domingo, 26 de octubre de 2014

EL MUNDO DE AYER (Stefan Zweig)


Para los hombres de hoy, que hace tiempo excluimos del vocabulario la palabra «seguridad» como un fantasma, nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz. Nosotros, que en el nuevo siglo hemos aprendido a no sorprendernos ante cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva, nosotros, que todos los días esperábamos una atrocidad peor que la del día anterior, somos bastante más escépticos respecto a la posibilidad de educar moralmente al hombre. Tuvimos que dar la razón a Freud cuando afirmaba ver en nuestra cultura y en nuestra civilización tan sólo una capa muy fina que en cualquier momento podía ser perforada por las fuerzas destructoras del infierno; hemos tenido que acostumbrarnos poco a poco a vivir sin el suelo bajo nuestros pies, sin derechos, sin libertad, sin seguridad. Para salvaguardar nuestra propia existencia, renegamos ya hace tiempo de la religión de nuestros padres, de su fe en un progreso rápido y duradero de la humanidad; a quienes aprendimos con horror nos parece banal aquel optimismo precipitado a la vista de una catástrofe que, de un solo golpe, nos ha hecho retroceder mil años de esfuerzos humanos. Sin embargo, a pesar de que nuestros padres habían servido a una ilusión, se trataba de una ilusión magnífica y noble, mucho más humana y fecunda que las consignas de hoy. Y algo dentro de mí no puede desprenderse completamente de ella, por alguna razón misteriosa, a pesar de todas las experiencias y de todos los desengaños. Lo que un hombre, durante su infancia, ha tomado de la atmósfera de la época y ha incorporado a su sangre, perdura en él y ya no se puede eliminar. Y, a pesar de todo lo que resuena en mis oídos todos los días, a pesar de todas las humillaciones y pruebas que yo y mis innumerables compañeros de destino hemos padecido, no puedo renegar del todo de la fe de mi juventud y dejar de creer que, a pesar de todo, volveremos a levantarnos un día. Desde el abismo de horror en que hoy, medio ciegos, avanzamos a tientas con el alma turbada y rota, sigo mirando aún hacia arriba en busca de las viejas constelaciones que brillaban sobre mi infancia y me consuelo, con la confianza heredada, pensando que un día esta recaída aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del progreso incesante.

domingo, 5 de octubre de 2014

ESQUIZORREALISMO en Madridid

Acercaos, por favor, que habrá vino y todo eso...


viernes, 25 de abril de 2014

Crítica y clínica en Vicente Núñez (diagnóstico reservado)

Ayer estuve en unas jornadas sobre Vicente Núñez qe organiza el CEP Priego-Montilla de Córdoba, exponiendo el trabajito que me ha tenido fuera de las canchas de juego las tres últimas semanas. Estuvo bien, buena comida, buenos vinos, oyentes atentos en número suficiente... En él he revisado la obra crítica y en prosa del poeta de Aguilar, y he argumentado mis nuevas opiniones sobre ella en relación al resto de su obra. Un pelín beligerante me ha salido, pero ha sido muy muy estimulante poder repensar lo ya dicho. Lo titulé como esta entrada.
Os dejo aquí el inicio del trabajo. Los otros, uf, quince folios que escribí, se publicarán en un libro que recogerá también las otras dos ponencias que se hicieron (sobre los dibujos de Vicente Núñez, y sobre su música). Ahí va:


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No hace mucho discutíamos unos amigos sobre si la Literatura debía ser “solo” literatura. Es decir, sobre si a esta disciplina que consiste, como sabemos, en la precisa combinación de unos signos lingüísticos para crear espacios estéticos y de sentido, le conviene limitarse a un ejercicio, más o menos afortunado, en el cual los elementos que se ponen en juego remiten decorativamente a ellos mismos y se agotan en sí mismos; o si, por el contrario, debía tratar de superar sus límites formales, y emocionales incluso, para convertirse en un audaz dispositivo cuyo propósito fuera explorar al máximo las posibilidades cognitivas y estimular nuestro pensamiento hasta trastocar tal vez algunas estructuras establecidas, sociales, políticas o ideológicas. Aunque suene a ello, no consistía, desde luego, en discurrir de nuevo por los cauces de ese conocido debate sobre la pureza del arte frente a su “compromiso”, más o menos eficaz, con la realidad que nos circunda (si acaso, ahora que lo pienso, con este otro casi tan antiguo como él, primo hermano suyo, sobre si era un medio de conocimiento o debía serlo de comunicación). No, la resbaladiza alternativa a lo “sublime”, a su posible ensimismamiento, no era el tantas veces farragoso intento de despertar bienintencionadas conciencias o movilizar legiones en el que tal vez piensen. Su planteamiento apuntaba a algo más íntimo, más en la esfera de lo privado que de lo público. Se sostenía que la literatura debía provocar (hoy, por lo menos) al acomodaticio consumidor en el que esta sociedad nos ha convertido, empujarlo a esa crisis intelectual que promueve conmutar las “prescripciones facultativas” (literarias, en principio), por remedios propios, por soluciones individuales. Para este ambicioso proyecto, demasiado extravagante todavía por desgracia, decíamos algunos, tal vez no hicieran falta tantas bellas imágenes. No se trataba de deslegitimar aquella opción formalista, estética (supongo que no es posible, que es difícil que ocurra sin que sus  defensores sean acusados de revolucionarios de sala de estar (o de saleta, según la denominación de Vicente Núñez), pero a casi todos nosotros, una literatura exenta se nos quedaba en poca cosa.
Precisamente al fondo de esta conversación se encontraba la poesía, o mejor, la sombra de la duda que sobre ella, según parece, se ha cernido en estos últimos tiempos en los que su “pitiminí” discursivo, como piensan algunos, es posible que no sea el más propicio para explicarlos. Y al fondo de ese fondo, pensaba yo en Vicente Núñez.

