sábado, 30 de octubre de 2010

Correspondencias, de Hugo Abbati





















Acaba de salir la novela de Hugo Abbatti Correspondencias. Esta novela narra con acento bernhardiano el derrumbamiento progresivo de dos conciencias. Los dos polos de la correspondencia que se reinicia de improviso y tras mucho tiempo de silencio entre dos amigos (y entre terceros conocidos), se establecen entre un mundo cerrado y metodológico (ciencia) y otro sometido a las presiones sociales, políticas o económicas (la vida misma); desde un aislamiento elegido con una finalidad prefijada (relaciones virus-proteínas), hasta un destino más convencional que incluye mujer e hijos y la lucha por la existencia en condiciones precarias. El igualmente progresivo deterioro gramatical y sintáctico de los personajes, ejercitado con habilísima intención, pretende dar cuenta de ese derrumbe que (nos) advierte poco a poco de la ausencia de tierra firme. Hacerse cargo de esta incertidumbre es lo que ellos no podrán evitar.
Hugo Abbati nos propone aquí un interesantísimo juego estructural, a través del cual vemos cómo la vida (la de estos personajes, al menos), vista muy de cerca, pierde su forma y se diluye en esa incertidumbre radical. Ensaya, en fin, con verdadera eficacia tanto artística como emocional, una suerte de parábola sobre la incidencia del progreso tecnológico y científico en nuestro discurrir cotidiano. Todo comienza con la anécdota del gato…

Os la recomiendo vivamente, con toda mi energía, estoy seguro de que la disfrutaréis como lo he hecho yo.

viernes, 29 de octubre de 2010

Poesía

Escribió Marta Sanz en El Cultural de la semana pasada:

Acabo de ser jurado en un premio de poesía. Leo poemarios que recomiendan silencio y otros que son adivinanzas. Leo haikús y textos órficos, telúricos, románticos y metafísicos. Versos civiles y sobre la identidad. Heptasílabos y endecasílabos, sonetos alicatados hasta el techo como los cuartos de baño. Leo artesa, azadón, jofaina, objetos de una aldea que ya no existe. Poemas trascendentes y poemas jocosos, los más soberbios. Leo tantas metáforas que ya no las oigo: noche, laguna, niebla, bruma, metáforas de meteorólogos que dan el parte con la luz apagada. Pienso que leer poesía ya no merece la pena o que quizá me estoy volviendo demasiado letraherida. Me pregunto qué ando yo buscando en los poemas. Me corrijo: me gusta leer poniéndome en el lugar del que escribe, pero sin practicar esa forma de piedad que es una falta de respeto. De repente, me paro ante una imagen de lo triste: alguien mete un grillo en una caja de Nivea, lo cuida, le da de comer, lo ve morir. Aprendo que me gustan los poemas ariscos que ni son un libro abierto ni encierran su significado dentro de una cripta. Los poemas que suenan a poemas sólo hasta cierto punto.

Para qué voy a añadir yo algo más...

sábado, 16 de octubre de 2010

Ficciones

Mi querido amigo Vicente Luis Mora confesó en el número 323 de la revista Quimera y antes en su blog que era él el único y exclusivo autor de la totalidad de los textos incluidos en el número 322 de esa revista. Una falsificación absoluta de un número que estaba dedicado a la falsificación literaria, para mayor abundamiento. Un formidable engaño que perpetró, dijo, para poner en evidencia los mecanismos de legitimación, recepción, tal vez canonización, etc., que operan en la Literatura. Aparte del indudable mérito artesanal e inventivo, con dificultades añadidas en cuanto a la asunción de voces y modos de colaboradores habituales de la publicación, a mí me pareció, más que un rimbombante ejercicio de desenmascaramiento, etc., etc., una magnífica broma con la que me he reído hasta de mi propia credulidad, y con la que se debe haber reído bastante más el autor, dicho sea de paso. Hasta aquí bien, en cualquier caso, muy bien, diría. Pero otra cosa es ya que me incline yo a pensar que ese altísimo correctivo que se pretendía (y que nos merecemos tanto) hubiese surtido mucho mejor su efecto corrosivo si no se hubiera descubierto el engaño al día siguiente como quien dice, si hubiese dejado el impostor su rastro únicamente en esa nómina de colaboradores del final de la revista, en la cual todo es falso también, claro está. Todo menos su nombre y su confesión del crimen. Habría que haberlo dejado dicho ahí solamente, pienso, para que se desarrollara y actuase esa grandiosa falsificación con todo el poder corrosivo que posee sin duda. E insistir en ella todo lo que fuera preciso. No sé, tengo la sensación de que al descubrirse el fraude tan pronto, se desactivó el poderoso virus. Aunque algunos de los colaboradores inexistentes hayan ido a parar ya al buscador académico de Dialnet. Incluso así, no sé.

