domingo, 12 de julio de 2015

Cuando el futuro se acabó




LA IRONÍA DADAÍSTA

No se puede decir que el dadaísmo posea un programa. El futurismo es un movimiento fuertemente programático, sus intenciones están claras, son afirmativas, arrogantes. Las decisiones estéticas son precisas, proyectos políticos tan claros que pueden vociferarse ante multitudes de entusiastas dispuestas a pasar a la acción. Efectivamente, la figura retórica dominante del futurismo es la hipérbole, una forma exagerada de afirmación, de exaltación del significado. El signo hiperdefine su significado levantando la voz, sobrecargando la intención comunicativa.

Cuando se habla de dadaísmo es difícil hablar de programa porque su figura retórica predominante es la ironía.

En la ironía existe siempre la conciencia de la disociación entre lenguaje y realidad.

En cuanto figura retórica, la ironía consiste en afirmar negando, en decir una cosa para expresar su contrario. Aunque no es exactamente así. Es así y no lo es. No podemos definir la ironía de manera demasiado unívoca y precisa. Definir la ironía sería poco irónico.

La ironía es conciencia de la irreductibilidad del lenguaje al mundo y del mundo al lenguaje.

La ironía sugiere no tomar demasiado en serio lo que decimos, lo que proponemos, y sobre todo sugiere no asumir la responsabilidad del mundo tal y como es, ni tampoco de lo que nosotros mismos hacemos. La ironía es espíritu de irresponsabilidad, y por tanto es disolución del sentimiento de culpa. La ironía nos recuerda que la vida no se puede decir.

Lave: un-an-al-iz-a-ble, escribe Ignacy Witkiewicz en la novela más extraordinaria escrita por un escritor dadaísta, Insaciabilidad. No podemos escribir un libro sobre el futuro del pasado, o sobre el pasado del futuro, sin hacer referencia a Insaciabilidad de Ignacy Witkiewicz. Se trata de una historia que acontece en la Polonia de los años veinte entre cocaína, princesas ya no tan jóvenes que seducen a oficiales de caballería, pianistas monstruosos y geniales que tocan música infernal, demonismos, sensiblerías, fantapolítica. Polonia es el único lugar en el mundo en el que resiste el humanismo individualista, amenazado por el comunismo espiritualista procedente de la China de Murti Bing, como una droga hipnótica, igual que un Gran Hermano. Novela de visionaria, lúcida, irónica, alocada prefiguración distópica. Witkiewicz huyó de Varsovia cuando los nazis se acercaban, intentó fugarse, ¿pero a dónde ir? Con una amiga, se internó en el bosque, esnifando c ocaína y llorando y riendo hasta que decidieron acabar con todo. Un poco como hizo Benjamin del otro lado de Europa.

La ironía dadaísta nos recuerda, al igual que Witkiewicz, que la vida no se puede decir. Lo que nosotros decimos no es sino un puente imaginario sobre el abismo del sentido.

El gesto de Duchamp consiste en exhibir un signo para negar el significado o para dejar en suspenso el significado que nosotros le atribuimos.

Exhibir el carácter artístico de lo que es banal, pero también el carácter banal del gesto artístico. Dada rompe la dimensión áurea del arte y también la dimensión banal de la vida cotidiana. Irónica banalización del gesto artístico. Irónico recubrimiento de oro del objeto de uso cotidiano.

Sólo hay una frase programática que podemos atribuir al dadaísmo. Es el grito de Tristan Tzara:

Abolir el arte
Abolir la vida cotidiana
Abolir la separación entre arte y vida cotidiana.

Sin embargo, se trata de un programa bastante difuso. Hacer una obra de arte significa hacer de la vida cotidiana el lugar en que se difunde el aura del arte como fuerza perenne e ininterrumpida. Más que abolir, Dada suspende.

La ironía es suspensión del significado. El juego de las relaciones entre signo, significado y referente define los variados matices y modalidades del lenguaje artístico del siglo xx.

Desde luego, el futurismo está poco dotado para la ironía. Su retórica heroico-gesticulante por lo general afirma de modo apodíctico, hiperbólico e incuestionable.

Al contrario, el dadaísmo atenúa. Más que afirmar, pone en suspensión, y hay que considerar toda iluminación particular como una de las muchas posibilidades de sentido. La ironía tiene carácter suprainclusivo, o quizás incluso omniinclusivo: el signo no posee una única posibilidad de interpretación, sino muchas, infinitas quizás. Dada no significa nada, o bien significa todo. La ironía tiende a ampliar la inclusividad significante de todo signo. También el surrealismo, de modo muy diferente, es agudamente consciente de una posible suprainclusividad semántica de los signos.

