miércoles, 26 de noviembre de 2008

El ideal estético


Nietzsche es perturbador. El hedonismo y la sensualidad material que afirma incansable como constituyentes reprimidos del ser humano pueden resultar obscenos para oídos delicados. Y no es falso que su idea del hombre fuerte y sano propició cierto sesgo impositivo en algunos descerebrados. Pero por contra, nadie ha reflexionado como él, al límite, sobre los resortes de poder o conjurado las miasmas de nuestra cultura cristiana y occidental, actividades, claro está, no muy del gusto de sus fustigados sanadores profesionales. Por ello perturba, sí, pero es imprescindible desde luego que esto ocurra, si queremos atisbar siquiera la lucidez que todos debemos reclamarnos. En La gaya ciencia leemos: "Hemos arreglado para nuestro uso particular un mundo en el cual podemos vivir concediendo la existencia de cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, movimiento y reposo, forma y substancia, pues sin estos artículos de fe nadie soportaría la vida. Pero esto no prueba que sean verdad tales artículos. La vida no es un argumento; entre las condiciones de la vida pudiera figurar el error." El error, el pie inevitable de toda tolerancia... ¿Cómo pudo leerse tan mal?

El tratado tercero de La genealogía de la moral lo dedica Nietzsche a desentrañar qué cosa fuera el "ideal ascético", la castidad, etc., etc., promovido por el catolicismo y su destructiva y sutilmente inoculada idea de culpa en la grey que aniquila toda posible felicidad terrena y lo fía todo a la prometida felicidad "allendista". De la enfermedad que nos aqueja y de cómo los sacerdotes ascéticos intentan sanarnos a través de la consagración perversa al amor al prójimo, instituida como una forma de soberbia después de todo, según Nietzsche (¡es soberbio!), y a la ocupación alienante, también se ocupa con detalle. Leyéndolo se me ocurrió, no obstante la carga de profundidad de su sentido recto, cambiar algunos términos utilizados, "ascético" por "estético", por ejemplo. Poniendo en cursiva las modificaciones, salen cosas así :
"Todos los artistas , todos los artistillas, tienden instintivamente, por un deseo de sacudirse de encima el sordo desplacer y el sentimiento de debilidad hacia una organización gregaria: el sacerdote estético adivina ese instinto y lo fomenta."
"La falta de sentido del arte y no éste último, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, y el ideal estético ofreció a ésta un sentido. Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido. El ideal estético ha sido, en todos los aspectos, el faute de mieux par excellence habido hasta el momento."
"¿Qué significa que un artista rinda homenaje al ideal estético? obtenemos aquí al menos una primera indicación: quiere escapar a una tortura."
"El sacerdote estético tiene en el ideal estético no sólo su fe, sino también su voluntad, su poder, su interés. Su derecho a existir depende en todo de este ideal: ¿cómo extrañarnos de tropezar aquí con un adversario terrible, suponiendo que nosotros seamos los adversarios de este ideal?"

Hacia el final, y ya en su sentido recto, con cursivas del autor, podemos leer:
"El arte, en el cual precisamente la mentira se santifica, y la voluntad de engaño tiene a su favor la buena conciencia, se opone al ideal ascético mucho más radicalmente que la ciencia; así lo advirtió el instinto de Platón, el más grande enemigo del arte producido hasta ahora por Europa. Platón contra Homero: éste es el antagonismo total, genuino. De un lado el "allendista" con la mejor voluntad, el gran calumniador de la vida, de otro el involuntario divinizador de ésta, la áurea naturaleza." Y concluye sobre el (reproducido rectamente tambien) "ideal ascético": "Una sujeción del artista al servicio del ideal ascético (recordemos, la castidad, etc., etc.) es por ello (por lo que copiamos unas pocas líneas más arriba) la más propia corrupción de éste que pueda haber, y, por desgracia, una de las más frecuentes, pues nada es más corruptible que un artista."

