domingo, 16 de enero de 2011

Contrapunto, de Don DeLillo

Dice Ramón Buenaventura en la introducción a este librito de Don DeLillo que él mismo ha traducido, que Contrapunto es un poema de arte moderno donde no hay ni una sola frase improcedente, que el texto al completo se nos junta en una meditación ajena a la lógica, atenida sólo a la lógica natural de las sensaciones, la única auténtica, la única –apostilla– que funciona en la vida real. Inmediatamente después de terminar de leer este opúsculo del maestro americano uno constata lo atinado que estuvo el maestro español en sus observaciones. En Contrapunto plantea y reflexiona sutilmente DeLillo sobre el exacerbado "autismo" de tres de los "monstruos" artísticos más destacados del siglo pasado, sobre esa irrenunciable y terrible a veces y tal vez inevitable tendencia suya al aislamiento y a la introspección que propició sin duda varias de las cimas más altas del arte de nuestro tiempo (de todos los tiempo, vamos). Nos habla de tres personajes reales, de Thomas Bernhard, Glenn Gould y Thelonius Monk; y nos habla también de Atanarjuat, el contrapunto en la ficción de todos ellos. Juro que me mareé al ver yo reunido aquí semejante elenco: los genios a los que atiende DeLillo, el autor de este libro (él mismo un genio) y el protagonista de una de las películas más emocionantes que he visto en los últimos años, y sobre la cual ya hablé yo aquí. Y llama poderosamente la atención que se refiera a ellos no directamente, sino interponiendo sus propias ficciones. Utiliza El malogrado para rastrear al propio Bernhard en la voz del narrador, o en Wertheimer, el amigo aniquilado por el genio de Gould (cuando tuvo –dice Bernhard en una de sus gracietas– la mala fortuna de pasar hace veintiocho años por el aula 33 del segundo piso del Mozarteum, como recuerdo, exactamente a las cuatro de la tarde y escuchar el Aria de las Variaciones Goldberg), o en el personaje Gould. Cuando se refiera a los otros dos, lo hará DeLillo a través de la ficción que sobre ellos construyen los documentales (o casi) Treinta y dos cortometrajes sobre Glenn Gould y Straight No Chaser, donde vemos a un enajenado Thelonius Monk dando vueltas sobre sí mismo en "una variante bop de la danza derviche", oyendo tal vez lo que otros no oían (Monk sabe, Monk sabe, dicen que murmuraba tras estos éxtasis). ¿Es para DeLillo éste, paradójicamente, el único modo de alcanzar su objetivo, de atrapar la inaprehensible verdad y toda la fuerza creativa que encierran en sí mismos unos genios de ese calibre? Todos ellos se dirigen de un modo u otro hacia el Ártico (pudiera ser que hacia el arte y la belleza inalcanzables, aniquiladores..., viene a decirnos DeLillo), hacia esa tierra de hielo que es la nada tal vez. Nos abandonan tratando de restablecer su extremado sentido del aislamiento, se van. Bernhard, o el narrador anónimo de su novela, o Wertheimer, su protagonista han subido alguna vez a la cumbre nevada de la Montaña de Monk a precipitarse al vacío desde su altura. Glenn Gould dejó de dar conciertos públicos y se recluyó en Cánada muy cerca del Ártico, aunque nunca cruzó la línea que lo delimitaba por miedo a volar. Experimentando allí con las posibilidades de la música grabada, realizó un documental titulado The idea of North, en el que "cinco personas hablan en contrapunto sobre la potencia y el aislamiento del Canadá profundo". Thelonius Monk gustaba de lucir gorros polares en sus conciertos y un buen día, seis años antes de su muerte, dejó de tocar... Grandes genios todos ellos que se atrincheran frente al mundo, como dice Vila-Matas en su artículo sobre este deslumbrante ensayito. A Atanarjuat en cambio lo vemos "realmente" correr desesperadamente por el Ártico helado huyendo hacia sí mismo y perseguido por la muerte, por la aniquilación... Y hay un momento muy significativo en esta parte que habla de la película esquimal, ella sí una ficción propiamente dicha, a diferencia de las anteriores ficciones sobre una ficción. En uno de sus comentarios DeLillo deplora que en la secuencia final aparezca todo el equipo de grabación haciendo su trabajo, como si le hubieran arrebatado todo el misterio “real” que ha estado experimentando con el espectáculo y lo hubieran desprovisto así de su función esencial, como si esa vuelta a la “realidad” le hubiera ocasionado una desagradable caída en la cuenta de la ficción en la que hasta ahí se había mantenido gustosamente inmerso…

En cualquier caso, sobre todo esto que comento, DeLillo formula en Contrapunto varias cuestiones esenciales diseminadas a lo largo de sus páginas y que le prestan ese halo poemático al que se refería Ramón Buenaventura:

-¿Que ocurre cuando la introspección desarrolla una densidad que borra el mundo a su alrededor?
- ¿Cuánto podemos acercarnos al yo sin perderlo todo?
- ¿Qué podemos dejar atrás que se agarre a la memoria terrenal?

Y otro maravilloso contrapunto se añade al final, cuando evoca el autor a las naves Voyager I y II surcando el espacio profundo y portando, entre otros objetos, una grabación de Glenn Gould interpretando un breve preludio de Bach. Un mensaje también:

Somos seres inteligentes, versados en matemáticas y capaces de organizar una secuencia coherente de sonidos en el tiempo, para crear una composición unificada, llamada música, una forma de arte cuya verdad, oficio, originalidad, y otras indecibles propiedades, proporcionan una cualidad de placer trascendente, llamada belleza, a la mente y los sentidos de quien escucha.

Éste es el mensaje a quienes estén ahí fuera, a una distancia que sólo la muerte puede medir, dice DeLillo, en su carrera hacia el Ártico, en su dilema entre permanecer o extinguirse...