sábado, 18 de julio de 2009

Funny games U.S.

Funny games es una película bernhardiana. Lo que interesa ahí (e inquieta sobre todo) es lo que está pasando por la cabeza de cada uno de los personajes. Queremos saber cómo la joven pareja de dulces y educados sicópatas, capaces de apreciar la perfección de un palo de golf para ganarse a su dueño, ha alcanzado ese estado de simple y total malignidad. Algo nos dicen, pero sólo para confundirnos más aún. Peter, cuenta Paul, es hijo de una familia conflictiva de condición miserable, pero no, es un chico bien mimado hasta los extremos, y homosexual. O sea, nada que nos ayude a comprender este fenómeno. Puede ser esto o aquello. Da igual. Queremos saber qué se le está ocurriendo a George para salir de la violentísima, y paradójicamente edulcorada, situación en que se encuentra, cómo afronta su postración y su ¿obligada? cobardía. O qué piensa Anna después de que su hijo haya sido brutalmente asesinado en esa memorable y densísima (y denostada) escena del salón con el comentario en la TV de las carreras de coches como banda sonora del horror. No se refieren a su hijo muerto los padres hasta mucho, demasiado tiempo después, para lo que está dispuesto a admitir el conmovido público. Por qué. Esto y nada, todo es posible en este perverso juego fílmico, lúdico hasta la exasperación tal vez, como eminente producto de la posmodernidad más acendrada, en el que el director rompe de continuo las expectativas emocionales de sus algo acomodados espectadores.
Pero no sólo, también carga contra las expectativas argumentales, las convenciones narrativas. Fíjense si no, en el cuchillo del inicio y su papel final. Nada. O en la pelotita de golf. O en el provocador rebobinado de la película para desvanecer socarronamente la catarsis liberadora de la angustia de personajes y videntes.

Un continuo juego emocional, por tanto, pero no sólo, ya digo. Un juego también metalingüístico y metaficcional en el que se nos recuerda, al final, perturbadoramente, que estamos viendo, nosotros, usted y yo, que la contemplamos estupefactos, una película, sí, pero que si la estamos viendo, entonces es que es real.

Funny games U.S. es el remake, plano por plano, de esa misma película del mismo autor de 1997. Lo que me recuerda ahora al ejercicio de idéntica naturaleza que Gus Van Sant llevó a cabo con Psicosis. Aunque, sí, como homenaje éste al maestro, no como posible autobombo y mercadeo de aquél. Dicen que varía sólo en unos pocos segundos, 20 ó 120, según los distintos cronometradores, y algo en el vestuario de la Naomi Watts, pelín más seductor. Aunque está guapa se ponga lo que se ponga esta chica.

miércoles, 8 de julio de 2009

La vaca que ríe












Un pequeño tesoro me he encontrado por ahí. Lo pongo aquí a la mano, dispendioso como soy. También para disipar las dudas respecto de nuestro origen vacuno, por si alguien las albergaba. Impagable el cacharrito en este primer vídeo. La risita del Punset, también. La carita de circunstancias de la de al lado, lo mismo. Y luego sigue y sigue y sigue... Un festín donde enredarse sin duda in summer time.

viernes, 3 de julio de 2009

Acontecimiento


Leo un "Acontecimiento" de Bernhard:

El director del colegio hace venir al maestro y lo acusa de haber abusado de uno de sus alumnos. Dice que no sabe qué decir, pero que el traslado del maestro a otro pueblo resulta inevitable. Que probablemente, sin embargo, el maestro tendrá que renunciar incluso a su profesión. Que, en cualquier caso, él tendrá que informar al director de la zona y todo el asunto tendrá consecuencias aún más graves que las que acaba de mencionar. El maestro no trata de justificarse y dice sólo que no ha abusado del alumno, y que ni se le hubiera ocurrido la idea de realizar actos como los que el director describe sin cesar con todo detalle. Sin embargo, aunque el maestro se defienda, no le sirve de nada. Queda suspendido inmediatamente en sus funciones, le dice el director, que deja que se vaya sin darle la mano como solía hacer siempre. Como el maestro no se siente culpable de nada, piensa que, con el tiempo, se demostrará su inocencia, que, sencillamente, aprovechará la suspensión para tomarse unas vacaciones. Que el rumor ni siquiera saldrá del colegio. Pero se equivoca. El rumor se extiende con la velocidad del viento, y hasta el periódico local de la ciudad lo recoge. Dice que un hombre como el maestro tendría que ser puesto a buen recaudo. Que ninguna pena sería demasiado severa para él. Que hay que proteger de él a la junventud, y especialmente a los niños, por todos los medios. Como el maestro está recién casado, el asunto le resulta doblemente desagradable. Su mujer no le cree y lo abandona al enterarse de la acusación. Sólo cuatro días después de ser suspendido, el maestro recibe ya una citación para comparecer ante la audiencia territorial. Nadie sabe qué hace antes del juicio, pero en cualquier caso, deja de mostrarse en público. Entretanto, nadie ignora ya la historia. La dueña de su casa le exige que se vaya y le devuelve el alquiler pagado por anticipado. Un día antes del juicio encuentran su cadáver en un río que va crecido, a diecisiete kilómetros del lugar de su residencia. Según se averigua, no se ha suicidado en absoluto, sino que se ha caído accidentalmente al río y se ha ahogado. Entonces el colegial se presenta y dice que toda la historia es falsa y que se la ha inventado para vengarse del joven maestro.


Esta sinopsis de Desgracia, de Coetzee, la escribió Bernhard en 1954. Es verdad que en Desgracia, de 1999, aparece además un malo remalo agazapado en las brumas tribales de Sudáfrica y que el profesor David Lurie no se "suicida", acaba quemando perros tullidos, incluso hasta el último, el que parecía que no iba a ser sacrificado, el que más logra enternecerlo, pero para el caso es lo mismo. Este "Acontecimiento" es la sinopsis de esa novela. Un "acontecimiento" a su vez extraordinario, para mí al menos, sin precio, como en la ilustración. Una cúspide alimentando a otra cúspide. Sin rubor, sin máscara alguna.
Bernhard renegó, al parecer, de estos textos primerizos, y sólo permitió su publicación bastante después de ser escritos. Es verdad que no son el Bernhard que conoceremos más tarde y que nos encandila con su fruición textual y sus obsesiones argumentales. Pero hay ahí pildoritas reconstituyentes ya, muy pronto, pues.