domingo, 18 de octubre de 2009

Guerra y paz

Soy un poco desastre para mis cosas. Conservo muchas, sobre todo papeles. Infinidad de carpetas llenas de papeles que se han ido acumulando a lo largo de muchos años, montones de recortes de prensa, fotocopias de libros raros e inencontrables, apuntes de materias universitarias (¡y de instituto!) que un día me empeñé en cursar... Poemas desechados (y que no me atreví a destruir, sí, lo confieso ahora), notitas, folletos, diarios, correspondencias varias, etc., etc. Todo ello sin orden o, mejor, con el orden impuesto por el tiempo, ese fabuloso archivador. Muchas veces he pensado que ahí, en ese revoltijo de papel, estoy yo de verdad en gran medida, algo difuminado, eso sí, pero que cualquiera que a él se acercase podría tal vez trazar un nítido perfil de mi existencia, de lo que amé, de lo que amé sobre todo. Y aunque es difícil imaginar a alguien, la verdad, desbrozando el zarzal, una muy ligera esperanza, algo ilusa, lo sé, conservo sobre este asunto, provocada sin duda por la voluntad de negar la muerte ya definitiva que supone extinguirse en la memoria de todos, todos los que habitan este mundo. Yo, que no tengo historia, buscándola a pesar de la evidencia, en fin, vanitas vanitatis, ya lo dijo el clásico...
Hoy he estado revolviendo un poco más esta ensalada de papel mía, y he pensado, claro, en estas cosas. También he pensado en que alguien cercano, muy cercano en cualquier caso, dará con todos esos papeles algún día. Inevitablemente. De ahí esa ligera esperanza algo ilusa que tengo, lo sé. Y en que se dé el caso de que abra, por ejemplo, una carpeta con facturas de gastos de Bazar, la revista de literatura que hacíamos hace muchos años Emilio Chavarría y yo, y encuentre un papelito suelto con una lista de nombres que reproduzco íntegra: Pierre Bezujov, Andrei Bolkonski, Nicolai Rostov, Borís Drubetskoi, Príncipe Vasili, Dolojov, Príncipe Anatol, Conde Rostov, Viejo Príncipe Bolkonski, Kutuzov, Natasha, Sonia, Helene, Princesa María. ¿Qué diría, me pregunto, que el dueño de esa carpeta amó una vez a cierto autor ruso, que adoró su novela hasta el punto de que todos sus personajes de ficción se inmiscuyeron en sus mundanos y enojosos asuntos económicos aquí en la tierra? Si, como es probable, tal vez no sepa quién es Tolstoi, ¿pensará entonces, debido a su ignorancia, que mantuvo su dueño relaciones inconfesables con la mafia rusa? Tiene gracia, y me gustaría poder saberlo, otra vanitas...
En fin, esta entrada tan melancólica, lo sé, la hubiera encontrado deplorable Thomas Bernhard, él, tan inclinado, con razón, a la aniquilación, a la extinción total de toda la basura que somos y hacemos y defecamos. Pero qué le vamos a hacer, no siempre uno puede estar en forma, uno puede tener de vez en cuando sin duda uno de esos, de estos, días malos...

2 comentarios:

Roberto Tega dijo...

Que todos sus días sean malos, si con ello nos gratifica con reflexiones tan bien escritas.
Con su permiso.

Francisco Javier Torres dijo...

Tampoco está mal, no, adornar la cosa con lectores de tu calidad, apreciado Tin. Se arreglan bastante, mucho, esos momentos melancólicos. Pasajeros, en cualquier caso. Siempre volvemos rápido a nuestras cosas y seguimos acumulando polvo y trastos como si tal (je, je). Aunque ya cada vez menos, nada casi, la verdad, dado el estado actual de informatización de la sociedad de la información, que lo hace casi absolutamente innecesario, para qué nos vamos a engañar. Así yo.