miércoles, 31 de marzo de 2010

La virgen del arte

Hace una semana escasa que se ha instaurado un nuevo icono en la imaginería religiosa malagueña, de tan apabullante presencia estos días en cada rincón de la ciudad. Una nueva imagen valedora a la que dirigir fervores y súplicas o promesas para que ilumine cada uno de los atolondrados escarceos artísticos nuestros, y nos propicie la creación, como los antiguos, en contacto directo con Dios. No es poca cosa. Podemos visitar su capilla, un pequeño oratorio erigido en la calle Duquesa de Parcén, hacia donde deberíamos dirigir más pronto que tarde nuestros muchas veces atrabiliarios pasos. Podemos tratar ahí mismo de disolver esos fantasmas que atormentan casi siempre el exceso de razón creadora, o ensimismarnos, trascendernos, abismarnos, deshacernos de nuestra miserable identidad, para reflexionar sobre ella o la del otro, lo que casi nunca viene mal (con este alevoso propósito están dispuestos los humilladeros, muy pocos, y un mínimo reclinatorio recubierto de crespón negro donde apoyar el devocionario de turno, cualquiera de los que manejemos en ese momento -Adorno, Danto, Brea- delante justo de la Santa proyectada en una inmaculada blancura). Pero, sin dejar de reparar, no obstante, en la corona que adorna su divina cabeza y en sus haces, los cuales nos darán solaz en tan ardua inmersión y nos reconstituirán en caso de extravío, tenemos también la oportunidad de contemplar arrobados el rostro transfigurado de esta nueva Santa en la intimidad de nuestra humilde morada, ya cada vez que nos atormente la terrenal angustia de la sequía creadora, si con ese fin nos hacemos con una de las reproducciones en papel y gran formato de esta arrebatadora Virgen del arte, la misma Irene Andessner gloriosamente travestida de nuevo (antes fue Dietrich, también Mozart), que ha propiciado la Galería JM. Ustedes eligen. En cualquier caso, no dejen pasar esta oportunidad de reiniciar la conexión perdida con el misterio, bien vale eso, aquí o allí, una oracioncita aunque sea corta.

martes, 30 de marzo de 2010

Centenaristas









Me encargan unas charlas sobre Miguel Hernández, de quien se cumplirá el próximo 30 de octubre el centenario de su nacimiento. Picoteo en los textos más o menos panegirísticos de Vivanco, Zardoya, Balcells, Cano Ballesta... Llego a Valente, leo su "Miguel Hernández: poesía y realidad". Extraigo algunos apuntes:

"...su nacimiento literario coincide con un momento (efímero como tal) de máximo fervor tradicionalista por parte de la joven literatura de entonces. Son los años del Centenario de Góngora. Los centenaristas, vistos desde la perspectiva actual, tienen un marcado signo conservador (...) Góngora opera sobre las formas más aparenciales de lo real; poeta del enigma verbal, lo es escasamente de la realidad enigmática."

"Se ha hablado mucho y se sigue hablando de la tensión y poder expresivos de El rayo que no cesa; creo por mi parte que esa tensión y poder se dan en contados momentos, y lo que me parece caracterizar el conjunto del libro es un amaneramiento formal que le resta vigor y originalidad profunda. En él, la influencia de Quevedo es, en efecto, visible en sus mejores piezas, allí donde consigue Hernández sobreponerse al retoricismo laberíntico de la palabra que se retuerce en busca de su propia cola sonora."

"Compárese simplemente el falso ímpetu semioratorio de tantos sonetos de El rayo que no cesa con la terrible lucidez expresiva de la "Canción última" de El hombre acecha."

"Se trata simple y llanamente de que el poema converja o no con todos sus medios hacia la realidad; de que esos medios existan sólo en función del contenido de realidad que el poema revela; y de que, por último, ese contenido de realidad y la estructura verbal en que se aloja sean inseparables."

"Es lógico que esa poesía (tradicionalista) venga caracterizada por un profuso crecimiento de categorías retóricas o por un proceso cada vez más acusado de inflación verbal. Al abandonar tales presupuestos, Hernández rompe revolucionariamente no sólo consigo mismo, sino con el momento literario del que se desprende gran parte de su obra."