Escuece algo esto ultimísimo, pero qué más da, felices como somos aquí...

domingo, 23 de noviembre de 2008

El argumento de la obra

¿A qué parte de lo expuesto tenderemos? ¿Qué nos vinculará más?, ¿el espacio?, ¿su representación?; ¿tal vez lo que se dice?, ¿lo que no?; ¿lo aéreo incorruptible –según fórmula–, lo material perecedero –según prueba–? ¿Nos sentiremos más próximos nosotros a la condensación del agua o a su símbolo, al ropaje o a su función, al pigmento o al color? ¿Será aquí lo que vemos lo que mantendrá nuestros ojos abiertos?, ¿nos hará cerrarlos algo de lo que vemos? Pero, y lo que no vemos, ¿podrá verse de algún modo?, ¿cerraremos los ojos con lo que no vemos?, ¿veremos algo entonces o está aquí ya mostrándose?, ¿hay algo que no vemos?, ¿se cifra?, ¿existe? Pero, también, ¿qué es lo que más le interesa a quien ha fijado esta escena?, ¿la figura?, ¿el sueño? ¿lo concreto o su metáfora? Ambas cosas nos da, sí, para que nosotros elijamos si es el caso, sólo nosotros. Iguales probabilidades, igual proporción. El mundo, la realidad (¿la realidad, el mundo?) se establece en su cincuenta por ciento exacto. No hay moral puesto que no hay decantación. Sólo escritura. ¿Tenemos ya el argumento? Nada nos impide entonces, si así fuera, leer estos cuadros de José Roca como es debido.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Criaturas maravillosas


Hoy he leído en el periódico una noticia escalofriante, algo (otra cosa más) que me ha erizado el pelo. De manera que Uribe (el que sea, vamos, poco importa quién, alguien con bastante imaginación, en cualquier caso) entre sus estrategias políticas y de seguridad para luchar contra las FARC puso en marcha hace tiempo un sistema de recompensas a civiles delatores, cuyas consecuencias para el "discurrir cotidiano" no nos gustaría experimentar a muchos de nosotros, desde luego. Pero además de eso, instauró un sistema de incentivos económicos a los militares según el número de bajas de guerrilleros que acreditaran. Es decir, unos pesos por cada uno de los insurrectos eliminados. En fin, cualquier empleo tiene sus objetivos de productividad marcados, los balances, las estadísticas y esas cosas, como ya sabemos. La empresa, el Estado aquí, paga según tu rendimiento. Y el militar, el empleado aquí, debe trabajar de acuerdo con esas metas. Muy bien, no mucho que objetar. Lo que ocurre es que el empleado, el militar aquí, para que no merme su poder adquisitivo al final del ejercicio(o para mantener a su líder en el sillón presidencial, quién sabe) se ha dedicado a secuestrar, asesinar y hacer pasar después por guerrilleros a indigentes, vagabundos, tarados, y otras basuras que tal vez sólo sabían de la revuelta por la televisión. En el fondo hacían un bien a la sociedad, qué duda cabe, y, de paso, se embolsaban unos pesos, y, de paso, la empresa daba beneficios. Todo en orden. Qué más daban algunos miles de indeseables menos si se mantenía, sobre todo, la cuenta saneada, se dirían. Yo imagino a quien llevó cabo el primer servicio de esta naturaleza. Quiero pensar, debo pensar, que tal vez entonces se le erizase el pelo y temblase también, que una corriente de aire frío le pasaría por la columna vertebral. Luego, en su segunda vez, veterano, atisbaría ya un nuevo orden, se atusaría el cabello ya y se dispondría a cruzar la barrera de las especies. Es aterrador.
Pero ¿y la empresa, el estado aquí?, para que su balance arroje beneficios (electorales) ha permitido esas prácticas eugenésicas como quien obvia que a uno le carguen en su cuenta corriente una póliza de seguro de vida (en diciembre, eso sí) que nunca firmó. Para el caso es lo mismo. Y esto, ¿es más aterrador o menos?

En Sicilia, han destapado también ahora una red de médicos de la sanidad pública que seguía atendiendo a sus enfermos muertos, muchos de ellos, ¡hace veinte años! No paraban de prescribirles pruebas a cargo del presupuesto comunal, claro, y a efectuar en sus clínicas privadas, a ver sí así mejoraba un poco el cadáver. Se han dado cuenta los ingenieros porque, según las estadísticas y los balances sanitarios, más del cincuenta por ciento de la población de la isla presentaba algún tipo de patología grave, lo que ha llevado casi a las autoridades a decretar la emergencia sanitaria.

Tambien supe hace tiempo de unos esclavos chinos, pero esclavos, esclavos, de los de verdad, no de los de las películas. No menos sobrecogedora resultó la imagen que se difundió. La empresa. sí, era una de las más prósperas de la zona, al parecer.

