domingo, 11 de enero de 2009

Navidad y butifarra

En su último encuentro de antes de Navidad, nuestro grupo de lectura se conjuró para un firme propósito: escribir un relato (micro) que contuviese "Navidad" y "butifarra" (no pienso explicar aquí las razones de la asociación). Mi aportación para el día previsto será la que sigue:

Sentido y sensibilidad

Hacía ya bastante que no lo veíamos. Sabíamos de él, eso sí, por los entusiastas comentarios que íbamos recogiendo, por el interés que poco a poco había ido despertando y que observábamos a nuestro alrededor con cierta atención, entre sorprendidos y resignados. Sabíamos que andaba siempre agitadísimo, hiperactivo, de un lado para otro, lo que en buena lógica daba en hacer complicado cualquier intento de encontrarnos. Y un punto de soberbia notábamos incluso de un tiempo a esta parte en nuestras escasas, cada vez más espaciadas conversaciones telefónicas, para qué nos vamos a engañar. Por eso nos resultó tan extraña esa llamada de Nicolás proponiéndonos la visita. —Estaré por ahí en Navidad –dijo–, iré a veros. Y así lo hizo. Esa Nochebuena, esa noche en que a nosotros, a pesar de todo, se nos obviaba sistemáticamente, provocando siempre nuestros habituales sentimientos algo contradictorios, vino a casa. Traía una maleta grande. La abrió sin decir palabra y cogió un paquete que depositó encima de la mesa. Luego brindamos. Luego se marchó. Algo frío resultó el encuentro, la verdad, lo que, como era de prever, sólo consiguió aumentar el escepticismo en el que ya nos encontrábamos. No obstante, nos animamos enseguida a abrir lo que parecía un regalo para comprobar, con cierto alborozo, que contenía varias butifarras blancas catalanas. Cómo diablos había sabido de nuestra predilección total por este embutido. Fui a la cocina a coger cubiertos y una fuente con ensalada. Nos sentamos a la mesa y con algo de mala conciencia pinchamos juntos, los tres, en el roscón de carne. La deflagración ulterior nos dejó a todos, a los tres, absolutamente descabezados. Suyo fue entero el reino desde entonces, ya por fin.

7 comentarios:

Chu dijo...

Bueno... Los he leído mejores.
Jajaja, qué mala soy! Por eso, a mí ni butifarra.
Un beso, Chu.

Francisco Javier Torres dijo...

Sí, sí, claro, el tuyo por ejemplo, imagino, ¿verdad?, con ese velado homenaje corporativo. Ya, ya...

Dorotea dijo...

No sé si decírtelo... a ver cómo te lo tomas: tu cuento butifarreño me sabe a Bernhardt. El otro día, traumatizada por lo que había pasado y lo que iba a pasar, no lo tenía tan claro, pero ahora sí que lo declaro ´butifarreño bernhardtiano´.
Un abrazo con eterno agradecimiento neumático,
Dorotea

Francisco Javier Torres dijo...

Sea lo que sea lo que quieras decir, si lleva aparejado lo de bernhardiano yo debo considerarlo un cumplido. Me lo tomo como Thomas, pues, estupendamente. Y aunque matices tu comentario aclarando la idea, recurrente, por otra parte, que de lo butifarreño manejas, ya es tarde. Un cumplido,así es como me lo tomo, como Thomas, ya digo.

Dorotea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dorotea dijo...

Conociendo tu aprecio hacia Bernhardt, como cumplido te lo digo. ¿No te parece helicoidal (y no es crítica, entiéndeme, con dos ruedas pinchas no está una en posición de criticar sino de comentar exclusivamente), no te parece helicoidal, digo, tu relato que apenas avanza de un modo lineal y sin embargo integra nuevos ingredientes (no muchos, pero sabrosos) y los asimila como un embudo giratorio.
Espero una crítica despiadada de mi cuentecillo butifarreño que te espera en mi blog.
Un beso,
Dorotea

Francisco Javier Torres dijo...

Tienes razón, Dorotea, sí, yo mismo me asombro de mi propio talento a veces. Gracias.