lunes, 21 de abril de 2014

Vicente Núñez redux

Por aquí estaré el próximo jueves, diciendo unas palabritas sobre Vicente Núñez, de quien no me olvido, no me olvido...

 

domingo, 19 de enero de 2014

David García Casado Dixit

Yo también quisiera decir algo sobre esa maravilla que es La gran belleza, pero estoy algo dejado caer últimamente. Leed, leed, mientras me decido yo a hacer algo bonito, esta nota de David García Casado que publica hoy SalónKritik. Festín caníbal... y reflexionad sobre cuánto tiempo más podréis resistir sin ir a verla:


Universo Gambardella

Qué dulce es quedarse largamente ante el objeto de ese deseo, manteniéndonos en vida en el deseo, en lugar de morir yendo hasta el extremo, cediendo al exceso de violencia del deseo! Georges Bataille

Suena The Beatitudes de The Kronos Quartet. Melancólica pero esperanzadora, nos lo hace ver todo desde ese punto maravilloso donde la madurez encuentra a la adolescencia y nos da una apariencia de continuidad. Un trampolín para volver a empezar otra vez pero esta vez conociendo cuales serán nuestros errores, para no cometerlos. Si somos sabios sabremos aguantar la violencia del deseo, no perder el tiempo en lo que no queremos hacer. Por eso lo viejo es mejor que lo nuevo, por eso Jep Gambardella es el puto amo.

Jep Gambardella escribe su libro, su segundo libro, se llama La Grande Belleza, lo escribe a traves de la mente de Paolo Sorrentino, que es el creador del Universo Gambardella, con la ayuda de las grúas y los travellings de Luca Bigazzi.

El coliseo de Roma es origen de ese Universo, el círculo que prueba la coninuidad de la existencia. Jep representa los últimos días de lo mundano, del cual él es el Rey. Roma aparece semivacía, despojada del bullicio de las películas de Pasolini. Las calles son de Jep, esta Roma es su ciudad, tan imaginaria como su viaje al fin de la vida, ahí radica su fuerza.

Italo Disco & Techno Mambo. Quien haya sido un verdadero animal nocturno sabe que hay alianzas intensas hechas bajo un orden deseante otro, ese que quiere prolongar la fiesta, no ponerle fin sino alargarla todo lo posible, hasta que el cuerpo aguante. Para darle fin ya esta Jep, el rey de los mundanos, capaz de aguantar más que nadie y con su traje de Catellani impecable.

Jep conoce a las mujeres mucho mejor que Accatonne. Las conoce porque respeta sus formas de contener y canalizar el deseo. El deseo y la intimidad que establecen la continuidad del espíritu y el erotismo de los corazones.

Jep siente curiosidad pero no necesita cirugía ni confesionario. Ni para el físico ni para el alma existe curación efectiva ni redención alguna. La única redención es viajar hasta el final de la vida.

Lo que sí son importantes son las raíces, éstas nos ayudan a no volatilizarnos como este tiempo prestado en el que vivimos.

Una puesta en escena maestra. Viva la función y muera la funcionalidad, vulgar como el vodka, que solo sirve para emborracharse.

Quieres ver de nuevo la película porque te has enamorado de Jep, como lo hiciste en su momento de Marcello, que es el hombre que quieres ser en la novela que no has escrito aún. Todavía podrías hacerlo, ¡es solo un truco!


Jep Gambardella: “Menos mal, aun nos queda algo bonito por hacer”



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domingo, 5 de enero de 2014

¿Cuál es el negocio de la Literatura?

A través de Teresa López Pellisa me llega el enlace a un texto de Richard Nash cuya lectura os recomiendo enfervorecidamente. Os dejo el enlace aquí a mi vez. Leedlo, leedlo, ya veréis cuántas veces asentís, cuántas os reconoceréis...