jueves, 24 de septiembre de 2009

El milagro que buscamos (incesantemente)

"...Pues, efectivamente, cuando se da una conjunción propicia podemos decir que el lector se adhiere a la obra; que llena segundo tras segundo la capacidad exacta del molde de aire que crea su velocidad voraz; constituye con ella, en la corriente de aire regular que forman las páginas al pasar, ese bloque de velocidad bien aceitada y sin fallos cuyo recuerdo, cuando llega la última página y se interrumpe brutalmente "el suministro", nos deja aturdidos, algo tambaleantes en pleno impulso, como si se adueñase de nosotros un comienzo de náusea y con esa sensación tan peculiar de tener "las piernas de trapo". Todo aquel que haya leído así un libro sigue apegado a él mediante un vínculo recio, como una adherencia, algo parecido al inconcreto sentimiento de haber vivido un milagro: durante una conversación, cada cual sabrá reconocer en el interlocutor aunque no sea más que por una inflexión de voz particular, ese sentimiento, cuando se expresa, y lo hace a veces, con los mismos rodeos y el mismo pudor que el amor; se coincide en determinada resonancia, es como si dos cables electrizados se rozasen. Esa sensación y sólo ella es la que convierte al lector en un prosélito fanático que no hallará descanso hasta que cuantos le rodean no hayan compartido su singular emoción."

Como cuando quedamos a merced del amor, viene a decir pudorosamente Julien Gracq (Louis Poirier, vamos, en La Literatura como bluff), como cuando nos encoñamos, diríamos sin pudor, en efecto, que nos sucede este milagro anonadante de gozar leyendo de este modo. Totalmente venéreo, así es.

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