muchas más debemos añadir. Ilusión de claridad: que podríamos hablar por aforismos, decir una sóla cosa. Cada vez. Incluso, que en ella solo se dijera una. Pero todo aforismo -escribió Deleuze- debe ser leído dos veces. Cuando menos. Más amenazador, Nietzsche mismo: «Un aforismo -escribe- cuya fundición e impacto sea los que deben ser no está «ya» descifrado solo por haberse leido: queda mucho por hacer aún, porque entonces la interpretación no ha hecho más que empezar».

ILUSIÓN DE CLARIDAD

Una sóla imagen siempre es más clara. La siguiente ya la oscurece algo.
Entonces, ¿Aprender a dejar de mostrar rápidamente, mostrar muy poco, una sóla cosa cada vez? ¿Minimalizar -la visión? Problema contemporáneo de la claridad: contemplar es «entre el ruido ilimitado de todo dado a la vez», en el horizonte de la complejidad. Ilusión de claridad -la mirada soberana, no distraida. El ojo que soportara cualquier bombardeo sin fatiga, cristalino ante cada visión. Entonces, ¿aprender a dejar de mostrar rápidamente? ¿mostrar muy poco? ¿una sóla imagen cada vez? ¡Hacerse aforista -de la imagen!

IDEA DE CLARIDAD

Una sola imagen, una sola línea, un solo punto, el imposible silencio de la representación -postulado solo como asíntota que señala no un verdadero no lugar, no una verdadera suspensión de la representación. Sino, realmente, solo un reposo a la fatiga de ver, un respiro. Instantáneo. Pero toda imagen puede ser leída cuando menos dos veces. Cuando menos. Y, en efecto, una imagen cuya fundición e impacto sean los que deben ser no está descifrada por haberse contemplado -una vez-: queda mucho por hacer aún, porque entonces la interpretación no ha hecho más que empezar...

(José Luis Brea. En Salón Kritik-Festín caníbal)

martes, 15 de mayo de 2012

De más a menos

Esta semana pasada ha tenido lugar la I Semana de la Poesía en Málaga. Un poco al rebufo del Festival Internacional de Poesía de Granada, es cierto, pero demostrando personalidad suficiente como para constituirse próximamente, tal vez, en genuina iniciativa. Veremos, en cualquier caso. El germen puede que haya sido ahora aprovechar la presencia en Granada de al menos dos de las voces poéticas más relevantes del panorama internacional de la poesía contemporánea y construir en torno suyo el resto del certamen. No es poco, sin embargo, pues la relevancia de Mark Strand y Adonis, precisamente, los cuales han leído sus versos en el maravilloso jardín del Museo Picasso acompañados de los paisanos Luis Muñoz y Raquel Lanseros, lo hace merecedor de todo el apoyo que le podamos dar. Estas dos lecturas supongo que han sido la columna vertebral del evento. Yo no fui a ninguna de ellas, pero la propuesta era altamente  atractiva, desde luego. Sí lo hice el martes. También en el jardín del Museo se celebró la lectura de Olvido García Valdés y de Aurora Luque. Quería saludar a Olvido, sobre todo, y me apetecía escuchar a Aurora. Aparte de que le tengo gran aprecio, Olvido es quizás la voz poética más solida, de mayor alcance y más delicada a la vez de la poesía española actual. Caza nocturna, Ella los pájaros o Y todos estábamos vivos, por el que recibió el Premio Nacional de Poesía en 2007, son libros todos ellos memorables donde se pone de manifiesto a través de la más absoluta materialidad el sentido trascendente de todo lo que nos rodea. Los recomiendo desde aquí enérgicamente. Olvido hizo una pequeña exposición muy clara y muy precisa de su poética y leyó poemas de su recientísimo último libro Lo solo del animal. Su voz sosegada resultó hipnotizante. Y el lugar en el que nos encontrábamos se alió con ella de un modo excepcional. El susurro de la fuente, los cuartos y las medias de la campana de San Agustín y el graznido de los vencejos que revoloteaban provocaron incluso que detuviera su lectura para que todos los que estábamos allí pudiéramos reconocernos en un estado de beneficiosa singularidad emocional, de indiscutible energía poética. Así fue, deben creerme. 
Vino luego la lectura de Aurora. Aurora ha escrito libros estupendos y se ha ganado una justa fama con su remix de clásicos actualizados por la sensibilidad moderna que lleva a cabo en ellos como genuina seña de identidad. Pero no iban en esa reconocible línea suya, no al menos de una manera tan evidente. Leyó poemas inéditos de un nuevo libro que estaba preparando. Crónicas de viajes, dijo, sin excesivo vuelo. Así se percibieron en efecto, faltos de fuerza y deudores en exceso de su narratividad y su intención de conectar con cualquier cosa que fuera la más rabiosa actualidad, tal vez con un no demasiado conveniente aire de realismo sucio. Terminó leyendo textos de autores clásicos que está traduciendo para una antología de poemas gastronómicos que saldrá próximamente en la editorial Acantilado, dejó bien clarito el sitio, eso sí, pero resultaron algo decepcionantes igualmente. Antes, también Aurora había callado cuando las campanas aledañas anunciaron la hora en punto, por una simple cuestión de fuerza esta vez, menos sutil, solo porque hubiera fallado cualquier intento de sobreponer su voz a tanta energía musical, quién sabe si sería quizás lo que le convenía a sus poemas...       
       