Me agradan sus provocadoras afirmaciones, su lúcida tensión con este icono, su claridad en cuanto a lo que deba contener un texto poético. No todo es excelencia en el poeta que se reivindica ahora (otra vez). Hay sombras también. A ver qué dicen los centenaristas de ahora (otra vez).

sábado, 13 de marzo de 2010

Primer manifiesto del Plasticismo

Compañeros poetas: desde Cuba me envía el poeta José Jiménez Muñoz su Primer Manifiesto del Plasticismo, en el que promueve una nueva forma, una actitud diferente de la que tal vez predomine hoy ante el hecho poético. El asunto no es baladí, desde luego. Y la concreción práctica de la propuesta nada desdeñable, según me parece a mí. Pero todo es discutible, razón por la cual me inclino a divulgarlo por si pudiera ser que se iniciara esa discusión, tan higiénica, por otra parte... Ah, y no vale argumentar con Gerardo Diego, Breton, Marinetti, et alii. La cuestión palpitante lo sería, lo es, hic et nunc.






Primer Manifiesto del Plasticismo
Fundamentos estéticos
por
José Jiménez Muñoz

El plasticismo es el resultado de una búsqueda formal en poesía; es el modo estético que encontré para acercar la poesía a la categoría de arte, bien lejos de postulados coloquiales, del prosaísmo a ultranza, o de los devaneos posmodernistas que hacen a la poesía divagar en un círculo vicioso. Con el Plasticismo planteo la similitud estética y dimensional que existe entre la poesía y las artes plásticas, sin excluir de estas a la arquitectura. Demuestro en la práctica que un poema puede ser escrito como mismo un pintor concibe un cuadro, un arquitecto un edificio, un escultor una estatua, o un alfarero una pieza de barro. El poema se proyecta entonces en tres dimensiones, y es capaz de expresar de una situación determinada, no solo el color, la textura, sino también el sonido y el movimiento; el poeta lo moldea a voluntad, y se permite así nuevos lances expresivos, las ideas adquieren connotaciones espaciales en la mente del lector, donde el poeta tiene tiempo de fabricar su pieza, y resumir, a través de imágenes, sensaciones que pertenecen a diferentes expresiones artísticas.

Existe, como es lógico, una diferencia de formatos, de materiales y estructuras físicas, y sin embargo, es posible pasar por encima de estos supuestos factores en contra, y construir un poema, esculpirlo, dibujarlo con palabras para que el lector lo vea, y le de la interpretación que mejor entienda. Las ideas, los contenidos, tienen, tanto en pintura, arquitectura, como escultura, otras maneras de ser llevadas a cabo, y las técnicas que se aplican, y la habilidad del artista, juegan un papel esencial en esto; pero el resultado final es lo que hace que la poesía, con todos los recursos tropológicos que posee, sea capaz de recrear, no sólo la imagen que cualquier obra plástica puede ofrecer, sino también dar la sensación de movimiento y evolución de las partes representadas; y así influir en el estado de ánimo del lector, y de dejarlo ir con entera libertad de una interpretación a otra. En este punto, al ser la poesía parte, o una obra literaria en sí misma, y por ende hecha a partir de palabras, el poema supera en algunos aspectos a la obra plástica, pues puede trasmitir sus imágenes de forma más directa, aunque sea utilizando los mecanismos de sugestión que le son inherentes.

Como ejemplo de esto citaré un fragmento del poema “Metamorfosis en la relojería”, en el que, mediante imágenes sutiles induzco a ver cómo un reloj se transforma en un cuerpo de mujer; aunque de su lectura pueden derivarse disímiles interpretaciones, de acuerdo al lector:


La cuerda entra en su caracol

como un corazón dispuesto a derrochar su aroma

y empujarlo a la rosa náutica;

los engranajes toman forma de senos,

y la mujer anuncia con su torso,

que el tiempo no tiene antídoto.


Volantes y artificios mutan,

y hay una palabra de amor en cada tictac,

la mujer oprime el cáliz entre sus manos,

que alguna vez fue una rueda dentada,

y echa a andar la maquinaria

que anida entre vellos y pétalos.


Es sólo a modo de ejemplo, pero es suficiente para expresar en la práctica lo que se afirma en los párrafos precedentes. Ahora un fragmento de otro poema con diferente sujeto lírico, pero la misma expectativa de comunicarse a través de imágenes. En este poema titulado “Navíos solares” los girasoles viajan a través del cosmos en busca de la luz de soles desconocidos.


