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lunes, 11 de febrero de 2013

Amor


Tabú me la he perdido, Lincoln todavía no la he visto, pero Amor sí. Amor sí la he visto. Amor ha resultado ser la película más perturbadora que he visto en años. Admonitoria, pedagógica, enternecedora, cruel, escalofriante, bellísima, inteligente, técnicamente perfecta... Pero perturbadora, sobre todo perturbadora. Ni Funny Games alcanza su nivel. No pasaréis un buen rato, pero debéis ir a verla ipso-facto, os lo aseguro.

viernes, 18 de enero de 2013

Festín cinematográfico (o dónde coloco la cámara)

¡Vaya festín cinematográfico que llevo en poco tiempo! Extraordinarias todas estas películas de más abajo. Id a verlas, bajáoslas, compradlas, robadlas, alquiladlas, pedidlas prestadas, pedidlas para vuestro cumpleaños, para los Reyes. Haced lo que sea, lo que sea, pero no os las perdáis, por el amor de dios (advierto).
Os las anoto:
-Holy Motors, de Leos Carax
-The Master, de Paul Thomas Anderson
-El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo
-La noche más oscura, Kathryn Bigelow 

Y lo mejor es que aún queda la mitad de la fiesta, aún me queda, aún me queda, sí, ummm. Fijaos si no es apetitoso el menú:
-Amor, Michael Haneke
-Django desencadenado, de Quentin Tarantino (yujuuu)
-Lincoln, de Steven Spielberg (aunque ésta, no sé, no sé...:-)
-Tabú, de Miguel Gomes

domingo, 11 de marzo de 2012

La invención de Hugo


Adoro a Scorsese desde hace mucho, desde que vi una película suya por primera vez, After Hours, en el cineclub universitario hace veinticinco años o más, una película fresquísima, disparatada, diferente a cuanto había podido yo ver hasta ese momento, y en la que me regocijó enormemente encontrarme, aunque fuera solo de pasada, con mis viejos amigos Cheech y Chong. Luego vinieron, en mi orden cronológico, Taxi driver, Toro salvaje, y un largo etcétera de todos conocido, con paradas especiales en Uno de los nuestros o Casino, sin olvidar El color del dinero, su magnífica continuación de la inmensa El buscavidas, de Robert Rossen. Scorsese es un maestro siempre estimulante, siempre soberbio, arriesgado y único en sus planteamientos cinematográficos. Ahora he visto La invención de Hugo y he disfrutado de nuevo con su cine, he disfrutado tal vez como nunca.

Confieso que alguna reticencia tenía con esta película. Por lo común, las tengo siempre con las películas que apabullan en los Óscar, y con las que nos publicitan en la tele más todavía. En este caso había que añadir que, como me dijo un amigo, 3D+niño no puede ser igual a Scorsese. Pero he ido a verla de todos modos. He ido a verla entonces por ser de quien es, más que por lo que me pudiera seducir su propuesta de antemano. He llevado a mi hija conmigo, eso sí, como para justificar un posible resbalón, como para protegerme y poder decirme llegado el caso que después de todo era solo una peli para niños. No imaginaba, no podía imaginar que desde la primera secuencia todas y cada una de mis reticencias se disiparían. Así ha sido. Y a la vez que iban diluyéndose, una enorme sensación de gozo, de entusiasmo por lo que veía se fue apoderando de este descreído espectador.

Puede ser que el acordeoncito parisién de su banda sonora moleste a ratos, o que algunas de las subtramas nos recuerden el edulcoramiento de ese producto que se ha dado en llamar cine familiar, lo cual sin embargo Scorsese, sabio como es, resuelve sin detenerse en ellas ni un segundo más de lo necesario. En cualquier caso, nada de eso importa en absoluto cuando se nos adentra en el maravilloso mundo alternativo, y nuestro gracias a la tercera dimensión, de los relojes mecánicos de la Estación de París, donde malvive Hugo manteniéndolos en funcionamiento sin que nadie lo sepa y obsesionado a la vez por reparar un antiguo autómata que, está convencido, le transmitirá un importante mensaje de su padre muerto. Poco importa eso a medida que vamos descubriendo quién es ese viejo que pasa su tiempo en un casi ignorado quiosco de juguetes; cada vez que el “inquietante” administrador de la librería de la estación (Christopher Lee, nada menos) le indica a Isabelle el lugar exacto en el que se encuentra cualquier libro que le interese. Poco importa, insisto, cuando nos vamos percatando de lo enfermo de cine que está Scorsese, del profundísimo y emocionante homenaje a George Meliès, el padre de todo esto, que encierra la película y que es su esencia. Yo creo además que el homenaje explícito se continúa de un modo tal vez menos obvio en el hecho de haber rodado Scorsese esta película con las técnicas estereoscópicas más actuales, que este método no obedece a razones de espectáculo ni de oportunidad comercial. De hecho, no es la tercera dimensión en sí misma lo que da razón a la película, como es habitual. Muy al contrario. Lo que de verdad creo que pretende llevar a cabo Scorsese con esa técnica es precisamente lo que Meliès quiso hacer en las suyas, lo que consiguió en muchas de ellas de un modo tan rudimentario, como si fuese ésta de Scorsese su continuación lógica, como si fuese el propio Meliès quien la hubiera hecho. Ahí creo que reside gran parte de la grandeza de esta película. Y si se añade a esta propuesta técnica la enorme capacidad de sugestión narrativa que contiene, toda la “magia” de que hace alarde, tendremos resuelta la ecuación, que no es otra según creo que la de plantear el cine como totalidad, como artefacto de relojería al fin y al cabo por medio del cual nuestros sueños, cualquiera de ellos, pueden hacerse realidad.