Después de este acto se celebraba otra lectura de poetas jóvenes en la terraza del Hotel Molina Lario. No tenía previsto ir, pero decidí acercarme, imbuido ya irremediablemente del todo por los cantos órficos que había escuchado hasta entonces. El ambiente ahí era mucho más informal. María Eloy García, que ejerció en ambos casos de introductora, certificó la impresión al dar paso de forma un tanto alocada a cada uno de los poetas participantes. Tres, Jacinto Pariente, Carmen Camacho y Sofía Rhei. Muy jovencitos los tres, muy interactivos y muy graciosetes, pero faltos de, disculpadme, verdadero calado poético. Todos los textos que se leyeron me resultaron insulsos, me cachis. Algún destello hubo, claro, algún brillo en alguno de los versos que escuché, pero resultaba escasa la cosecha en cualquier caso, me dije, para el rato largo en que permanecí escuchándolos, hasta el final, por aquello de a ver, a ver si... Pero poco finalmente. El lenguaje absolutamente denotativo de los enanitos del bosque de Pariente, las cocinas y los lavabos de Camacho y el azar de Rhei me dejaron indiferente. Rhei regaló un poema y nos dio un cartón de bingo para sortear un libro y leer el poema que correspondiera al número que saliese del bombo. Estaba muy interesada en el azar, dijo. A mí no me tocó el libro, no me quejo. Y el poema que me deparó el azar es el siguiente:

Los ojos del ciervo

Él penso que los ojos del ciervo eran los más
hermosos que nunca había visto, y los deseó para sí,
creyendo que todas las mujeres caerían a sus pies.
Al día siguiente, desperto con los ojos del ciervo, y
huyó aterrado de sus compañeros de caza.
(inédito)     

De más a menos fue la cosa, pues, a mucho menos.

Tengo que decir, sin embargo, que buscando por internet a estos tres poetas jóvenes he encontrado en sus blogs altas dosis de creatividad, me han interesado mucho,  los trabajos e iniciativas que emprenden Carmen Camacho y Sofía Rhei, sobre todo,
bastante más de lo que pudiera haber imaginado tras escucharlas la otra noche. Echad un vistazo aquí y aquí, veréis que imaginación no les falta. No sé, quizás esa poesía otra que pretendemos todos pase por ellas, quién sabe... Offerre beneficium dubium.