Girasoles que migran hacia otro universo,

flores que apagan su corazón en las noches,

ventanas con los postigos del pecho cerrados

mientras no haya un sol que desboque sus libélulas.


Las semillas se esparcen en los cielos

los escudos de los mundos se rompen,

crecen espigas nuevas en cada cráneo

donde la luz dispersa sus añicos.


No quiere decir con esto que un poema plasticista consista solamente en una descripción esquemática de una situación determinada, con fines estrictamente calculados. No es así, pues esto le otorgaría al poema una rigidez poco beneficiosa, y le restaría el aire de espontaneidad que proviene de la inspiración. Las imágenes tienen que fluir de la mente del poeta sin obstáculos, y recrearse a través de tropos novedosos. Muchas veces veo en mi mente la imagen o la situación antes de hablar de ella; otras, la imaginación me hace verlas. Se trata de este modo de hechos representados, que no siempre toman como referente una realidad material, sino que pueden referirse a aspectos espirituales del ser humano. Ejemplo de esto es el siguiente fragmento del poema “Arenas”, donde se compara algo inmaterial, al alma, con las arenas, como si ambas pudieran representar paisajes, unidas por el elemento tiempo, omnipresente a lo largo del texto.


Arenas desconocidas,

en movimientos de sierpes medrosas,

relampagueando hacia la sombra de la lluvia,

unidas en el abrazo de llamas milenarias,

se confunden con mi risa,

camuflada en un sorbo de luz.


Hechas en la falta de cordura,

mi alma y las arenas tienen vidas infinitas;

los tiempos no pueden juntarlas en un beso.


El poema plasticista puede representar sus imágenes tanto en las tres dimensiones físicas como en infinitas dimensiones abstractas. Esta poesía, por tanto, siempre deja una impresión en la mente del lector, su poder de sugerencia es eficiente.

La misma maestría técnica que debe exhibir un pintor en sus trazos, o un escultor en su golpear sobre la madera o la piedra, debe poseerla con amplitud el poeta en sus técnicas y manejos de los niveles de lenguaje, la tropología, el ritmo, (el cual hace que el poema se acerque a la música a través de efectos sonoros), y las innovaciones al verso. El dominio de la técnica poética tiene la misma significación para el poeta que el manejo de las técnicas pictóricas o escultóricas para el artista plástico. Lo que iguala a todos los artistas es el poder de llevar su arte al entendimiento del que la recibe o aprecia, y el talento para decir las cosas artísticamente, aunque para esto utilicen diferentes recursos y formatos.

La métrica y la rima tradicionales, dentro o fuera de las normas, son posibles de ser utilizadas como recursos no desdeñables. Prueba de esto es esta décima, “El animal resguardado del frío”, donde cada verso está compuesto por una imagen visual o abstracta.


Pétalos en lugar de la pelambre,

las flores a la búsqueda de filos,

el animal destejiendo los hilos,

luces atrapadas en el estambre

que acurruca la faz de los helechos

donde nunca se ha adormilado el hambre

y los cirios subastan sus deshechos

a la orilla de un océano sordo;

los cordeles se liberan a bordo

y la fruta palpitando en los pechos.


Y los dos cuartetos del soneto “El árbol de los peces”, también indican que dentro de las formas clásicas se pueden crear imágenes que actualizan su uso, lo renuevan, sin perder en nada su fidelidad:


Los peces en el árbol dormitan

a la espera del día preciso

en que irán a beber un hechizo

en la espina sagrada que habitan


inmortales siluetas que agitan

espinazos enteros, un rizo

de sus pieles rugosas, que hizo

la raíz, como frutos que gritan.


El plasticismo es un nuevo paso que da la poesía en su devenir evolutivo hacia nuevas formas y maneras de expresión. Es el resultado de profundas meditaciones en cuanto al futuro de la poesía se refiere; cuya teoría fui elaborando con el paso del tiempo. No pretendo con esto negar la poesía anterior, pero sí superar los caducos niveles poéticos del postmodernismo, de tanta poesía hecha por poetas que imitan formas decadentes, agotadas en sus formas y contenidos, y que parecen unas imitaciones de las otras. Cierto es que muchos de los postulados en los que me he visto precisado a profundizar corresponden a estéticas de las corrientes y movimientos llamados de vanguardia; y es algo irremediable, porque no reniego de las virtudes de los poetas que renovaron la poesía y me precedieron; pues en todos los movimientos y corrientes existen elementos positivos, a los que he aunado mi visión propia, con lo que me alejo un poco de los temas que en alguna medida se habían vuelto tradicionales en la poesía de finales del siglo XX.

