jueves, 7 de octubre de 2010

El Nobel de Vargas

He aquí la mía, una más entre la infinidad de voces que se han alzado para celebrar el Premio Nobel de Vargas. Desde luego que yo también me uno sin dudar a esa infinidad de voces que ha aclamado la acertada, esta vez sí, concesión a Vargas del tantas veces controvertido galardón. Sin hacer patria lingüística. Sin reservas ideológicas. Simple y llanamente porque me parece un novelista excepcional.
Digamos que hace no demasiado tiempo que yo podía considerarme sólo un lector ocasional de novelas. Leía novelas, claro está, y no pocas han caído a estas alturas, pero no dejaba de acompañarme casi siempre, y aun algo lo hace todavía, no crean, el pésimo juicio que sobre ese género tenía Cioran. Por cioraniano entonces (y ahora, ay), no pude, no podía considerarlo mi género predilecto, lo cual me sirvió también tal vez para ocultar mi pereza, no hace falta que nos engañemos. Ya no pienso igual. A pesar de no olvidar ese juicio negativo que tanto me influyó, reconozco que he sido muy feliz leyendo novelas, mucho más de lo que nunca hubiera podido imaginar en los tiempos de mi más acendrada negación. Uno de esos momentos de júbilo casi inexpresable me lo proporcionó precisamente Vargas. Ocurrió cuando leí hace cosa de cuatro veranos La fiesta del chivo. Leí esa novela absolutamente embebido por su asombrosa e hipnótica energía fabuladora. También lingüística. Literaria. A partir de esa lectura creo yo que pude considerarme rehabilitado del todo para la causa novelística que apoyo hoy con fruición (y manteniendo intacta mi admiración por Cioran, ¿eh?, que conste). Por eso tengo que estarle agradecido a Vargas. Y por eso me alegro tanto de que le hayan dado el premiazo de los premiazos, que, como muchas veces se dice (y no hay duda en esta ocasión), adorna más a quien lo da que a quien lo recibe.
Por cierto, una maldad: el duelo Vargas/García va por tablas. ¿A qué nivel se librará el próximo asalto?
Por cierto, después de leer ese verano La fiesta del chivo, me cargué Libra de Don De Lillo. Otro rendimiento. Pero eso lo cuento ya otro día...

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