sábado, 14 de abril de 2012

Frictions Tour return

Qué os creíais... quedaba aún lo mejor del Frictions Tour, el fin de fiesta. Será el próximo miércoles 18 en el CAL. El toque estará a cargo del virtuoso guitarrista José Luis Amores, el primero que dio la voz de alarma sobre la diabólica naturaleza de este artefacto literario de Pablo Martín Sánchez. Todos nuestros palmeros están convocados igualmente. No deben faltar. No hay excusa.

domingo, 8 de abril de 2012

Lost i-phone









Eduardo, estoy seguro, tuvo que hacer esa llamada mientras

lo esperábamos. Tenía que fallar para eso su Seat Altea,

seven years old pero todavía en buen estado,

decidir no arrancar exactamente entonces,

en ese fatídico instante previo a la llamada en que me lo anunció,

para que pudiera yo ver por última vez mi adorado i-phone 4S.

Estoy seguro de que tenía que ser así

por lo mismo que fue irremediable pensar en acercarnos a San Roque

y no quedarnos en El Trasmallo toda la tarde.

O ir a Torreguadiaro tal y como decidimos un mes antes

para pasar los días de fiesta de la Semana Santa,

que este año cayó

diecisiete días después de que cobrara mi paga extra

y pudiera cumplir el deseo largo tiempo acariciado

de tener mi i-phone 4S a buen precio.

Porque mi trabajo es una mierda pero tiene muchas pagas extras.

¿Por qué aceptaría yo este trabajo de mierda

si lo que quería de verdad era ser revolucionario?

De haberlo sido en serio seguro que no hubiera deseado tanto tener un i-phone 4S.

Ah, si hubiera sobrevivido el Ché,

o si Julian Assange se hubiera comportado como debía,

o si hubiera estado yo en Nicaragua a principios de los 90…

Hubiese vuelto, claro,

pero convertido en alguien que no desea de esta manera un i-phone 4S.

A lo mejor no habría Semana Santa incluso si hubiera triunfado el Ché,

y yo no hubiese ido a Torreguadiaro

a pasar los días de fiesta con mi amigo Eduardo

y a gastarme gran parte de mi paga extra.

Tampoco me hubiese puesto esa rebequita marrón tan mona

que me regaló Carmela el día de san Francisco Javier

en la que guardé mi i-phone 4S muy poco antes de la tragedia.

Y tal vez no estaría sufriendo ahora tanto.

Mi tristeza es enorme, de ex revolucionario.

Para consolarme conecto a veces este nuevo Samsung Galaxy Ace S5830,

pero no es lo mismo,

porque sé que no le llega al i-phone 4S ni a la suela de sus zapatos.

viernes, 30 de marzo de 2012

CUENTISMOS Y ESPEJOS


José Miguel Desuárez habla en Radio Andalucía Información sobre CUENTISMOS Y ESPEJOS, el libro de relatos que le hemos publicado recientemente y que tan buena acogida crítica está teniendo. Os pongo aquí el enlace, por si tuvierais un ratito para escuchar la entrevista. Sus mejores momentos se producen desde luego cuando Paco Aguilar no interviene, descansa :-). En cualquier caso, no debéis perdéroslo, el libro, digo. Hacedme caso. Solo ya el relato lipogramático que contiene vale por unos cuantos volúmenes altamente nutritivos de la mejor literatura, de la de verdad, de la que nos gusta, no me cansaré de repetirlo.

martes, 27 de marzo de 2012

La lectura feliz


"El crítico literario juzga una obra que no podría crear, e incluso según testimonio de las censuras fáciles, una obra que no querría hacer. El crítico literario es un lector necesariamente severo. Volviendo del revés como un guante un complejo que el uso excesivo ha desvalorizado hasta el punto de penetrar en el vocabulario de los estadistas, podría decirse que el crítico literario, que el profesor de retórica, que saben siempre y juzgan siempre, tienen un simplejo de superioridad. En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos ni releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado con mucho entusiasmo. Mientras el orgullo suele desarrollarse por lo general en un sentimiento avasallador que pesa sobre todo el psiquismo, la punta de orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen, es siempre discreta, secreta. Está en nosotros, simples lectores, para nosotros, únicamente para nosotros. Es un orgullo de cámara. Nadie sabe que revivimos, leyendo, nuestras tentaciones de ser poetas. Todo lector un poco apasionado por la lectura, alienta y reprime, leyendo, un deseo de ser escritor. Cuando la página leída es demasiado bella la modestia reprime ese deseo. Pero el deseo renace. De todas maneras, todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas le conciernen."