El Plasticismo, además de mostrar una forma estética novedosa, expresa ideas, directamente relacionadas con el referente de la realidad, la vida del ser humano, el mundo interior, que solo en apariencia es diferente en la mayoría de las personas; el poema plasticista debe poseer un contenido ideológico que lleve emociones al alma del lector; no es un vacío intelectual en aras de una imagen, ni es “arte por el arte”, sino arte poético donde la forma y el contenido componen un todo en función del desarrollo de la imaginación, las ideas, y la belleza; para que la poesía ocupe dentro de la literatura el lugar que le corresponde, y recupere en el gusto de la gente la preferencia y la importancia que tuvo desde los orígenes de la humanidad donde ser poeta era ser venerado como personas tocadas con un don mágico y profético. Son los poetas los encargados de esto, y los máximos responsables de que así sea.

Ciudad de La Habana, 1 de febrero de 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

La conquista de la ubicuidad














Paul Valéry, hace ochenta y dos años, ya lo sabía, el tío:

La conquista de la ubicuidad
(1928)
Se instituyeron nuestras Bellas Artes y se fijaron sus tipos y usos en tiempos bien distintos de los nuestros, por obra de hombres cuyo poder de actuar sobre las cosas era insignificante frente al que hoy tenemos. Pero el pasmoso crecimiento de nuestros medios, la flexibilidad y precisión que estos alcanzan, y las ideas y costumbres que introducen, nos garantizan cambios próximos y muy hondos en la antigua industria de lo Bello. En todo arte hay una parte física que no puede contemplarse ni tratarse como antaño, que no puede sustraerse a las empresas del conocimiento y el poder modernos. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son desde hace veinte años lo que eran desde siempre. Hay que esperar que tan grandes novedades transformen toda la técnica de las artes y de ese modo actúen sobre el propio proceso de la invención, llegando quizás a modificar prodigiosamente la idea misma de arte.

De entrada, indudablemente, sólo se verán afectadas la reproducción y la transmisión de las obras. Se sabrá cómo transportar y reconstituir en cualquier lugar el sistema de sensaciones —o más exactamente de estimulaciones— que proporciona en un lugar cualquiera un objeto o suceso cualquiera. Las obras adquirirán una especie de ubicuidad. Su presencia inmediata o su restitución en cualquier momento obedecerán a una llamada nuestra. Ya no estarán sólo en sí mismas, sino todas en donde haya alguien y un aparato. Ya no serán sino diversos tipos de fuente u origen, y se encontrarán o reencontrarán íntegros sus beneficios en donde se desee. Tal como el agua, el gas o la corriente eléctrica vienen de lejos a nuestras casas para atender nuestras necesidades con un esfuerzo casi nulo, así nos alimentaremos de imágenes visuales o auditivas que nazcan y se desvanezcan al menor gesto, casi un signo. Así como estamos acostumbrados, si ya no sometidos, a recibir energía en casa bajo diversas especies, encontraremos muy simple obtener o recibir también esas variaciones u oscilaciones rapidísimas de las que nuestros órganos sensoriales que las recogen e integran hacen todo lo que sabemos. No sé si filósofo alguno ha soñado jamás una sociedad para la distribución de Realidad Sensible a domicilio.

Entre todas las artes es la música la que está más cerca de ser traspuesta al modo moderno. Su naturaleza y el lugar que ocupa en el mundo la señalan para ser la primera que modifique sus fórmulas de distribución, de reproducción, y aun de producción. De todas las artes, es la música la que tiene mayor demanda, la que más se mezcla con la existencia social, la más cercana a esa vida a la que anima, acompaña, o imita en su funcionamiento orgánico. Se trate de progresión armónica o letra, de espera o acción, del régimen o de los imprevistos de nuestro durar, la música le sabe arrebatar, combinar y transfigurar su paso y sus valores sensibles. Nos trama un tiempo de falsa vida insinuando apenas los trazos de la verdadera. Nos acostumbramos, nos entregamos a ella con igual delicia que a las substancias justas, potentes y sutiles que celebraba Thomas de Quincey. Como toca directamente a la mecánica afectiva, que maneja y pulsa a su antojo, es universal por esencia; encanta y hace danzar por toda la tierra. Al igual que la ciencia, se vuelve una necesidad y un producto internacional. Esa circunstancia, junto a los recientes progresos habidos en medios de transmisión, sugería dos problemas técnicos:

I. Hacer oír en cualquier punto del globo, al instante, una obra musical ejecutada en cualquier parte.

II. Recuperar a voluntad una obra musical en cualquier parte del globo y en cualquier momento.

Esos problemas están resueltos. Las soluciones se vuelven cada día más perfectas.

Aún estamos bastante lejos de dominar hasta ese mismo punto los fenómenos visibles. Color y relieve aún se resisten bastante. Un sol que se pone en el Pacífico o un Tiziano que está en Madrid no vienen aún a pintarse en el muro de nuestro cuarto con la misma fuerza y verosimilitud con que recibimos una sinfonía.

Todo se andará. Quizás se vaya aun más lejos y se sepa cómo hacemos ver algo de lo que se encuentra en el fondo del mar. Pero en cuanto al universo del oído, sonidos, ruidos, voces y timbres nos pertenecen desde ahora en adelante. Los evocamos cuando y donde nos place. Antaño no podíamos gozar de la música en el momento elegido, según nuestro humor. Nuestro gozo se debía acomodar a la ocasión, al lugar, la fecha y el programa ¡Qué de coincidencias hacían falta! Ahora se acabó esa servidumbre tan contraria al placer, y por tanto a una inteligencia más exquisita de las obras. Poder escoger el momento de un goce, poderlo disfrutar cuando no sólo es deseable para el espíritu sino que viene exigido y como esbozado ya en el alma y en el ser, significa darle todas las oportunidades a las intenciones del compositor, puesto que es permitir a sus criaturas que resuciten en un medio viviente no muy distinto de aquel en que fueron creadas. El trabajo del artista musical, sea autor o virtuoso, encuentra en la música grabada la condición esencial del más alto rendimiento estético.

Recuerdo ahora una fantasía que vi de niño en un teatro extranjero. O creo haberla visto. En el castillo del Encantador, los muebles hablaban, cantaban, tomaban parte poética y burlona en la acción. Una puerta tocaba al abrirse una fanfarria pomposa o chirriante. No había cojín que al sentársele alguien no gimiera alguna frase cortés. Cada cosa desprendía melodías al rozarla.

Espero que no lleguemos a tales excesos de magia sonora. En la actualidad ya es imposible comer o beber en un café sin verse perturbado por algún concierto. Pero será maravillosamente agradable poder cambiar a nuestro antojo una hora vacía, una tarde eterna o un domingo infinito en magia, ternura o movimientos de espíritu. Hay días malos; hay personas muy solas, y no faltan aquéllas a quienes la edad o el desvalimiento encierran consigo mismas, que ya se conocen de sobra. Héte aquí que esos ratos vacíos y tristes y esos seres destinados al bostezo y los pensamientos taciturnos son ahora dueños de adornar su ocio o de infundirle pasión. Tales son los primeros frutos que nos ofrece la nueva intimidad de la Música y la Física, cuya alianza inmemorial ya nos había dado tanto. Y se verán muchos otros.

Caravan. Otra lamparita

Mi querida Atherida me ha propiciado ahora mismito otro disfrutón musical antediluviano, indirectamente, a través del Caravan de Duke, pero que me ha llevado inmediatamente a mi Caravan, al mío, al glorioso grupo de los setenta. He ido corriendo al Youtube y aquí lo tengo ya también. De veras que este mundo parece maravilloso cuando a uno le ocurren estas cosas... Y el ciberespacio ni te cuento. Oh, "Duke" mío, qué gloriosísimo souvenir del pasado que se revuelve de nuevo y se resiste a desaparecer del todo...

