Después de mi visita a Granada de hace unas semanas y de mi encuentro con Rafael Juárez ahí qeu conté aquí, dio la casualidad de que desde el CAL me avisaron para presentar la lectura de sus poemas que se programó en la Librería Luces el jueves pasado a propósito de la publicación de su último libro Medio siglo. No hubo mucha asistencia, la verdad, y bien que hubiera merecido más compañía el visitante, pues no tengo duda de que se trata de uno de los poetas más personales del panorama poético actual. A falta de publico, se fraguó en lugar de la lectura prevista, así por casualidad también, una puesta en común la mar de interesante en la que estábamos representados todos los eslabones de la cadena libresca: el autor (Rafael), el editor (moi), el distribuidor (Azeta), el librero (Luces), el lector (David) y el mecenas (CAL). La conversación fue jugosa, desde luego que sí. Anécdotas, pedagogía lectora, estrategias de venta, inflación, soportes, apoyos públicos, etc., etc. De todo tome nota. Luego nos fuimos los que estábamos a comernos unos camaroncillos a un bar cercano y a bebernos unas cervezas. Después nos abrazamos todos y nos separamos por fin la mar de contentos todos, no sin antes emplazar al poeta a una reparación pública en forma de lectura de sus poemas con asistencia garantizada.
Mi presentación de Rafael Juárez, la que iba a hacer y que no hice por innecesaria es la que sigue. La pongo aquí por si a alguien se le despierta la curiosidad por este ejemplar poeta español.
RAFAEL JUÁREZ
Ya dije por ahí que me agrada pensar en Rafael Juárez como un obseso textual. Me refería entonces sobre todo a su libro Aulaga, que tuvimos el enorme placer de publicar en nuestra colección de poesía Seguro Azar. Dije que me agradaba mucho esa imagen del autor casi neurótico volviendo sobre sus textos una y otra vez, puliéndolos, despojándolos, quintaesenciándolos y dando a la postre como resultado uno de los libros de poesía más bellos que he podido leer en bastante tiempo. El proceso de depuración a que fueron sometidos esos poemas lo exponía clara y pormenorizadamente Antonio Carvajal en la introducción a ese mismo libro. De ahí proviene esa imagen mía sobre todo. Por supuesto que esta práctica de revisión y variación constante de los textos nos hace pensar inmediatamente en Juan Ramón Jiménez, éste sí, según afirmación general, neurótico perdido. A Rafael lo conozco, por eso esta imagen no pasa de ser una broma que yo mismo me hago pensando en el angustiado poeta rompiendo cuartillas o tachando y tachando enfebrecido. No, Rafael creo que no hace eso. Entre otras cosas porque a lo mejor (o a lo peor, quién sabe) escribirá ya en su ordenador, con lo que sobre todo lo de las rupturas se complica un pelín. Es más, tengo entendido que ni escribe, quiero decir que ni escribe de modo convencional (no usa papel, ni lápiz, ni lamparita, ni siquiera teclado, etc.). Rafael lo que hace es procesar los textos mientras pasea, todos y cada uno de ellos, en su potente modelo de cerebro electrónico, uno orgánico, el que protege con su estuche occipital; los procesa en el mismo momento en que acceden sus sentidos a todas esas cosas sencillas que tanto ama y se ejercita peripatéticamente, obstinadamente, en la envidiable vicaría que ostenta del amor a las cosas naturales y desafectadas. Rafael, según tengo entendido, escribe su poesía, procesa su poesía paseando, sin intermediación de ninguna clase, alejado, pues, de todo medio extraño que suponga, por lo que intuyo, alguna alteración de sus componentes. Mediante un proceso artesanal en grado máximo se construyen sus poemas entonces. Y pienso por ello en esta circunstancia como en una de las razones por las cuales, yo al menos, les otorgo a estos poemas tan alto valor añadido, los gravo con un impuesto de lujo impertinente que los ponga al alcance de muy pocos poetas, como si fueran joyitas de Cartier o de Bulgari, productos exclusivísimos en cualquier caso que, paradójicamente, todos los lectores podemos lucir con la misma naturalidad que los constituye.