(En La poética del espacio, de Gaston Bachelard)

domingo, 11 de marzo de 2012

La invención de Hugo


Adoro a Scorsese desde hace mucho, desde que vi una película suya por primera vez, After Hours, en el cineclub universitario hace veinticinco años o más, una película fresquísima, disparatada, diferente a cuanto había podido yo ver hasta ese momento, y en la que me regocijó enormemente encontrarme, aunque fuera solo de pasada, con mis viejos amigos Cheech y Chong. Luego vinieron, en mi orden cronológico, Taxi driver, Toro salvaje, y un largo etcétera de todos conocido, con paradas especiales en Uno de los nuestros o Casino, sin olvidar El color del dinero, su magnífica continuación de la inmensa El buscavidas, de Robert Rossen. Scorsese es un maestro siempre estimulante, siempre soberbio, arriesgado y único en sus planteamientos cinematográficos. Ahora he visto La invención de Hugo y he disfrutado de nuevo con su cine, he disfrutado tal vez como nunca.

Confieso que alguna reticencia tenía con esta película. Por lo común, las tengo siempre con las películas que apabullan en los Óscar, y con las que nos publicitan en la tele más todavía. En este caso había que añadir que, como me dijo un amigo, 3D+niño no puede ser igual a Scorsese. Pero he ido a verla de todos modos. He ido a verla entonces por ser de quien es, más que por lo que me pudiera seducir su propuesta de antemano. He llevado a mi hija conmigo, eso sí, como para justificar un posible resbalón, como para protegerme y poder decirme llegado el caso que después de todo era solo una peli para niños. No imaginaba, no podía imaginar que desde la primera secuencia todas y cada una de mis reticencias se disiparían. Así ha sido. Y a la vez que iban diluyéndose, una enorme sensación de gozo, de entusiasmo por lo que veía se fue apoderando de este descreído espectador.

Puede ser que el acordeoncito parisién de su banda sonora moleste a ratos, o que algunas de las subtramas nos recuerden el edulcoramiento de ese producto que se ha dado en llamar cine familiar, lo cual sin embargo Scorsese, sabio como es, resuelve sin detenerse en ellas ni un segundo más de lo necesario. En cualquier caso, nada de eso importa en absoluto cuando se nos adentra en el maravilloso mundo alternativo, y nuestro gracias a la tercera dimensión, de los relojes mecánicos de la Estación de París, donde malvive Hugo manteniéndolos en funcionamiento sin que nadie lo sepa y obsesionado a la vez por reparar un antiguo autómata que, está convencido, le transmitirá un importante mensaje de su padre muerto. Poco importa eso a medida que vamos descubriendo quién es ese viejo que pasa su tiempo en un casi ignorado quiosco de juguetes; cada vez que el “inquietante” administrador de la librería de la estación (Christopher Lee, nada menos) le indica a Isabelle el lugar exacto en el que se encuentra cualquier libro que le interese. Poco importa, insisto, cuando nos vamos percatando de lo enfermo de cine que está Scorsese, del profundísimo y emocionante homenaje a George Meliès, el padre de todo esto, que encierra la película y que es su esencia. Yo creo además que el homenaje explícito se continúa de un modo tal vez menos obvio en el hecho de haber rodado Scorsese esta película con las técnicas estereoscópicas más actuales, que este método no obedece a razones de espectáculo ni de oportunidad comercial. De hecho, no es la tercera dimensión en sí misma lo que da razón a la película, como es habitual. Muy al contrario. Lo que de verdad creo que pretende llevar a cabo Scorsese con esa técnica es precisamente lo que Meliès quiso hacer en las suyas, lo que consiguió en muchas de ellas de un modo tan rudimentario, como si fuese ésta de Scorsese su continuación lógica, como si fuese el propio Meliès quien la hubiera hecho. Ahí creo que reside gran parte de la grandeza de esta película. Y si se añade a esta propuesta técnica la enorme capacidad de sugestión narrativa que contiene, toda la “magia” de que hace alarde, tendremos resuelta la ecuación, que no es otra según creo que la de plantear el cine como totalidad, como artefacto de relojería al fin y al cabo por medio del cual nuestros sueños, cualquiera de ellos, pueden hacerse realidad.