viernes, 5 de marzo de 2010

El hombre veloz

A veces el cine te depara sorpresas verdaderamente maravillosas. Justo cuando faltan sólo unas horas para que a alguno de los artefactos tecnológicos más osados que podamos imaginar lo encumbren definitivamente con el Óscar de este año, para que le concedan tal vez el preciado galardón a Avatar, la película de Cameron que ha encandilado con su tercera dimensión (pero con muy poquito más, según yo creo) a hole the word, justo ahora que a lo mejor se lo dan a Distrito 9 o a Bigelow por su desde luego magnífica En tierra hostil, (íntimos contendientes ésta y aquél también, tiene gracia, tras romper su relación sentimental), justo en este momento, digo, de anual paroxismo cinematográfico, va y se estrena en España, en salas recónditas, cómo no, y con un retraso de siete años, eso sí, Atanarjuat, la leyenda del hombre veloz, del canadiense-inuit (esquimal, vamos) Zacharias Kunut.
Esta película de Kunut nada tiene que ver con los oscarizables artefactos citados. Aunque no sé, tal vez quisieran para sí ser como la de Kunut una de esas pocas películas que provocan nuestra reflexión sobre la naturaleza del cine, sobre la naturaleza del arte en general también, sobre si la aberración temática, pongo por caso, o el alarde técnico o las piruetas ideológicas son necesarias hoy, casi ineludibles, para poder considerar artística en su rango más elevado una obra que pertenezca, como ésta pertenece, a nuestra más absoluta contemporaneidad. Desde luego Atanarjuat es un ejemplo, un eminentísimo ejemplo de que no tiene por qué ser así, de que puede ser suficiente para alcanzar una excelencia artística de considerables dimensiones la lúcida honestidad de una historia sin recodos, la meridiana conciencia de lo que se puede y se debe hacer con los medios con los que se cuenta y la valentía de eludir cualquier truco que atente contra la inteligencia del espectador (o lector, o contemplador, u oyente...), después de todo, ningún recurso que no poseamos ya desde que podemos acordarnos los habitantes de este planeta. Y es por eso mismo que se me antoja una de esas contadas películas que ponen en evidencia la concepción más moderna del arte, del séptimo, en este caso, en las cuales su desarmante simplicidad es inversamente proporcional a la emoción que transmiten y al estado hipnótico que provocan. Es por eso que pienso en Atanarjuat como un artefacto a su vez corrosivo por el destierro absoluto al que se ve sometido cualquier artificio fílmico, y la sitúo desde ahora mismo al lado de esas otras contadas excepciones que hacen que la ficción se asemeje a nuestra incómoda realidad y no al revés, como viene siendo habitual, como se hace en Los muertos, de Lisandro Alonso, o en Bab'aziz, el sabio sufí, de Nacer Khemir, en la que pude admirar en primerísimo plano uno de los rostros más bellos que haya visto en mi vida; o en Dersu-Uzala, de Kurosawa, o en Madre e hijo, de Sokurov, o en la española, eso creo, desde luego, La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta, junto con un etc. muy cortito tal vez. Ninguna de ellas, curiosamente, del otro lado del Atlántico.

Atanarjuat pone en imágenes, en fin, y en tres horas de metraje que parecen cortas, una leyenda del pueblo Inuit en la cual un espíritu maligno siembra en una familia esquimal a través de sus mujeres (lo siento, chicas, pero está documentado) la discordia hasta llegar al crimen. Atanarjuat se queda con Atuat, la prometida de Oki, lo que provoca la rivalidad inicial. Poco después toma como segunda esposa a Puja, la hermana de Oki, que resulta ser una intrigante de cierto calibre. Cuando la descubre fornicando con su hermano Amaqjuaq en la misma tienda de campaña donde cohabitan, Atanarjuat la golpea y Puja vuelve al campamento de su padre y de su hermano y les cuenta que ha huido porque querían matarla. Oki y los suyos van entonces a buscar a Atanarjuat. Matan a su hermano, pero Atanarjuat logra escapar corriendo complemamente desnudo a través del desierto de hielo. Lo persiguen sin éxito y abandonan dándolo por muerto. Mientras, Atanarjuat ha sido encontrado al borde de la muerte por una pareja de ancianos que lo cuidan hasta que se restablece. Vuelve entonces al campamento de Oki, donde vive de nuevo su amada esposa Anuat totalmente marginada ahora tras ser violada por su antiguo novio, quien se ha erigido en jefe ya por la muerte de su padre al que él mismo asesinó. Atanarjuat desafía a Oki, lo vence y conjura después al espíritu maligno ayudado por los ancianos. Finalmente Oki y su hermana Puja como causantes del mal reinante son expulsados del clan. Así podrán vivir en paz y concordia ya para siempre las generaciones posteriores. El bien vence al mal, concluye la historia. Una historia que, como vemos, no puede ser más simple. Épica, homérica en su desarrollo, desde luego, pero sin un atisbo de grandilocuencia, de impostura, de arrebatadas pasiones pese a la tragedia que se narra, el hueso limpio nada más, lo cual hace que, según creo, resulte de una enorme eficacia pese a sus esteretipos.

