miércoles, 25 de agosto de 2010

La possibilité de una isla

Cuando terminé de leer Plataforma tuve la sensación de haberme encontrado con un tipo algo engreído y soberbio, despiadado también a pesar de su cinismo, lúcido, sobre todo, qué duda cabe. Cuando concluí Las partículas elementales se me presentó ese mismo tipo igualmente cínico y descreído, el mismo finísimo analista de las mejores y las peores emociones humanas tanto físicas como psíquicas. Ahora termino La posibilidad de una isla y me encuentro otra vez a ese autor profundamente melancólico al que ya conocía, en efecto, pero mucho más pesimista, mucho menos corrosivo a pesar de todo, mucho más desencantado, trágico incluso. Pero por encima de estas actitudes, he visto ahora a un autor que tal vez haya pretendido superar esa incomunicabilidad de la que se quejaba en 1995, en un artículo incluido en El mundo como supermercado en el que escribía Michelle Houellebecq que "la propensión al desmoronamiento que muestra la creatividad en las artes no es sino otra cara de la imposibilidad, tan contemporánea, de la conversación. Es como si, en la conversación corriente, la expresión directa de un sentimiento, de una emoción o de una idea se hubiera vuelto imposible por ser demasiado vulgar. Todo tiene que pasar por el filtro deformante del humor, un humor que termina girando en el vacío y convirtiéndose en trágica mudez". Hasta quí la cita de Houellebecq. Y esto lo "expresa directamente" ahora Daniel1, el personaje central de esta novela, casi al final, es cierto, lo cual no deja de sugerir cierta reticencia, pero sin dar lugar a malos entendidos: su "relato de vida", esa autobiografía que descubrimos que está leyendo Daniel24 y continúa Daniel25 2.000 años después de haber sido escrita, es pues al cabo la confesión de que su autor cree aún, a pesar de todo, en el amor. Despúes de todo, esa creencia de Daniel1, la nostalgia más bien de esa emoción narrada que es incapaz de experimentar, es la que impulsa a Daniel25 a abandonar por fin su existencia autótrofa, absolutamente ensimismada y sin sentido, únicamente perturbada por algún mensaje electrónico enviado desde algún lugar remoto de la tierra postapocalíptica (lo que nos recuerda en cierto modo al también apocalíptico relato de Ballard "Unidad de cuidados intensivos"), la que le hace salir de su inexpugnable encierro para, aun a riesgo de su vida, intentar encontrarla nuevamente. Misión imposible, he ahí la tragedia. Sólo la relación con su perro Fox (también clonado) se asemejará en algo a esa emoción humana que persigue, he ahí la ironía. ¿Qué le ha pasado a Houellebecq, se ha vuelto un sentimental? Bueno, en el fondo yo creo que nunca ha dejado de serlo, a pesar de esa fachada de cinismo y acidez con la que se venía protegiendo casi siempre. En cualquier caso, aún está lejos de parecerse a Gustavo Martín Garzo, no vayan a creer. Y humor hay aquí, claro está, incluso el protagonista es un humorista de éxito, de mucho éxito, paradójicamente, si tenemos en cuenta que sus montajes se cuentan por burradas cada uno de ellos (un humorista, por cierto, dicho sea de paso, que con el título de uno sólo de estos montajes, aquél de Cómeme la franja de Gaza, demuestra mucho más ingenio y más mala leche que en todas las bromitas juntas que se marca Palahniuk en Snuff, su última novela). Si bien es un humor hastiado, apesadumbrado, y que como Houellebecq decía hace tantos años, desemboca sin remisión en la mudez artística y hasta íntima, existencial en este caso. No obstante este dominante humor "tórrido", nos las vemos también con historias verdaderamente divertidas, hilarantes algunas de ellas, como las "estrategias de marketing", por ejemplo, para promocionar esa nueva religión que acabará por triunfar universalmente o la caracterización que va haciendo de los personajes que forman su cúpula dirigente.

Hay en esta novela reflexión inteligente, y mucha provocación, estimulantes puyas a mitos de la literatura y la cultura en general, esas cosas que tan poco se prodigan casi siempre en las obras de ficción que más nos recomiendan... Y si bien el lenguaje lo he notado algo menos elaborado, más despreocupado, puesto al servicio de la narración tal vez, en todo caso, lo cual no es malo en sí mismo, sí resulta de verdad interesante la estructura de la que ha dotado Houellebecq a su novela. Ah, y las escenas de sexo son magníficas, diga lo que diga Germán Gullón. Y el Comentario final bellísimo con toda su desolación. No se lo pierdan.


11 comentarios:

J. A. Montano dijo...
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J. A. Montano dijo...

Precisamente estoy yo leyendo ahora "Plataforma". Houellebecq es un autor entretenido y con interesantes hallazgos, que no suelen ser literarios sino sociológicos (o literarios, pero en la medida en que son incorporcaciones de la sociología a la literatura); pero vamos, su nivel es muy normalito. No es un *gran escritor*. Lo que escribe son best-sellers sofisticados. Y nos gusta en la medida en que nos gusta un poco de sofisticación en nuestros pasatiempos.