Es un film nostálgico sin lugar a dudas, una evocación tal vez algo melancólica de los grandes, grandísimos pioneros de este arte inigualabe, muchos de ellos aún hoy no superados. Y cierta evocación nostálgica también hay de la mejor Literatura de aventuras de todos los tiempos (la peli narra a su vez una aventura maravillosa), e igualmente nos recuerda con algo de tristeza el maravilloso mundo de los libros tal y como los hemos conocido siempre, sugiriéndonos buscarles un hogar donde puedan continuar su existencia. Pero tampoco es lo importante. “Vengan y sueñen conmigo”, dice un Meliès pletórico ya recuperado de sus largos años de anonimato voluntario. Tal vez sea esa irresistible llamada lo que para mí más importe de la película. Vayan y sueñen entonces, amigos, háganme caso, y déjense llevar por esta nueva maravilla que ha creado Scorsese para regocijarnos con un esperanzador chute de imaginación que ilumine (aunque sea un simulacro) nuestra tantas veces mustia parcelita vital.

Les dejo con una peliculita de Meliès. En la de Scorsese se proyectan varias. Son una gozada, de verdad que sí.



miércoles, 29 de febrero de 2012

Elogio del Carrefour


Dije que El mapa y el territorio de Houellebecq no era una novela de escritura en la que la principal virtud es su lenguaje. Nunca ha escrito Houellebecq novelas de esa clase. Que su valor había que buscarlo por tanto, más bien, en el estímulo intelectual de sus planteamientos sociológicos y emocionales, en su enorme capacidad para representar, con acierto, según mi opinión, y mediante métodos artísticos el desencanto de esta sociedad nuestra posindustrial en que habitamos, donde las relaciones familiares y laborales, el amor, el sexo, el arte, la cultura, la industria incluso (si existiera), son de una banalidad exasperante, están cargadas ya irremisiblemente de una superficialidad desalentadora, extremadamente difícil de comunicar, por otra parte. Que se podía estar de acuerdo o no con Houellebecq en su desolador diagnóstico sobre el futuro y las miserias del ser humano occidental, pero que su formulación obedecía a una extraordinaria lucidez y a un arrojo y a una enorme sensibilidad para captar a través de la creación las inquietudes de esta sociedad hiperdesarrollada, de lo cual muy muy pocos autores contemporáneos, apostillé, pueden presumir, aparte de Foster Wallace, claro está.
Dijeron que este tipo de literatura que practica Houellebecq no interesaba, que todo lo más la obra podía pasar por un exhibicionismo entretenido, que al contrario de lo que yo pensaba, era una novela de escritura, pero de escritura mala; que era el colmo que un autor de la categoría que se le supone al francés se hubiera dedicado a saquear la Wikipedia; que no tenía imaginación ni alcance intelectual, que para ensayo sociológico ya estaba ahí Richard Sennet abordando con mejor suerte en su obra La corrosión del carácter lo que Houellebecq plantea a propósito del valor de las manufacturas y el artesanado. Que la novela nos llega y se vende solo por la dimensión pública que ha adquirido el epatante personaje que se ha creado su autor y que, por tanto, no es más que otro producto comercial dispuesto para el consumo rápido de lectores incautos.
Creo que alguien dijo también que El mapa y el territorio no le había gustado nada porque los personajes no desprendían la calidez que les demanda en sus lecturas, que apenas había trama, que no era ni entretenida la novela, vaya, más bien todo lo contrario. Y alguna escena se le reprochó a Houellebecq por resultar, así se dijo, "poco creíble", refiriéndose sobre todo a la de la confesión que Jean Pierre Martin le hace a su hijo Jed en la última cena navideña en que se reúnen.
