viernes, 29 de octubre de 2010

Poesía

Escribió Marta Sanz en El Cultural de la semana pasada:

Acabo de ser jurado en un premio de poesía. Leo poemarios que recomiendan silencio y otros que son adivinanzas. Leo haikús y textos órficos, telúricos, románticos y metafísicos. Versos civiles y sobre la identidad. Heptasílabos y endecasílabos, sonetos alicatados hasta el techo como los cuartos de baño. Leo artesa, azadón, jofaina, objetos de una aldea que ya no existe. Poemas trascendentes y poemas jocosos, los más soberbios. Leo tantas metáforas que ya no las oigo: noche, laguna, niebla, bruma, metáforas de meteorólogos que dan el parte con la luz apagada. Pienso que leer poesía ya no merece la pena o que quizá me estoy volviendo demasiado letraherida. Me pregunto qué ando yo buscando en los poemas. Me corrijo: me gusta leer poniéndome en el lugar del que escribe, pero sin practicar esa forma de piedad que es una falta de respeto. De repente, me paro ante una imagen de lo triste: alguien mete un grillo en una caja de Nivea, lo cuida, le da de comer, lo ve morir. Aprendo que me gustan los poemas ariscos que ni son un libro abierto ni encierran su significado dentro de una cripta. Los poemas que suenan a poemas sólo hasta cierto punto.

Para qué voy a añadir yo algo más...

2 comentarios:

Roberto Tega dijo...

Al final va a ser que la poesía es un medicamento a medida, y últimamente estamos todos bastante enfermos...

Anónimo dijo...

Cómo me pone El Cultural, la verdad, con una pizca de mermelada sobre la rebanada de mantequilla. '¡Que me perdone er zeñó!'