Y mientras la acción transcurre lenta, muy lentamente, mientras se dosifica de manera que sin darnos cuenta casi nos atrapa manteniendo viva siempre nuestra curiosidad, vamos contemplando igualmente cómo la cámara, con evidente afán documental, se demora en la cotidianeidad de unos seres que nos parecen de otra galaxia, en sus rostros, en sus manos, en sus quehaceres diarios, en sus tradiciones, en sus alegrías y en sus duelos; contemplamos también los hermosísimos, inhóspitos, difícilmente accesibles paisajes de un lugar imposible al norte de nuestro planeta... Cinéma vérité, llamaron los franceses en su día a esta manera de entender el cine. Pero puede que ya estén antiguos, no sé. En cualquier caso, esta maravillosa sorpresa fílmica que me he encontrado ahora es una lección magistral de cómo se puede hacer Cine de verdad sin tener que estar inmerso en el diabólico engranaje de la industria occidental, de cómo puede hacerse una obra inmensa, no ambiciosa, sólo artísticamente inmensa, de espaldas a los presupuestos, universales ya casi, del uso y el desecho inmediato. A su modo, Atanarjuat rinde tributo también a Robert Flaherty, y cierra el círculo iniciado hace noventa años por su Nanuk el esquimal, la película que planteó por primera vez la concepción de lo que debería ser el cine documental, alejado del turismo de sobremesa que todavía nos mantiene con frecuencia adosados a la pantalla.

Dije antes que Bab'aziz me deparó en su día el gozo de poder disfrutar en primerísimo plano del rostro más bello que tal vez haya visto en mi vida en una pantalla. Pongo aquí el trailer de la película como solaz para aquellos que se hayan atrevido a llegar a este punto de mi comentario. No es lo mismo que verlo en una pantalla de quince metros de largo, claro está, pero capturad la imagen cuando aparezca el rostro y decidme, decidme...

lunes, 1 de marzo de 2010

Explorador celeste

Llevo tiempo con una canción en la cabeza. Un tema que escuchaba exaltado hace muchos, muchísimos años, un tema de esos que te hacían (que me hacía, vamos) agitar con fuerza la cabeza y dar alguna vueltecita que otra cuando era un jovenzuelo algo alocado (ya no, ¿eh?, ya no). Uno de esos temas que mágicamente se te aparecen sin saber cómo procedente de lo más apartado de tu existencia, absolutamente sepultado como estaba ya por el tiempo y renacido ahora. Es fascinante ese proceso de recordar de pronto algo que conservas latente (lo constatas después) y que tal vez una señal desconocida ¿predeterminada? haga que el mecanismo se ponga en marcha, como en la estupenda película de Frankenheimer El mensajero del miedo, aunque algo menos apocalíptico, eso sí. Pues me acordé de ese tema hace tiempo, pero mi obstusa memoria no quiso proporcionarme todos los datos. Me empeñé en pensar que era de Moris. Y por ese autor lo he buscado, claro, infructuosamente. Ahora otra puta casualidad ha hecho que me asome a fisgonear en la lista de amigos del facebook de mi buen amigo Eduardo Tornay y que me encuentre a uno que dice que es su amigo (pero yo no me lo creo, pues esos amigos del facebook son la mayoría bastante falsos, para que nos vamos a engañar...). Mi amigo Tornay dice que es amigo de Sergio Makaroff, è voila, se encendió otra lamparita en mi trasto mental. ¡Claro, era Sergio Makaroff!, no Moris, el autor de mi canción misteriosa "Explorador celeste". ¡Albricias, la he encontrado!, me he dicho. Y me he apresurado a ponerla aquí para que no vuelva a escurrírseme. Yo la he escuchado ya varias veces, y alguna vueltecita que otra he dado, sí...