De la descomunal inmersión poética que he sufrido estos días pasados en Nicaragua, en el VII Festival Internacional de Poesía de Granada, y por encima del fru-fru de tantísimos poetas como han estado presentes en el encuentro, se van decantando ya algunos nombres que quiero tener en cuenta para lecturas algo más atentas. Uno de ellos es el del poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, a quien, por cierto, se le dedicará el VIII Festival a celebrar en 2012.
Yo no había oído hablar de él antes y fue curioso cómo se fue insinuando poco a poco su nombre. La primera noticia la obtuve en una conversación con Martha Leonor González, poeta y periodista, directora del Suplemento Cultural del diario La Prensa, y su marido el también poeta Juan Sobalvarro. Ambos me indicaron con vehemencia y como en secreto que el mejor poeta de Nicaragua no era Ernesto Cardenal, mucho menos Gioconda Belli. No había duda para ellos de que era Carlos Martínez Rivas. Debía, dijeron, leerlo sin tardar. Asentí algo escéptico, como buen colonialista, pero ya tenía anotado el nombre en mi cuaderno. Días después otro asistente se refirió a él con igual o mayor admiración. Y fue mayúscula mi sorpresa, algo menos escéptica ya, cuando en el acto de clausura del Festival anunció su Presidente Francisco de Asís Fernández que el próximo a celebrar en 2012 se le dedicaría a su memoria. Poco después, ya por último, en una conversación con Juan Carlos Abril en Miami, mientras esperábamos nuestros respectivos vuelos de vuelta a España, salió de nuevo el nombre de Martínez Rivas. Me dijo entonces Juan Carlos que su libro La insurrección solitaria lo consideraba uno de los más importantes en lengua española y tal vez uno de los que más le habían influido a él en su formación poética. ¡Coño!, dije yo ya un poco abrumado, pero quién es este Martínez Rivas.
Carlos Martínez Rivas nació circunstancialmente en Guatemala en 1924 y murió en Managua en 1998. Vivió en Madrid, donde estudió Filosofía, en París, Los Ángeles, de nuevo en Madrid, y en San José de Costa Rica hasta regresar a su país definitivamente tras el triunfo de la revolución sandinista. Arrastró siempre fama de llevar una vida algo rebelde y disoluta y dicen que en Madrid, precisamente, se aficionó a la bebida algo más de lo recomendable. Su obra es exigua. Siendo adolescente publicó un extenso poema, El paraíso recobrado, con el cual obtuvo un rápido reconocimiento y que supuso al parecer uno de los sucesos literarios más importantes de su país, dada la influencia que ha ejercido desde entonces. En 1953 publicó su libro fundamental, La insurrección solitaria, en el que en versos, a decir de Ernesto Cardenal, claros y sencillos, supo transmitir admirablemente la profunda decepción personal que le producía el género humano y la inexorable autodestrución hacia la que se encamina naturalmente. Parece ser que en una última entrevista concedida poco antes de su muerte afirmó que lo que más deseaba era ser olvidado.
Desde luego que con estos datos, Martínez Rivas no puede sino serme muy simpático. Y más tal vez cuando alcanzo a leer ya estos versos suyos que tanto me recuerdan a otro irritado con todos nosotros, austriaco esta vez:
NO
Me presentan mujeres de buen gusto
Y hombres de buen gusto
Y últimos matrimonios de buen gusto
Decoradores bien avenidos viviendo en medio
de un miserable e irreprochable buen gusto
Yo sólo disgusto tengo.
Un excelente disgusto, creo.
Y estos otros también que apuntan hacia una lucidez extrema:
Por más dulce que sea la llegada de los bebés,
¡por el amor de Dios!, si no han de cambiar todo, no sé a qué vienen.
Después de La insurrección solitaria se negó prácticamente a publicar de nuevo, salvo poemas sueltos que fueron recogidos en la edición que hizo la editorial Visor en 1997 y que incluía una introducción de Luis Antonio de Villena. Un ser, pues, desengañado y lúcido, de los que tan poco abundan. Habrá que leerlo, sí, habrá que leerlo con atención...
domingo, 27 de febrero de 2011
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