En fin, y nosotros mientras seguiremos, claro está, hablando del sexo de los ángeles, a ver si nos proporciona la conversación algunos dividendos. ¡Qué diversidad! Dan ganas de vomitar.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Pioneros

A propósito de Vicente Núñez decía hace unos meses en Córdoba esto que pego abajo. Me interesa la parte final sobre todo, ahora que ando con aquello de qué es o no es eso de la consistencia. Tal vez se aproxime a algo de lo que pudieramos decir al respecto. No sé.
De los poemas de Himnos a los árboles Vicente Núñez mismo, tan consciente de su posición siempre, dijo que quien los leyese enseguida tenía que pensar que su autor no era un poeta español, que eran obra de un poeta extranjero. Aserto interesante que nos sirve para destacar dos cosas:
1. poemas de esta calado ontológico son, en efecto, prácticamente inexistentes en nuestra literatura. No hace falta señalar más que lo justo ahora la habitual, con excepciones, lógicamente, penuria reflexiva en este asteroide español.
2. estos poemas emparentan sin intermediación alguna casi a Vicente Núñez con una estirpe de poetas que suponen sin duda lo mejor de toda la tradición literaria occidental moderna. Con Coleridge, Wordsworth, Hölderlin, por supuesto, a la cabeza de todos, pasando por Baudelaire en algún sentido, Mallarmé, Pound, Eliot, Rilke… pocos más.
Y qué es, podríamos preguntarnos, lo que hace que estos poetas señalados se nos aparezcan como verdaderos gigantes: Yo creo (y no sólo yo, vamos, lo explica también, mucho mejor que yo, Philips Silver, por ejemplo, y antes lo hizo Heidegger) que son ellos, los pioneros como Hölderlin, los que fundan un lenguaje poético distinto a la propia naturaleza de lo real de la que hasta entonces era subsidiario, y todavía lo es, lo sigue siendo en ocasiones (y con buenos resultados, no vayamos a pensar…); los que promueven la superación por fin de la supremacía del objeto natural dotando conscientemente, ahí está la clave de su grandeza, a la Poesía de esa misma cualidad de objeto, y constituyendo otra realidad autónoma en ella, en la poesía, y, por qué no, para ella, para nosotros mismos de algún modo también, para nuestra propia esencia de ser.

La muestro aquí, la esencia de ser, digo.


martes, 11 de noviembre de 2008

Lo no acabado


Duración, estabilidad, solidez, tal vez sean los términos que mejor convengan, según creo, al parecer, para intentar definir alguna cosa, algo, en su consistencia. El mar es consistente porque es durable, podemos decir. Sabemos cuándo un alimento es consistente (un buen filete, claro, el punto de una salsa, la leche de cabra). Que una teoría científica es consistente cuando no puede, digo yo, ser refutada por otra, también lo sabemos. Que el equipo ha jugado hoy con una consistencia inusual podemos afirmarlo sin rodeos (a veces); o tal vez a nuestros hijos lo mejor que podemos desearles es que vivan en una estabilidad emocional que les dé (si les da) consistencia. También el hormigón nos ofrece pocas dudas sobre su solidez, sobre su consistencia. Pero cómo podemos determinar si una obra literaria, una obra de arte, es consistente, si su naturaleza es inestable, móvil, y depende de cómo, cuándo, dónde, porqué, etc., se accede a ella. Si en una novela encontramos un argumento sólido, ¿hace eso que la podamos considerar consistente? ¿Pero qué quiere decir eso de "un argumento sólido"? Cuando fijamos un poema en la memoria, y nos acompaña ya y lo predicamos siempre ¿quiere decirse que esa durabilidad de que dispone lo hace a su vez consistente? Versificar toda la redondez del planeta, como quiso un personaje de Borges, merecería, sí, de lograrse, que se calificara tal empresa de consistente, por su densidad al menos. Pero convendríamos sin dificultad en que no está demasiado alejada del disparate supremo. La clave de la consistencia aquí, paradójicamente, está en el alfajor del mismo Borges, en las volátiles cartas de Onetti también, en la escurridiza rana de Basho. Sucede aquí, gloriosamente, un continuo negarse la consistencia empírica. Lo más alado tal vez sea lo consistente, al parecer, lo más insignificante la plomada. Lo abierto, lo indeterminado, es, inesperadamente, lo enérgico inclusivo y concluyente. No lo no acabado, lo acabado interrumpido, como decía Calvino, Ítalo.


