
Entretanto, mi querido amigo David Roas coordinó ese mismo mes de septiembre el número 765 de la revista Ínsula dedicado a la literatura fantástica llevada a cabo en España en los últimos treinta años. Aquí sí son todos los colaboradores reales, existentes, consistentes como usted o como yo. Conozco a Juan Jacinto Muñoz Rengel, a David, a Ana Casas... No hay engaño. No hay trampa. Pero todos ellos se ocupan paradójicamente de algo que, por fantástico, escapa a nuestra noción de realidad, de algo que "no puede ser nombrado ni descrito con precisión", como se dice por ahí, de algo que en puridad, entonces, no existe. Y todos ellos se esfuerzan enternecedoramente en dotar de un cuerpo físico, tangible, verdadero, a lo que no puede poseerlo en modo alguno. No veo lo fantástico, no puedo verlo, pero los veo a todos ellos claramente. Así que, pienso, en Quimera algo fantástico, algo que no existe, me muestra una realidad a la que podría abscribirme sin conflicto, en Ínsula en cambio la realidad constatable me persuade con una invención ciertamente conflictiva.
Entretanto, mi querido amigo Hugo Abbati me había contado ya la inquietud que sintió en una recóndita aldeúcha de Benin este verano, cuando una caterva de niños negros como el tizón se pasaba de mano en mano la cámara digital G7 de última generación, que previamente le había arrebatado sin permiso, decía, y empezaba a disparar a diestro y siniestro. Una realidad ahora hablándome de otra realidad tal vez que quedó plasmada en la imagen que acompaña esta entrada, es decir, que ya no existe.
Entretanto, yo escribo esto sin saber muy bien si es falso o no, si yo mismo soy una invención, si soy realmente yo el que escribo, o es otro tal vez usurpando mi nombre y mi contorno, como afirmaba Borges del otro Borges; si mi identidad se diluirá en este texto o saldrá reforzada, ya física, a través del nombre que ahora digo, el mío, Francisco Javier Torres. El que soy. O no. Finalmente, no sé dónde ponerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario