domingo, 14 de febrero de 2010



Antonio Carvajal me manda este enlace a un romance suyo publicado en La nave de los locos, el blog de Fernando Valls, en el que da su parecer sobre las recientes excavaciones llevadas a cabo en Víznar para buscar los restos de Lorca. Sin desperdicio, ingenioso, certero y socarrón, como comprobarán...

sábado, 13 de febrero de 2010

Pintar sin pintura












No son salvas, no, lo que dispara el amigo Verdú aquí en este artículo sobre el onanismo del arte más cool, los galeristas modelnos, curators, críticos y demás fauna que puebla el mundillo plástico. No es impertinente tenerlo en cuenta ahora ante la inminencia del paroxismo arquístico. Como tampoco está de más echarle un ojo a éste otro, publicado en ¡2007!, (antiquísimo ya, hay que joderse) pese a tratar un orden creativo distinto, pues no resulta menos pertinente ahora que estamos en plena vorágine de que si tú, que si yo, que si él en la convulsa narrativa hispánica contemporánea.

sábado, 6 de febrero de 2010

Razones para leer

Estaba yo hace algunos años leyendo Biblioclasmo, la estupenda "historia perversa de la literatura" de Fernando R. de la Flor, cuando recibí un correo electrónico de, me parece, no estoy seguro, la oficina de Carmen Balcells, tal vez de la editorial Tusquet, no sé, pero por ahí. Me pedían en él un texto de elogio y defensa de la lectura, para incluirlo, decían, en una publicación colectiva que estaban preparando con textos al respecto escritos por "reconocidas personalidades del sector" (ja, dije, yo para mí). Lo escribí, claro, pero debido a mi lectura de ese instante, me salió un tanto intempestiva la sugerencia. Un exabrupto más o menos, vaya, que me hace gracia encontrar ahora:

RAZONES PARA LEER: Más bien razones para no hacerlo, que está esta existencia nuestra llena de ellas. Pero para leer… Es abrumadora la tiranía tipográfica en que vivimos inmersos los lecto-escritores (esto es, la gran mayoría de los lectores de verdad, los que leen hasta las hojas del calendario, o los papeles rotos por las calles, que decía nuestro recién decapitado Cervantes). Ni en once vidas llegaríamos a leer una onceava parte de lo que hay escrito, de lo que se imprime o se ha impreso. Y sin embargo nos aplicamos a ello desafiando la angustia que produce esta situación descabellada. ¿Por qué? No lo sabemos. Tal vez nos haya tocado esto como a otros les tocó hacer casas. Es como para volvernos locos de remate, si no lo estamos ya. Leed con todo, leamos, que algo queda, poco, pero queda, ya lo decía Unamuno.

De la publicación colectiva donde dijeron que lo incluirían no volví a tener noticias. Ni siquiera me contestaron dándome las gracias, por la diligencia al menos, ya que mi respuesta fue fulminante. No debió encajarles demasiado bien mi texto, pienso yo, en su proyecto, creo que no.

Por lo demás, en este libro de R. de la Flor, entre otras magníficas provocaciones, hay una cita extraída de un entremés de Cervantes que me hace también mucha gracia:

Bachiller: ¿Sabéis leer, Humillos?
Humillos: No, por cierto
Ni tal se probará que en mi linaje
haya persona de tan poco asiento,
que se ponga a aprender quimeras
que llevan a los hombres al brasero
y a las mujeres a la casa llana.

Sí, es verdad, después de todo, que hay innumerables razones para leer, tantas como cualquiera de los muchos excelsos libros que hemos leído (incluida, fíjate tú, alguna bazofia), pero se pregunta uno a menudo...