En cuanto a Germán Gullón: tiene fama de ser un crítico honesto, aunque no sé si es así porque apenas leo sus críticas. Ahora bien, yo asistí a un evento que me hizo deducir que el hombre es remilgado y puritano. Fue la presentación en la Fnac de Madrid, hace un tiempo, del diario de Roger Wolfe "¡Que te follen, Nostradamus!". Germán Gullón lo presentaba y fue incapaz de decir el título completo ni una sola vez: su presentación tuvo, como única gracia, sus merodeos en torno al título sin que en ningún momento se atreviera (o decidiera) a pronunciarlo.

Francisco Javier Torres dijo...

Vaya, pues estuve a punto de poner "el estrecho de Germán Gullón". Ya veo que no andaba muy descaminado. A mi me parecen esas escenas sexuales a que me refiero, las de los encuentros con Esther, si no de lo mejor, sí desde luego muy buenas.
Y estoy de acuerdo contigo. En efecto, la prosa de Houellebecq no brilla por sí misma, aun pareciéndome muy por encima de muchas otras. Es en lo que nos cuenta, en su aspecto sociológico, como tú dices, en sus posicionamientos éticos, tan alejados del inocuo autoengaño que tanto abunda casi siempre, donde podemos encontrar el verdadero valor de estas obras, en su provocación continua, en su descaro. A mí me resulta desde luego muy estimulante, no puedo negarlo. ¿Te cuento el final de Plataforma o ya lo sabes?

J. A. Montano dijo...

No, no me cuentes el final de "Plataforma", que no la terminaré hasta mañana.

Coincidimos pues. Suscrito todo lo que has dicho. Yo añadiría que también tiene buenos apuntes líricos por aquí y por allá. O sea, que Houellebecq es un autor muy recomendable, estimulante, entretenido, etc. Pero con el que tampoco hay que lanzar las campanas al vuelo: no es uno de los grandes, y dudo mucho que quede. (Y empleo esa terminología de "grandes" y "quedar" sabiendo lo antinocillescas que son: pero en ellas me encastillo, tigretonamente.)

Francisco Javier Torres dijo...

De acuerdo también en lo de los apuntes líricos. No en vano, como sabrás, nuestro autor hizo primeramente sus pinitos en poesía para luego obviarla en favor de la narrativa. Y eso, quieras que no, siempre deja poso.
En cuanto a lo de "grande", etc., bueno, tampoco podemos leer siempre con esa idea en la cabeza, ¿no te parece? Yo leo a Houellebecq con la intención de que me descubra una visión, de nuestra sociedad, la actual, la de ahora mismo, algo no percibido con anterioridad o no mostrado en su verdadera dimensión. Y creo que lo consigue a base de honestidad intelectual, pero sobre todo de inteligencia y arrojo. Nada de princesitas, duendes o casas encantadas. Yo con la picha floja, esa es la realidad (la suya, vamos, no vayas tú a pensar... jajajaja) E incluso en lo que se refiere al propio acto de la escritura, fíjate tú, tampoco creo que se deba escribir teniendo esa misma idea en la cabeza. Éste no es el caso, Huoellebecq no escribe, o al menos a mí me parece que no escribe, para "quedar" sino simplemente (y nada menos) para descubrirse y, de paso, descubrirnos, el famoso espejo, ya sabes...
Ah, por cierto, te tengo guardado lo de Medea. Ya hablaremos, ya (je, je).

J. A. Montano dijo...

Jaja, lo de Medea fue simplemente un aprovechamiento texticular de la velada. Pero me gustó aquello, y la velada en general.

La poesía de Houellebecq la he leído, por cierto, y me gusta. Por cierto, no sé si sabes que Carla Bruni tiene una versión del poema que se titula justamente como la novela que comentas. Es un tema blandito, pero a mí me gusta mucho:

http://www.youtube.com/watch?v=N6LibuJUb-4

J. A. Montano dijo...

Ya he terminado "Plataforma". Oh, qué poderosa fábula! Qué bonito y melancólico canto al turismo sexual! Definitivamente, es el último romanticismo que queda!

Francisco Javier Torres dijo...

Un "bombazo", sí, eso del turismo sexual. Disfruté horrores con la novela. Por cierto, ¿y Providence?, ¿cómo llevas Providence?

J. A. Montano dijo...

"Providence" no la he leído aún: pero cuando lo haga, el mundo lo sabrá. Las que sí leí son "Alba Cromm" y "Los muertos", de las que quiero escribir también algún día: por el momento sólo *adelantaré* que sigue vacante el puesto de mejor novela del siglo XXI.

Francisco Javier Torres dijo...

Pues no sé por qué (bueno, sí sé por qué, por los comentarios que he leído, claro), pero Alba Cromm me interesa menos que Los muertos, aunque tengo ganas de leer ambas. Empezaré por ésta antes, en cualquier caso, no sé cuando, pero lo haré. Y vete hincándole el diente ya a Providence, hombre, seguro que podio tiene. Aunque la mejor novela del siglo XXI no ha salido todavía, la publicaré yo en un mes escaso, ya lo verás, ya lo verás...

J. A. Montano dijo...

Aún no he tachado "Providence" de la lista de mejor novela del siglo XXI, jajaja. La leeré, la leeré...

En cuanto a las otras dos: son interesantes, cada una en lo suyo; aunque dejan que desear. "Alba Cromm" es flojita pero entretenida. "Los muertos" es inteligente y ambiciosa, pero banal. En cualquier caso, son dos *productos* interesantes.