sábado, 19 de diciembre de 2009

El pensamiento cautivo

Uno de los libros más estremecedores que he leído en toda mi vida es precisamente el de Czeslaw Milosz titulado del mismo modo que esta entrada, publicado por la editorial Tusquet en 1981 y del que ignoro si existe reedición. A lo largo de sus casi trescientas páginas de apretada letra, publicadas originalmente ¡en 1953!, el escritor polaco, poeta sobre todo y narrador tambien, premio Nobel en 1980, lleva a cabo en El pensamiento cautivo una intensísima prospección en el horror que supuso la aniquilación metódica de toda conciencia humana, de toda crítica al sistema por minúscula que fuera, más allá de cualquier límite imaginable en los años en que vivió bajo la dictadura proletaria en su país, hasta que en 1951, siendo agregado cultural en Whashington, tuvo el suficiente valor para desvincularse del monstruoso engendro al que él mismo estuvo a punto de sucumbir y que algo más tardó en descubrir en toda su crudeza el resto de nuestro asteroide. No son sólo las condiciones de vida más o menos rigurosas de los alienados de una sociedad en la que "el acto de acusar al prójimo era la única manera de defenderse uno", lo que nos da escalofríos, sino el inusitado poder de persuasión, convicción y neutralización mental de la clase intelectual sobre todo que exhibía el sistema con su diabólico engranaje ideológico, prefigurado, como ya sabemos, en la obra kafkiana muchísimo mejor que en cualquier otra parte; el poder observar también cómo se comporta el espíritu humano en situaciones extraordinarias y comprenderlo, con todas sus implicaciones históricas, lo que podría constituir muy bien el humanísimo objetivo de este libro.
Al respecto de las implicaciones históricas no me resisto a copiar un párrafo extraído del libro Decadencia y caída del Imperio Romano, de Edward Gibbon, citado aquí por el propio Milosz:

La devoción del poeta o el filósofo puede estar secretamente alimentada por la plegaria, la meditación y el estudio; pero el ejercicio del culto público parece ser el único fundamento sólido de los sentimientos religiosos del pueblo, cuya fuerza procede del hábito y la imitación. La interrupción de ese ejercicio público puede consumar, en un lapso de pocos años, la considerable obra de una revolución nacional. El recuerdo de opiniones teológicas no puede conservarse mucho tiempo sin la ayuda de artificial sacerdotes, templos y libros. El vulgo ignorante, cuya mente se encuentra agitada por ciegas esperanzas y por terrores supersticiosos, pronto se dejará persuadir por sus superiores para que oriente sus plegarias hacia las divinidades reinantes en la época; e imperceptiblemente se impregnará de ardiente celo en apoyo y para la propagación de la nueva doctrina, que el hambre espiritual le obligó a aceptar al principio.

Pero junto a esta cuestión, digamos, de propaganda, se quiera o no, lógicamente a la inversa, que no es desde luego baladí, se nos dispone en paralelo el minucioso análisis introspectivo de la propia conciencia del autor tratando de explicar, no de justificar, desde luego que no, cómo puede llegarse (y se puede, he ahí el horror) a semejante enajenación de toda realidad para hacerla congeniar con el espíritu de libertad que se cree estar ejercitando. Un portentoso ejercicio de lucidez extrema sin lugar a dudas, que unido al profundo dolor que nos transmite cuando deja entrever, sin sentimentalismos, lo que supone verse uno extirpados a lo vivo la propia lengua y los lugares que habita, hace que, como digo, el libro resulte hipnóticamente sobrecogedor sin tregua casi alguna a lo largo de cada una de sus páginas. Y un aviso para navegantes también desde luego de primera magnitud que conserva además ahora mismo, para el que quiera verlo, toda su vigencia

Y recuerdo, ahora que me he puesto, otro libro también absolutamente sobrecogedor, quizás bastante más brutal, mucho más enfurecido que este de Milosz, sobre la conservación de la lucidez, lo único que tal vez puede salvarnos, en situaciones extremas: Más allá de la culpa y la expiación, de Jean Emerich, donde se nos habla de lo que supuso la existencia intelectual, si la hubo, en un campo de exterminio nazi. Y otro, El cero y el infinito, de Arthur Koestler... El horror, el horror, como diría el Kurtz conradiano, el horror existe y puede que nos alcance. Exorcizémoslo con la mejor literatura .

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