domingo, 3 de mayo de 2009

Palestina


En Fuengirola, un jovencito de quince años, palestino, ejecutó junto con cinco chicas y tres chicos, todos palestinos, todos de su misma edad, una danza folclórica de su país. Primorosa y entregadamente lo hizo, lo hicieron todos, para mi corto entendimiento. La música la ponían un pequeño teclado electrónico con su caja de ritmo y un violín. Era envolvente, machacona, simple en su estructura, hipnótica, embriagadora, identificable absolutamente con la zona de la que procedía. El teclista también cantaba. Me preguntaba yo sobre qué hablaría la letra de esta canción mientras la oía, qué estaría contándonos, algún amor desdichado, rivalidad vecinal, alguna hazaña, un pequeño suceso memorable...
La pieza fue larga, muy larga, quince minutos duró tal vez, si no más. Y a pesar de su extensión, los bailarines no dejaban de moverse ni un instante, de correr, de saltar y brincar con inusitada energía, de abrazarse, de hacer corros, haciendo del baile un ejercicio más físico que artístico, un ejercicio de desbordante jovialidad, de contagiosa alegría.
El jovencito de quince años llevaba atada al cuello una bandera de su país y era el que más serio parecía. Alguna circunspección le notaba yo en sus movimientos, cierta solemnidad. Pensé también por ello en la carga simbólica que aquella tela al cuello sugería, en cómo se identificaría el joven con ese símbolo, en la intensísima relación que se establecía allí en la danza entre ambos. Pensé en si con su corta edad sería capaz de entender todo o alguna parte siquiera del dramático significado de ese trapo, en si sería capaz de fijarse con él al cuerpo un cinturón de explosivos y hacerlo estallar en cualquier sitio por la rabia o la impotencia de ver cómo los bulldozers y las excavadoras Komatsu o Volvo o Carterpillar arrasan una y otra vez su vivienda y las vecinas; en si la música y la danza y ese símbolo que portaba serían capaces de embriagarlo hasta ese punto.
A mí me embriagó la música. Me emocionó y me acongojó la danza, a pesar de la jubilosa y atlética sencillez de los movimientos y el endiablado ritmo festivo que jaleaban sin desmayo las jovencitas. Y pensé en Palestina todo el rato. Pensé en Chechenia, pensé en el Tibet, en Sudán, Ruanda, Timor Oriental y hasta en Papúa-Nueva Guinea o en los indios Cherokees, en todos los débiles masacrados. Pensé en todos ellos por culpa de unos chiquillos procedentes de una áspera tierra de promisión, un violín cascado y una caja de ritmo. Y me identifiqué un instante, nada, en Fuengirola, muy lejos, demasiado lejos de todo, con cierta humanidad.
También pensé en el País Vasco, pero de otra manera. Y en Martha Graham y en Merce Cunnigham, aunque de otro modo, para darle un aire inteligente, algo racional, a mi emoción, sólo por eso…

10 comentarios:

Atherida dijo...

Ojalá algunos mandatarios fueran capaces de identificarse (siquiera así, casual y fugazmente) con cierta humanidad de los pueblos. Claro que para eso hay que disponer aún de (precisamente) cierta humanidad.
La compasión, seguro, no vale de nada, pero muchas personas de otros países (pienso ahora en Colombia y en sus miles de desplazados forzados) dicen vivir de esa identificación nuestra con sus humanas realidades. Lo curioso es que aquí y allá siguen bailando mientras nosotros, tristes, empuñamos el blíster de "antidepres" para tragarnos la culpa con un vasito de agua.
Me ha gustado el post, aunque me quedo, como siempre, pensando en cómo esquivar la mirada del otro para irme a dormir tranquila. O quizá debiera irme a bailar y ver qué se cuece en la calle.
Saludos.

Francisco Javier Torres dijo...

Pues a la calle, a la calle, sí, en efecto, claro que sí, a cruzarnos la mirada con los otros y a ser capaces de compadecernos, llegado el caso. Eso es lo difícil, lo que más se echa en falta casi siempre.
De todas formas, lo que más me impresionó de ese acto festivo al que me refiero es cómo de cercanas pueden estar la plena vida y la muerte.
Me alegra verte por aquí, y te comento, de paso, que me divierto mucho con tus rifirrafes con Montano, mi buen amigo Montano, en el blog de Ferré. Dale duro, dale (je, je).

Atherida dijo...

Ja, ja. Gracias por la bienvenida. Lo cierto es que, al principio, yo también me divertía con el combate, pero empiezo a necesitar un "pushing-ball" para descargar mi furia ante tanta y tan deportiva provocación. En fin...será cuestión de aprender a no entrar al trapo (mis neuronas se desgastan con la estéril ferocidad). ¡Es tan fácil tenerme contenta!, pero este hombre se ha empeñado en parecerse a todos mis "ex" juntos...quizá le han nombrado, en ruin conspiración, delegado de la venganza trapera. No sé, no sé...ya iremos viendo.

De momento, y por si acaso, ya he encargado los guantes, para no herir mis delicadas manos cuando toque defender a otro Cortázar desprevenido.

Francisco Javier Torres dijo...

Cuidado, cuidado, que a veces se pasa por este saloncito, como nos coja cuchicheando... (je, je). Bueno, lo dicho, tú dale bien, buenos directos, buenos izquierdazos, que son los que le ponen. Una gozada, ya digo.
Un abrazo

Atherida dijo...

Al menos aquí sigo indemne, ji, ji...¿Cuánto tardará en descubrirnos?
Estoy poseída por el espíritu de la pequeña conspiración doméstica. Me pone más que discutir ¡Tremendo descubrimiento!
Un abrazo (¿clandestino?, jijijij...)

Francisco Javier Torres dijo...

Bueno, no sé, pero sería divertido, sí, ver qué dice el Montaño de esta conspiracioncilla, ya sin máscaras (o casi). Ah, y dale también al Ferré de vez en cuando, sin miedo, que también se pone algo magnífico a veces. Por aquí también si quieres (luego se lo cuento, je, je, ji, ji). Qué diablillos...

Francisco Javier Torres dijo...

Bueno, no sé, pero sería divertido, sí, ver qué dice el Montaño de esta conspiracioncilla, ya sin máscaras (o casi). Ah, y dale también al Ferré de vez en cuando, sin miedo, que también se pone algo magnífico a veces. Por aquí también si quieres (luego se lo cuento, je, je, ji, ji). Qué diablillos...

Atherida dijo...

¡Ay, amigo! Con el amor hemos topado. Al bueno de Ferré sólo puedo "asestarle" loas y besos virtuales ¿Ves cómo pierdo la objetividad cuando me tratan bien?
Este enamoramiento virtual es de todos conocido, del propio Ferré el primero. No temo que lo ventiles.
Sin embargo, azúzame y veremos. Qué diablillos...¿no querrás convertirme en blanco de todas las iras?...los hombres sois terribles. Fríos, calculadores, liantes. ¿Por qué estaré pensando en el caballo de Troya? Huyhuyhuy...

Francisco Javier Torres dijo...

Bueno, bueno, no te despaches conmigo (je, je). No sé la clase de homínidos que has conocido, pero yo también conozco algunas homínidas que encajan (jua, jua) como un guante en tu descripción.
En cuanto a Monti y Fer, ambos dos son mis amigos, y los adoro a los dos.
Ah, no te inquietes, mis labios estarán sellados, seré una tumba, descuida. Olvida pues a los aqueos. Sigamos pues con nuestras batallas del seso (del seso, ja).
Por cierto, yo también he sentido, claro, la muerte de Marinetti, digo, Benedetti. Te lo digo por aquí. Admirable poeta, diga lo que diga mi apreciado Fer.
Besos

Atherida dijo...

Ah, pues más tranquila ahora, je, je. Tienes razón en eso de las homínidas frías, calculadoras, liantes. Haberlas haylas, y muchas, vive Dios. Sólo ponía a prueba tu nivel de belicosidad intergenérica; parece muy moderado (no defiendes a tu género, sino a tu sola persona), ergo podemos llevarnos bien ;-)

Me consuela sobremanera que también aprecies a Benedetti. Ya veo demasiados corazones de acero inoxidable en la red. Me alegro de contabilizar uno menos. Y olvido a los aqueos.

Un abrazo.
Raquel