lunes, 1 de febrero de 2010

El hombre que quería ser Salinger

Estuve el miércoles pasado leyendo el magnífico libro de relatos de Miguel Ángel Muñoz Quédate donde estás. Hay verdaderas joyas ahí. "Vitruvio", por ejemplo, con todo su humanístico peso davinciano de fondo (proporción, perspectiva, etc.), en el que se nos cuenta la historia de un atribulado ser, aspirante a escritor, que se somete a las más novedosas técnicas de cirugía para la implantación de brazos ajenos promovida por el siniestro Proyecto Octopus. Tres pares intrusos, no uno, como en el boceto de Leonardo de aquí al lado, de incierto origen todos ellos, se adscriben por vía clínica al cuerpo del narrador de esta inquietante y maliciosa historia buscando en fin la ansiada entrega total a la escritura. Un par de brazos "fuertes" se implanta; otro par "femenino" que lee sin descanso (El hombre sin atributos en tres días es su plusmarca); otro par de brazos "raros" que escriben a todas horas y rellenan uno tras otro los innumerables cuadernos Moleskine que le suministra su propietario ocasional, mientras el par de brazos "original" fiscaliza el resultado. Y llega a obtener así el escritorzuelo un éxito inopinado y fulgurante con su primer libro de relatos. En ocasiones, feliz, se mira al espejo con los ocho brazos extendidos y halla en ellos "un indicio de lo que podía ser la belleza", "era brazos y era bello...", afirma con convicción, poco antes de que se cierna la tragedia sobre este equipo inverosímil, poco antes de que la editorial conmine a la ahora rutilante estrella a escribir una novela (Viajeros del mes de abril, propondrán los brazos "raros" al desconcertado gerente de la empresa como título para el nuevo y escurridizo proyecto en el que no paran de pasar los vencejos...), una novela que atrape definitivamente a los innumerables lectores conseguidos, después de todo, con un genero menor. El texto es un prodigio de imaginación, contención, control narrativo y finísima ironía a partes iguales. Hay un delicioso "donoso escrutinio" sin desperdicio igualmente. Y su escena última recuerda a aquélla otra memorable al final también de Cosmópolis, la novela de Don de Lillo, en la que se encuentra de forma inevitable el protagonista con la demoledora verdad de su ilusoria aventura.

"Hacer feliz a Franz" habla así mismo de apasionados escritores que desean fervorosamente entregar su vida a esa espúrea actividad. Miguel Ángel Muñoz recrea aquí quizás la más perdurable y no poco conocida lección de sometimiento a la escritura que Kafka nos sugiere en sus diarios, por la cual todo lo que necesitaba para ser feliz en la vida era una pequeña habitación sin apenas mobiliario, papel y pluma en cantidad suficiente, y algún frugal sustento que alguien cercano le proporcionara a diario, sin intromisión alguna, mejor introduciendo ese sustento por debajo de la puerta bien cerrada. En este relato, el deseo de Kafka toma cuerpo en forma de apuesta con el hermano de Max Brod. Y se encierra Franz en el habitáculo y ve Brod cómo pasan los días y cómo va perdiendo la apuesta mientras aquél escribe sin parar y se solaza de vez en cuando con algún fragmento de Così fan tutte.



Leí el miercoles varios relatos más de este, insisto, magnífico libro. Entre ellos, claro está, el primero, uno cortito de los que alterna Miguel Ángel Muñoz con los de mayor extensión a modo de rellano, de isleta donde tomar el resuello suficiente que nos permita volver a sumergirnos de inmediato en la brumosa densidad de su media distancia, que hasta en esto parece que quiere cuidar al lector (él lo es, de los más voraces, desde luego). Este relato corto que abre el libro lleva por título "Quiero ser Salinger", y nos planta sin aviso un sonoro bofetón en el rostro cuando nos dice el narrador que quiere ser Salinger, "como lo oyen, escritor, pero Salinger". Vivir además retirado en la sierra de María, bajar de vez en cuando, eso sí, a Almería, agredir llegado el caso a algún periodista que quiera captar su imagen y, sobre todo, sobre todo, ser capaz de escribir una obra maestra (Amores impecables, propone como título para ella), "romper al primer intento la diana y luego diluirse en un par de libros añadidos", etc. Jerome David Salinger no es mala advocación, como no lo es tampoco la refencia a Kafka de antes. Es más, yo diría que son casi las dos únicas posibles si lo que se desea por encima de todo es llegar a ser un escritor, un escritor, digo, medianamente aceptable. Hay autores preferidos, mejores o peores, que gustan más o gustan menos, pero con estos dos (algún otro, claro, se podría añadir, dos, tres a lo sumo) sería suficiente para saber en qué diablos consiste la literatura y para poder amarla (y practicarla si se quiere) con toda la intensidad de la que somos capaces de disponer. Y eso es lo que encierra este libro en última instancia, un inusitado y profundísimo ejercicio de admiración por la Literatura, por la Literatura en su dimensión lectora tanto como en su versión práctica. Yo no sé si Miguel Ángel Muñoz romperá la diana con este libro, tal vez lo más probable sea que no, pero sí lo es que su religión ganará bastantes adeptos, muchos más, todos aquellos quizás que se acerquen a él, de eso sí estoy seguro.

En fin, todo esto lo leí, como digo, el miércoles. Al día siguiente se murió Salinger y se me ocurrió pensar que Miguel Ángel muy bien podría tener ahora la oportunidad que esperaba toda vez que la plaza ha quedado vacante. No es mal candidato, desde luego que no, sólo debe para ello esconderse un poquito más, lo otro casi, casi lo tiene ya hecho.