domingo, 25 de septiembre de 2011

El árbol de la vida


Es una lástima que no haya podido ver todavía Días de cielo, la única película de Terrence Malick que me falta. Y más rabia me da si pienso que la tengo ahí mismo, en este disco duro externo de al lado que, para mi desgracia, llevo intentando poner de nuevo en funcionamiento casi un año ya.
Pero he visto varias veces Malas tierras y me sigue pareciendo su gran obra maestra, toda, de punta a cabo, aunque me fascine sobre todo ese inolvidable final en el que Kit posa encadenado mientras los polis le toman fotografías antes de subir al avión que le llevará a su previsible destino. He visto un par de veces La delgada línea roja y me parece formidable, absolutamente emocionante la altísima poética visual y conceptual que despliega el director americano en el tratamiento del horror de la guerra, cómo es capaz de transmitir sutilísimamente los terribles conflictos a los que se enfrenta un ser humano en tan terribles circunstancias. Una película creo que muy difícil de superar en casi todos sus aspectos compositivos, técnicos, dramáticos, argumentales...
No hace mucho que pude ver también El nuevo mundo e igualmente me pareció que el maestro había filmado otra obra maestra (a pesar de lo deleznable que me resultaba la historia que cuenta, tal vez debido a haber visto tantas veces (es la paternidad, estúpidos) la bobalicona peliculita que a Disney se le ocurrió perpetrar para seguir obnubilando a los reyes de la casa). De nuevo encontré en esta última película de Malick la inusitada fortaleza visual que me encandiló en la inmediata anterior. Y de nuevo supo emocionarme con una historia llena de misterio y de trágica sabiduría poética llavaba a su clímax en el reencuentro final de los amantes y el posterior dejarse morir de Pocahontas. Toda una lección de contención narrativa y de huida de sentimentalismos de ocasión.
Ya está, eso es todo lo que ha filmado Malick en treinta años. Y con estas cuatro películas realizadas en treinta años ha sabido alzarse con el título nada desdeñable de mejor director de cine vivo del mundo. No está mal para tan exigua obra.
Ahora acaba de estrenar El árbol de la vida, su quinto largometraje, tras el que parece que le ha cogido gustillo a reducir el tiempo de espera entre una obra y otra, pues anuncia otro estreno para 2012 y otro proyecto más casi para ya también. Tras ver ésta última, la verdad es que no sé si es una buena noticia. Vengo de verla ahora, ahora mismito, y he llegado a casa pensado en que no es que me haya desconcertado lo que he visto, que no lo haya entendido, que dude, etc. Es que me parece una película mala, incomprensiblemente mala y terriblemente aburrida. No es que el cine de Malick sea una fiesta, no, nada de eso, claro está, pero nunca hasta ahora, nunca, había experimentado esa sensación antes viendo sus películas. Pese a su melancólica cadencia siempre me han resultado extremadamente estimulantes sus planteamientos, sus reposados desarrollos. Pero lo que he visto hoy me ha parecido de una ampulosidad cercana a la pedantería, demasiado cercana, en la que cada plano tal vez pretenda, sin conseguirlo, imponer la grandilocuente y trascendental visión particular del mundo de Malick, muchas veces mediante el demasiado evidente recurso de unos subrayados musicales abrumadores y casi sonrojantes a menudo (me parece que sólo cuando suena Brahms en el tocadiscos del comedor, o sea, en la narración, resulta la música pertinente). Es cierto que la potencia visual, el poder de sugestión de las imágenes del director está muy presente en gran parte de la película, pero poco más. La trama es casi anecdótica, los diálogos casi inexistentes. Y aunque no pueda ser ésta de ningún modo una de las razones por las cuales me haya decepcionado la película, estoy convencido de que para el modelo de narración que utiliza Malick una vez más, y con el que tan buenos resultados ha obtenido siempre, resultaría ahora mucho más convincente el del argentino Lisandro Alonso, pongo por caso. ¿Se ha agotado la fórmula? No sé, tal vez. Pero, leche, inexplicablemente en Cannes se ha llevado la Palma de oro esta película.
Por otra parte, ya me había advertido mi amigo Chema de que según su opinión le sobraba al metraje casi media hora por el principio y un cuarto de hora por el final. He comprobado que tiene toda la razón del mundo, incluso que se quedó corto, pues a mi modo de ver, lo que yo salvo de la película son únicamente los treinta o treinta y cinco minutos en los que se adopta de pleno el punto de vista del mayor de los hermanos. Esa media hora inicial me ha parecido un cruce entre algún documental presentado por Carl Sagan y Jurasic Park, absolutamente prescindible, desde luego, o sólo utilizable para deleite de algún espectador aficionado a los sicotrópicos. Sí, ya sé que lo cósmico nos engloba a nosotros pobres mortales insignificantes, que nuestro dolor puede ser cósmico y que la crueldad forma parte inherente de la casual existencia de los seres vivos igualmente, pero esa larguísima sucesión de imágenes efectistas las he percibido completamente inapropiadas para el maestro (poco le faltó a la secuencia para que saliera el monolito de Kubrick). Los quince minutos sobrantes del final no los comento, así dejo por ahora, yo al menos, algo por descubrir del misterio de la vida...

martes, 13 de septiembre de 2011

martes, 6 de septiembre de 2011

Rafael Barret y su Historia de la humanidad


Dice Iván Lissorgues que en Asombro y búsqueda de Rafael Barret, el libro que Gregorio Morán escribió sobre este ignoto escritor hispano/paraguayo de finales del siglo XIX fascinado un buen día, casi casualmente, por el modo de pensar y la manera de escribir de esa borrosa figura, se coloca a Barret en una asombrosa constelación de referencias culturales y literarias, para que se cumpla, póstumo, su sueño: "transformar su obra en un ejercicio de honestidad y compromiso, para llegar con el tiempo a convertirse en uno de los escritores más coherentes de un periodo dominado por los hipócritas de la vida y la literatura". Y dice Lissorgues que apostilla Morán: "hay demasiada humanidad y cultura en Barret para que el esquema canónico del escritor hispano pudiera admitirle". Desde luego, a mí eso de "demasiada humanidad" me ha impresionado. Y su azarosa vida me ha recordado de paso a Alejandro Sawa, ese otro personaje intempestivo y difuso de nuestra literatura finisecular. Lo del "periodo dominado por los hipócritas de la vida y la literatura", también me ha impresionado, claro, aunque un poco menos ya si comparamos, etc...
Por lo pronto, el texto que dice Iván Lissorgues que provocó en Morán el deslumbramiento iniciático por este ignoto escritor no tiene desperdicio. Es una historia de la humanidad en veinticinco líneas poco más o menos:

"Mientras no poseí más que mi catre y mis libros fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecían criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo que empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver."

Qué lejos estamos ya de la "honestidad" y del "compromiso", qué desangelados, qué naif nos parecen hoy estos atributos... Tal vez no se pueda por ahí recuperar a Barret, tal vez no... Quedémonos entonces con su lucidez y su capacidad de síntesis para poder reducir el mundo que habitamos hoy a esas dos categorías rabiosamente vigentes que propone el paraguayo: "yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas."