lunes, 5 de octubre de 2009

José Antonio Muñoz Rojas. Recordatorio

Este texto lo escribí y publiqué en El correo de Sevilla en 1994, cuando pocos, muy pocos aún, éramos los que conocíamos al maestro antequerano. He disfrutado muchos años de su amistad y ahora se ha muerto. Aunque esperado el trance (habría cumplido 100 años este próximo viernes 9 de octubre), no ha sido menos doloroso. Lo dejo aquí como pequeño homenaje y recordario.


José Antonio Muñoz Rojas. Recordatorio

Quizás sea Torrente Ballester, en su Panorama de la Literatura Contemporánea, quien mejor haya acertado a definir la responsabilidad de todos los que tras la guerra permanecieron en España. “Corresponde a los que aquí permanecieron –dice– el honor y el dolor de mantener contra viento y marea la continuidad cultural española, de servir de puente entre las generaciones anteriores y las siguientes a la guerra. […] Son los que tras la guerra de 1936, restauraron la vida intelectual de España, la mantuvieron en conexión con Europa y cuidaron de mantener su vida y su altura.” Mucho antes, ya había manifestado Dionisio Ridruejo el empeño que movía a estos hombres: “deberá ser el de fraguar verdaderamente la síntesis de lo heredado para darlo a su vez en herencia”. Lo heredado era una palabra poética en proceso de rehumanización tras los juegos estéticos a los que había sido sometida a lo largo de la década de los años veinte; una incipiente búsqueda de lo más radicalmente humano, el deseo de restablecer el contacto entre la poesía y la vida. Se rescata a Bécquer, a Garcilaso, se defiende la impureza de la poesía desde las páginas de Caballo verde para la poesía… Así estaban las cosas antes del conflicto. Y éstas dan lugar después a una vuelta a los maestros del 98, con Unamuno y Machado a la cabeza. De Unamuno tomarán la visión trascendente y angustiada del hombre en el mundo; de Machado, el gusto por una poesía sencilla y familiar. Se adopta también, como divisa no expresa, a partir de Abril, de Luis Rosales, el verso de Vallejo “hacedores de imágenes, devolved la palabra a los hombres”. La poesía ahora va a caracterizarse por la utilización de la palabra poética con significado pleno frente al lugar predominante que ocupaban los tropos unos años atrás. Salvo este rasgo tan característico, en esencia, el grupo de poetas que constituye la llamada Generación de Posguerra no es formalmente innovador. El clasicismo estrófico de sus composiciones era algo que estaba en los poetas inmediatamente anteriores, lo mismo que el verso libre. Es en el aspecto temático donde puede hablarse de innovación con la vuelta a un intimismo neorromántico que había quedado proscrito; con la adopción también y sobre todo, de un tono trascendente en línea directa con Dios.
Es muy delicado hablar de modas poéticas referidas a esta última temática, pero, sea por las tristes circunstancias por las que atraviesa la sociedad en esos momentos, por la presencia constante de la Iglesia que va a ocupar posiciones postridentinas, o por el talante bastante más conservador de estos autores (sin olvidar la decisiva influencia que sobre algunos de ellos va a ejercer el pensamiento de Xavier Zubiri acerca de la poesía como contemplación y del hombre como verdadera luz de las cosas), lo cierto es que hay ahora un verdadero desbordamiento metafísico y religioso fácilmente observable en todos ellos al margen de su evolución posterior, desde Luis Rosales a Blas de Otero, pasando por Celaya, Vivanco o Crémer.
Muñoz Rojas, por edad y por sensibilidad participa de los rasgos y temas apuntados y debe su fama a libros que mantienen el registro amoroso, si bien trascendente. Un sello personal e inconfundible, una “dulce ironía” y un “ingenuo cinismo” hacen sin embargo de su Ardiente jinete y de sus Cantos a Rosa, sobre todo, dos de los libros de poesía amorosa más atípicos y refrescantes del panorama lírico entonces dominante.
Pero al lado de esta veta cultivada con asiduidad y maestría, se encuentra la claramente metafísica y religiosa. Quizás el pudor por lo que tiene de descubrimiento total del alma, tal vez el lúcido deseo de que no se tomara como algo circunstancial o anecdótico, lo cierto es que Muñoz Rojas no la ha hecho pública de forma ordenada y en conjunto hasta la reunión de casi toda su poesía en un solo volumen editado hace pocos años en Málaga por Cristóbal Cuevas: hasta que ha sido de noche no ha querido mostrar sus heridas, como más o menos decía en un premonitorio poema de Versos de retorno, su primer libro. Ahí, en los romances y coplas de corte machadiano, se apuntaba ya el profundo latido del hombre en contacto con la divinidad. En Al dulce son de Dios, escrito entre 1936 y 1945, hay una exaltación de la naturaleza, de este mundo como reflejo de Dios. El influjo de Zubiri se concentra en el verso “…todo lo que se nombra tiene belleza en nombrarlo…”. La muerte se acepta aquí porque supone el encuentro anhelado y definitivo con Dios, idea que no puede dejar de recordarnos la vinculación del poeta con los místicos de nuestro siglo XVI o con sus estudiados metafísicos ingleses, John Donne o Richard Crashaw. En actitud jansenista, todo en este mundo es inspiración divina y este mundo tránsito hacia la verdadera vida, etc.
El optimismo y la confianza en Dios de estos versos van a desembocar en la voz escéptica y un tanto pesimista de Oscuridad adentro, libro que recoge poemas escritos entre 1950 y 1980, un largo periodo en el que Muñoz Rojas entra en su plena madurez. En un tono mucho más interiorizado, estos poemas van a ser la expresión serena de un hombre que sigue amando a Dios y a su creación, y que acepta su destino mortal con resignación, es cierto, pero se pone ahora aquí de relieve la complejidad de la vida y se patentizan el dolor y el desengaño que acompañan siempre a la existencia humana, por eso este libro está más cercano a nosotros, desde luego, según creo, y sus “reproches” a Dios le hacen cobrar credibilidad a la vez que universalidad.
Estas levísimas pinceladas quizás sirvan para llamar la atención sobre unos poemas que son ejemplo egregio del debate que desde el racionalismo sufrimos los mortales entre lo real y lo espiritual. Racionalismo trascendente llama Enrique Baena a lo que en ellos se practica.
El caudal poético de Muñoz Rojas, no obstante, no se agota con sus versos, junto a ellos, confundidos a veces con ellos, nos encontramos libros en prosa que muestran de igual modo a un escritor de excepción. Muy recientemente ha unido dos títulos más a la nómina de su obra en prosa: Amigos y maestros y La gran musaraña. Narra éste último la peripecia vital e impresionista de los años que van desde la infancia hasta el estallido de la guerra civil española. Rafael Conte decía en la recensión que hizo de él que ojalá su autor se decidiera pronto a continuar la historia, esa historia que, como poco a poco vamos comprobando, procuró en todo momento mantener y mantuvo, dentro de sus posibilidades, dicho sea de paso, el tono y la altura de la vida intelectual de nuestro país en unos años de infausto recuerdo.

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