Dije que tal vez no fuera acertado valorar como un defecto el que la prosa de Houellebecq no se pareciera a la florida de Michon, por ejemplo, a la de Álvaro Pombo o Antonio Soler, sencillamente porque su objetivo no era impresionar(se) con alardes fraseológicos, sino poner esa prosa al servicio de lo que se quería contar, hacerla eficaz como vehículo de comunicación más que como fin en sí misma. Y sé que con esta cuestión hay mucha tela que cortar, pero estoy convencido de la pertinencia de este modo de proceder cuando la estructura superior de lo que se cuenta prevalece sobre los microorganismos lingüísticos del modo en que se cuenta (lo cual no quiere decir de ninguna manera que se transija, eso nunca, con el descuido, el desaliño, etc., aunque no sea el caso, desde luego). Sobre lo de Wikipedia no dije nada, me limité a sonreír. Sobre lo del exhibicionismo entretenido sí, y no solo yo ya. Advertimos algunos de que eso que llamaban exhibicionismo entretenido, ese ejercicio de autoficción que desarrolla Houellebecq aquí introduciéndose en la narración e inmolándose en ella de un modo brutal, no era, no es, de ninguna manera una concesión autocomplaciente a cierta moda, antigua por lo demás, instaurada con mayor alcance por Philip Roth o J.M. Coetzee y seguida por tantos otros. El personaje que el Houellebecq autor crea con su propia identidad no puede contener más sarcasmo, más autoparodia, no puede ser más grotesco, más hilarante en ocasiones, más lastimoso casi siempre. Tal vez no se dieron cuenta en ese momento de que mofarse de ese modo tan despiadado de uno mismo entraña cierta dificultad, requiere cierto valor. Es, en cualquier caso, signo inequívoco de lucidez e inteligencia.

Por lo demás, discutimos también, claro está, sobre si El mapa y el territorio era un producto artístico o un subproducto comercial. No hubo acuerdo. Aunque parece que sí en lo que respecta al derecho a unas ventas aceptables que permitieran al autor sobrevivir al menos con el resultado de su esfuerzo. Me pareció a mí además que sobrevolaba la idea romántica de que pocas ventas equivalían a excelsitud artística y muchas o bastantes a basura comercial. Deberíamos revisar esto, sugerí. Sobre la vocación "histórica" de Houellebecq también discutimos, sobre si alguien que leyera sus novelas dentro de cien años podría o no hacerse una idea más o menos precisa del carácter de nuestra sociedad actual. No se leerá dentro de cien años, dijo alguien. Ya lo veremos, dijo otro con una sonrisa pícara en los labios. No se ocupa Houellebecq de las verdades universales y sin tiempo que pudieran garantizarle un lugar entre los clásicos del futuro, como hacen o han hecho nuestros clásicos de ahora, dije yo por último. O sí, según como se mire. Pero su valor más evidente no está en escribir de ese modo, con ese fin. Lo que de veras estimula del francés es que escriba en riguroso presente y trate de explicárnoslo. Muy pocos autores hay que se expongan a tan arriesgado propósito. Muy muy pocos que lo consigan de un modo artístico tan satisfactorio.
Uf, y me dejo tantas cosas. De todas maneras, no sé después de todo si alguno de nosotros ha entendido la novela poco o la ha entendido mucho. Lo que sí creo que quedó más o menos claro fue que es posible ser hoy razonablemente feliz si se tiene un Carrefour bien surtido cerca...

domingo, 19 de febrero de 2012