La relación entre signo y significado es la cuestión fundamental de cualquier utopía. Habla de ello Mario Perniola en su libro de juventud de 1971 La alienación artística, que se puede leer como una introducción a las problemáticas del pensamiento situacionista, es decir, el idealismo en su fase terminal. Perniola habla de escisión constitutiva de la época moderna: escisión entre el arte, esfera del significado privada de realidad, y la vida cotidiana, esfera de la realidad privada del significado. La economía capitalista, separando el valor de uso del valor de cambio, reduciendo las cosas a mercancías, cancela o suprime el significado de la acción humana, reduciéndolo a trabajo alienado. El trabajo no es más que repetición de gestos que no significan nada para quienes los realizan, pero que permiten acumular valor al capital.

Frente a este escándalo de la alienación, el pensamiento humanista se rebela, y proyecta la utopía de la recomposición: el trabajo debe tornarse actividad consciente, actividad dotada de sentido.

Se trata del núcleo central de la revuelta de los años sesenta, años en que la modernidad, una vez alcanzada la plenitud del desarrollo industrial debería finalmente mantener su promesa: la promesa política de la igualdad, la libertad y la fraternidad, pero sobre todo la promesa utópica del sentido: recomponer la escisión entre trabajo y acción, devolver el sentido a los gestos de la vida cotidiana devolver realidad al gesto artístico.

La intención que anima la revuelta de los años sesenta, esa intención de vida auténtica, de vida en la que el significado se recompone con la realidad, es el cumplimiento del idealismo moderno, que domina la escena filosófica en los años de la Hegel renaissance y del humanismo marxista. La crítica debordiana del espectáculo nace de estas premisas.

Antes de que los movimientos sociales experimentasen la utopía de la vida auténtica, suspendiendo las obligaciones de la producción, de la disciplina y de la represión, la vanguardia había experimentado aquella utopía en el plano lingüístico y gestual, poniendo en escena el abanico completo de las posibilidades de relación entre signo y significado y referente.

Las investigaciones lingüísticas han establecido el carácter arbitrario y convencional de los signos que utilizamos en la vida cotidiana para comunicarnos algo respecto al mundo en que vivimos. En el lenguaje de la vida cotidiana cada signo tiene una relación aproximada con su significado. El significado de los signos que utilizamos se ha establecido intersubjetivamente a lo largo de una negociación continua y aleatoria que no establece nada definitivo.

La convención relativa a los signos es una convención débil, el sentido de una palabra cambia en relación con el contexto en el que la estamos utilizando, queremos decir una cosa pero tal vez queramos decir también otra.

El lenguaje científico por el contrario, es altamente convencional: el significado de cada signo debe establecerse de modo fuertemente codificado. Cuando utilizamos una palabra en el ámbito científico, tenemos que estar de acuerdo sobre su significado porque el significado de una palabra científica no depende del contexto ni del humor, sino del contenido que hemos establecido por convención. El saber científico sólo funciona cuando los signos que utilizamos para elaborarlo y comunicarlo se establecen de manera rigurosa.

Luego está la palabra poética. En la poesía las palabras, aun manteniendo su estatus semántico arbitrario y convencional, no son ni arbitrarias ni convencionales, los signos ponen al descubierto todo el trabajo de significación porque la poesía es el laboratorio del significado puesto al desnudo.

El lenguaje científico debe abolir todo margen de ambigüedad del mensaje. El lenguaje común establece cierto nivel de acuerdo entre los hablantes para volver unívoco el sentido de las palabras, o cuando menos para posibilitar su uso compartido. La palabra poética es plurisensual y polívoca, es apertura y multiplicación de las posibilidades de interpretación. La poesía amplía el margen de ambigüedad hasta el punto de que el significado pierde definición y el área de interpretación del signo se extiende de forma ilimitada.

También la utopía se propone algo similar: quiere ser extensión ilimitada del área de significado de los signos para que la actividad no quede encerrada entre las rejas del trabajo abstracto, que reduce el significado a repetición y priva al gesto de toda libertad de elección.

Durante los años sesenta la lección utópico-irónica del dadaísmo entra en contacto con el idealismo filosófico y con la esperanza de autenticidad, y el futuro parece estar al alcance de la mano, presente incluso. Empieza entonces la época del ahora, la época de la realización presente, o del presente verdadero, la época de la utopía que ha hallado su lugar, o cree haberlo encontrado, para siempre. Un hijo de las flores no piensa en el mañana.


Fragmento del libro "Después del futuro / Desde el futurismo al cyberpunk. El agotamiento de la modernidad", de Franco Berardi. Traductor Giuseppe Maio. Enclave de libros ediciones, Madrid, 2014. (Salón Kritik. Domingo Festín Caníbal)