Bien, esto no pasa de ser, después de todo, una circunstancia exterior únicamente, ya digo, una anécdota tal vez exagerada, aunque significativa, muy significativa, a mi modo de ver. Así que refiriéndome ya a su obra concretamente, debería señalar que, aunque tal vez sea el enfrentamiento de ambos conceptos uno de los recursos más manoseados de los que podamos echar mano, creo que no hay una manera mejor de entender y valorar justamente la poesía de Rafael Juárez si no es teniendo en cuenta su inserción en la tradición y su pertenencia a la vez a la modernidad. Su inusual capacidad formal de abordar el poema lo convierte en directísimo y aplicadísimo deudor de la lírica tradicional, clásica: canciones, décimas y sonetos sobre todo, letrillas, metros cortos, octosílabos, pentasílabos levísimos, etc.; todo un repertorio de convenciones poéticas utilizadas que podrían acabar siendo en sí mismas sólo un deslumbrante ejercicio técnico si no fuera por su voluntad de violentar y sacar en numerosas ocasiones de sus goznes esa tradición para darle nuevos aires. Pero esto, lo sabemos, tampoco es nada nuevo, podríamos decir incluso que se está obligado siempre a actuar así cuando se usan estos modos tan establecidos, lo contrario sería caer en el amaneramiento; no podemos medir, pues, la actualidad de estos versos por el uso más o menos extravagante que se haga de ellos, debemos hacerlo sin duda por la sensibilidad que muestran, por ese sutil desconcierto del hombre urbano que busca la razón por la cual vivimos de espaldas a nuestra propia naturaleza, que busca reconciliarse con la espléndida belleza de lo que nos rodea, retomar su sentido; por su conciencia del lenguaje también como algo limitado y confuso y por ese cinismo inofensivo que nos precave contra toda verdad incuestionable… En este aspecto de su poesía creo que reside fundamentalmente la contemporaneidad de Rafael Juárez.
Y sus poemas, a pesar de la gravedad que destilan en ocasiones, son todos de una delicadeza muy poco frecuente, nos hablan en susurro, miran, nos muestran un mundo muy cercano, muy nuestro y que, sin embargo, no encontramos ya sin esfuerzo. Son, perdón por la simpleza, como un manantial de aguas transparentes que desde su superficie podrían darnos la impresión de huida fuera del tiempo, de este horrible nuestro que nos ha tocado en suerte. Esto sería tal vez, no se nos escapa, lo que con mayor encono se le reprocha hoy a la poesía desde algunos sectores que la consideran algo anacrónico, valga la redundancia, y que no deja de ser otra simpleza. No es éste el caso, desde luego. Geottfried Benn, en otra situación, es cierto, pero con toda la vigencia que queramos ver, nos sirve muy bien para aclararlo: “la tarea y la vocación del gran hombre, del poeta –dice– no puede consistir jamás en prestar servicios a su tiempo o en preparar su camino; que su grandeza estriba más bien en no adaptarse a sus condiciones sociales, que existe un abismo, que él representa el abismo bajo el asfalto de la civilización.” Más que un abismo, que suena algo fuerte en la actualidad, es cierto, yo quiero pensar en la poesía de Rafael como en un refugio donde protegernos algo, no del todo, pues es difícil, de lo que está cayendo.
Hay un contraste claro entre esta poética y las al uso ahora que la convierte en casi única. ¿Algún poeta al que se pueda asimilar? En este momento creo que no, tal vez Olvido García Valdés o Ada Salas en cuanto a claridad y despojamiento, pero en otro contexto mucho más intelectualizado, Ramón Gaya… no sé; antes sin duda Garcilaso, Fray Luis, Bécquer, por supuesto, o Juan Ramón y, de otras tierras, aunque cercanas, Eugenio de Andrade, el gran y también delicadísimo poeta portugués, o Francis Jammes ese antiguo poeta francés tan demodé, pero cuya poesía, a decir de Rilke, sonaba como una campana en el aire puro… exactamente como suena la de Rafael. La poesía que se hace hoy generalmente es algo abrupta casi toda y toda, o casi, está sucediendo en Conneticut, como dijo una vez Pablo García Baena. Son modas pasajeras, como afirmaba también Pablo, que a nuestro poeta, desde luego, no le interesan. Y siendo como es una persona inteligente, rotula tal vez su libro más importante, publicado en la colección La Veleta de Granada, en 2001, con el título de Para siempre, apuntando él mismo al respecto en unas líneas introductorias que es una forma poética de decir “poesía”. Es decir, que para Rafael, y para muchos de nosotros, la poesía, la verdadera poesía, pervive machadianamente, debe hacerlo, a través del tiempo y de sus avatares, lo que nos ayuda a entender el sesgo moral ante el hecho poético que adopta Rafael Juárez y que muchos, ya digo, podríamos suscribir sin esfuerzo.
Poeta a media voz, obstinado en su propia melodía, con una obstinación, esta vez sí, rayana con la neurosis. Ajeno a modas y a modos que no sean los suyos. Una melodía única. Lean, lean si no después, después, atentamente esta delicia titulada Medio Siglo. Antes escuchen lo que nos dice Rafael Juárez, lo que nos dice, insisto, comprobarán inmediatamente a qué me refiero...
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