
Hoy he estado revolviendo un poco más esta ensalada de papel mía, y he pensado, claro, en estas cosas. También he pensado en que alguien cercano, muy cercano en cualquier caso, dará con todos esos papeles algún día. Inevitablemente. De ahí esa ligera esperanza algo ilusa que tengo, lo sé. Y en que se dé el caso de que abra, por ejemplo, una carpeta con facturas de gastos de Bazar, la revista de literatura que hacíamos hace muchos años Emilio Chavarría y yo, y encuentre un papelito suelto con una lista de nombres que reproduzco íntegra: Pierre Bezujov, Andrei Bolkonski, Nicolai Rostov, Borís Drubetskoi, Príncipe Vasili, Dolojov, Príncipe Anatol, Conde Rostov, Viejo Príncipe Bolkonski, Kutuzov, Natasha, Sonia, Helene, Princesa María. ¿Qué diría, me pregunto, que el dueño de esa carpeta amó una vez a cierto autor ruso, que adoró su novela hasta el punto de que todos sus personajes de ficción se inmiscuyeron en sus mundanos y enojosos asuntos económicos aquí en la tierra? Si, como es probable, tal vez no sepa quién es Tolstoi, ¿pensará entonces, debido a su ignorancia, que mantuvo su dueño relaciones inconfesables con la mafia rusa? Tiene gracia, y me gustaría poder saberlo, otra vanitas...
En fin, esta entrada tan melancólica, lo sé, la hubiera encontrado deplorable Thomas Bernhard, él, tan inclinado, con razón, a la aniquilación, a la extinción total de toda la basura que somos y hacemos y defecamos. Pero qué le vamos a hacer, no siempre uno puede estar en forma, uno puede tener de vez en cuando sin duda uno de esos, de estos, días malos...
2 comentarios:
Que todos sus días sean malos, si con ello nos gratifica con reflexiones tan bien escritas.
Con su permiso.
Tampoco está mal, no, adornar la cosa con lectores de tu calidad, apreciado Tin. Se arreglan bastante, mucho, esos momentos melancólicos. Pasajeros, en cualquier caso. Siempre volvemos rápido a nuestras cosas y seguimos acumulando polvo y trastos como si tal (je, je). Aunque ya cada vez menos, nada casi, la verdad, dado el estado actual de informatización de la sociedad de la información, que lo hace casi absolutamente innecesario, para qué nos vamos a engañar. Así yo.
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