Entretanto, mi querido amigo David Roas coordinó ese mismo mes de septiembre el número 765 de la revista Ínsula dedicado a la literatura fantástica llevada a cabo en España en los últimos treinta años. Aquí sí son todos los colaboradores reales, existentes, consistentes como usted o como yo. Conozco a Juan Jacinto Muñoz Rengel, a David, a Ana Casas... No hay engaño. No hay trampa. Pero todos ellos se ocupan paradójicamente de algo que, por fantástico, escapa a nuestra noción de realidad, de algo que "no puede ser nombrado ni descrito con precisión", como se dice por ahí, de algo que en puridad, entonces, no existe. Y todos ellos se esfuerzan enternecedoramente en dotar de un cuerpo físico, tangible, verdadero, a lo que no puede poseerlo en modo alguno. No veo lo fantástico, no puedo verlo, pero los veo a todos ellos claramente. Así que, pienso, en Quimera algo fantástico, algo que no existe, me muestra una realidad a la que podría abscribirme sin conflicto, en Ínsula en cambio la realidad constatable me persuade con una invención ciertamente conflictiva.

Entretanto, mi querido amigo Hugo Abbati me había contado ya la inquietud que sintió en una recóndita aldeúcha de Benin este verano, cuando una caterva de niños negros como el tizón se pasaba de mano en mano la cámara digital G7 de última generación, que previamente le había arrebatado sin permiso, decía, y empezaba a disparar a diestro y siniestro. Una realidad ahora hablándome de otra realidad tal vez que quedó plasmada en la imagen que acompaña esta entrada, es decir, que ya no existe.

Entretanto, yo escribo esto sin saber muy bien si es falso o no, si yo mismo soy una invención, si soy realmente yo el que escribo, o es otro tal vez usurpando mi nombre y mi contorno, como afirmaba Borges del otro Borges; si mi identidad se diluirá en este texto o saldrá reforzada, ya física, a través del nombre que ahora digo, el mío, Francisco Javier Torres. El que soy. O no. Finalmente, no sé dónde ponerme.

jueves, 7 de octubre de 2010

El Nobel de Vargas

He aquí la mía, una más entre la infinidad de voces que se han alzado para celebrar el Premio Nobel de Vargas. Desde luego que yo también me uno sin dudar a esa infinidad de voces que ha aclamado la acertada, esta vez sí, concesión a Vargas del tantas veces controvertido galardón. Sin hacer patria lingüística. Sin reservas ideológicas. Simple y llanamente porque me parece un novelista excepcional.
Digamos que hace no demasiado tiempo que yo podía considerarme sólo un lector ocasional de novelas. Leía novelas, claro está, y no pocas han caído a estas alturas, pero no dejaba de acompañarme casi siempre, y aun algo lo hace todavía, no crean, el pésimo juicio que sobre ese género tenía Cioran. Por cioraniano entonces (y ahora, ay), no pude, no podía considerarlo mi género predilecto, lo cual me sirvió también tal vez para ocultar mi pereza, no hace falta que nos engañemos. Ya no pienso igual. A pesar de no olvidar ese juicio negativo que tanto me influyó, reconozco que he sido muy feliz leyendo novelas, mucho más de lo que nunca hubiera podido imaginar en los tiempos de mi más acendrada negación. Uno de esos momentos de júbilo casi inexpresable me lo proporcionó precisamente Vargas. Ocurrió cuando leí hace cosa de cuatro veranos La fiesta del chivo. Leí esa novela absolutamente embebido por su asombrosa e hipnótica energía fabuladora. También lingüística. Literaria. A partir de esa lectura creo yo que pude considerarme rehabilitado del todo para la causa novelística que apoyo hoy con fruición (y manteniendo intacta mi admiración por Cioran, ¿eh?, que conste). Por eso tengo que estarle agradecido a Vargas. Y por eso me alegro tanto de que le hayan dado el premiazo de los premiazos, que, como muchas veces se dice (y no hay duda en esta ocasión), adorna más a quien lo da que a quien lo recibe.
Por cierto, una maldad: el duelo Vargas/García va por tablas. ¿A qué nivel se librará el próximo asalto?
Por cierto, después de leer ese verano La fiesta del chivo, me cargué Libra de Don De Lillo. Otro rendimiento. Pero eso lo cuento ya otro día...