domingo, 9 de noviembre de 2008

Bernhard dixit



En Corrección :
"Aunque a veces lo odiamos todo, nos resulta posible, o precisamente porque, a veces, lo odiamos todo, nos es posible a veces adelantar, ir adelante nada más que por odio, hacia delante. Porque somos débiles, debiluchos, no tolerar ninguna clase de debilidad. Y si no es la vida y no es la Naturaleza, es la lectura, es la vida y la naturaleza de la lectura, durante largos trechos enteros, una y otra vez, solo la naturaleza de la lectura, la vida de los libros, los periódicos, de todos los escritos posibles, tender un puente sobre la Naturaleza ininterrumpida, omitida, por medio de la lectura, que es como la Naturaleza, que es como la vida [...] Interrumpimos en puntos determinados de nuestra existencia la naturaleza de nuestra existencia, y seguimos existiendo nada más que en los libros, en lo escrito, hasta que otra vez tenemos la posibilidad, muy a menudo como otro, siempre como otro, siempre como otro subrayado, de existir en la Naturaleza, y seguimos existiendo en la Naturaleza. No aguantaríamos ininterrumpidamente una vida en la Naturaleza, que es siempre una Naturaleza libre, y por eso, una y otra vez salimos de la Naturaleza, únicamente por una razón de supervivencia, entramos en la lectura y vivimos así en la lectura durante largo tiempo y sin ser molestados. La mitad de mi vida no he vivido, existido, en la Naturaleza, sino en la lectura como Naturaleza, y sólo por esa mitad me ha sido posible la otra. "

(pag.198 y 199 de la edición de Alianza)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Consistencia


La señal de que el milenio está por concluir, decía Calvino, Ítalo, en 1985, tal vez sea la frecuencia con que nos interrogamos sobre la suerte de la literatura y del libro en la era tecnológica postindustrial. Han pasado casi treinta años desde entonces, ha concluido el milenio, y seguimos preguntándonos, menos, por la muerte de la literatura, más, por la del libro, o eso creo, al parecer. El libro, el objeto, nacido y mantenido siempre como el que conocemos, está, sí, corriendo ahora tal vez el mayor riesgo de desaparecer de toda su ya larga y gloriosa existencia. Ése hasta hace muy poco incuestionado artefacto perfecto de algún modo se problematiza ahora más que nunca debido sin duda a los avances tecnológicos de la sociedad vigente. ¿Lo hará? No lo sé, la verdad. Dicen los que reflexionan sobre el tema que tal vez quede como curiosidad de coleccionista cuando los kindles, ebook y cia. se generalicen, cuando se encuentre al fin un modo funcional y económico de acceso a la lectura. Formatos (los citados) existen ya, tentativas que no acaban de calar del todo (por ahora) siempre émulas de su referente, siempre émulas, insisto, pues su diseño no tiene fisuras, ninguna fisura. Pero las posibilidades que plantea el invento son pantagruélicas para el ávido lector. Veremos (o tal vez no).
Pero ¿y el otro elemento en cuestión?, ¿y la literatura? Si el libro, el soporte de la literatura al fin, se modifica, ¿tendrá que hacerlo a su vez la literatura?, ¿podremos mantener en ese contexto, sí,
en ese nuevo entorno monstruosamente modificado, al que con su lucidez habitual no era nada ajeno Calvino, los valores tradicionales de nuestra escritura? Mi fe en la literatura -decía también Calvino- consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar. A dilucidar esos medios dedicó Calvino su conocido ensayo Seis propuestas para el próximo milenio. Seis que fueron cinco. No llegó a dar forma a la última, quedó por escribir. Pero sí apuntó el tema, no obstante: "la consistencia" sería esa sexta propuesta inexistente, esa cualidad que da validez a cualquier argumento lógico, que hace que sea ella misma sin atisbo de contradicción, todo coherencia. Si algo podemos ver en la obra de Calvino es precisamente esa cualidad que él mismo pretendió esclarecer hace ya casi treinta años. La misma que debemos buscar sea cual sea el soporte que utilicemos.