Es un film nostálgico sin lugar a dudas, una evocación tal vez algo melancólica de los grandes, grandísimos pioneros de este arte inigualabe, muchos de ellos aún hoy no superados. Y cierta evocación nostálgica también hay de la mejor Literatura de aventuras de todos los tiempos (la peli narra a su vez una aventura maravillosa), e igualmente nos recuerda con algo de tristeza el maravilloso mundo de los libros tal y como los hemos conocido siempre, sugiriéndonos buscarles un hogar donde puedan continuar su existencia. Pero tampoco es lo importante. “Vengan y sueñen conmigo”, dice un Meliès pletórico ya recuperado de sus largos años de anonimato voluntario. Tal vez sea esa irresistible llamada lo que para mí más importe de la película. Vayan y sueñen entonces, amigos, háganme caso, y déjense llevar por esta nueva maravilla que ha creado Scorsese para regocijarnos con un esperanzador chute de imaginación que ilumine (aunque sea un simulacro) nuestra tantas veces mustia parcelita vital.

Les dejo con una peliculita de Meliès. En la de Scorsese se proyectan varias. Son una gozada, de verdad que sí.



domingo, 25 de septiembre de 2011

El árbol de la vida


Es una lástima que no haya podido ver todavía Días de cielo, la única película de Terrence Malick que me falta. Y más rabia me da si pienso que la tengo ahí mismo, en este disco duro externo de al lado que, para mi desgracia, llevo intentando poner de nuevo en funcionamiento casi un año ya.
Pero he visto varias veces Malas tierras y me sigue pareciendo su gran obra maestra, toda, de punta a cabo, aunque me fascine sobre todo ese inolvidable final en el que Kit posa encadenado mientras los polis le toman fotografías antes de subir al avión que le llevará a su previsible destino. He visto un par de veces La delgada línea roja y me parece formidable, absolutamente emocionante la altísima poética visual y conceptual que despliega el director americano en el tratamiento del horror de la guerra, cómo es capaz de transmitir sutilísimamente los terribles conflictos a los que se enfrenta un ser humano en tan terribles circunstancias. Una película creo que muy difícil de superar en casi todos sus aspectos compositivos, técnicos, dramáticos, argumentales...
No hace mucho que pude ver también El nuevo mundo e igualmente me pareció que el maestro había filmado otra obra maestra (a pesar de lo deleznable que me resultaba la historia que cuenta, tal vez debido a haber visto tantas veces (es la paternidad, estúpidos) la bobalicona peliculita que a Disney se le ocurrió perpetrar para seguir obnubilando a los reyes de la casa). De nuevo encontré en esta última película de Malick la inusitada fortaleza visual que me encandiló en la inmediata anterior. Y de nuevo supo emocionarme con una historia llena de misterio y de trágica sabiduría poética llavaba a su clímax en el reencuentro final de los amantes y el posterior dejarse morir de Pocahontas. Toda una lección de contención narrativa y de huida de sentimentalismos de ocasión.
Ya está, eso es todo lo que ha filmado Malick en treinta años. Y con estas cuatro películas realizadas en treinta años ha sabido alzarse con el título nada desdeñable de mejor director de cine vivo del mundo. No está mal para tan exigua obra.
Ahora acaba de estrenar El árbol de la vida, su quinto largometraje, tras el que parece que le ha cogido gustillo a reducir el tiempo de espera entre una obra y otra, pues anuncia otro estreno para 2012 y otro proyecto más casi para ya también. Tras ver ésta última, la verdad es que no sé si es una buena noticia. Vengo de verla ahora, ahora mismito, y he llegado a casa pensado en que no es que me haya desconcertado lo que he visto, que no lo haya entendido, que dude, etc. Es que me parece una película mala, incomprensiblemente mala y terriblemente aburrida. No es que el cine de Malick sea una fiesta, no, nada de eso, claro está, pero nunca hasta ahora, nunca, había experimentado esa sensación antes viendo sus películas. Pese a su melancólica cadencia siempre me han resultado extremadamente estimulantes sus planteamientos, sus reposados desarrollos. Pero lo que he visto hoy me ha parecido de una ampulosidad cercana a la pedantería, demasiado cercana, en la que cada plano tal vez pretenda, sin conseguirlo, imponer la grandilocuente y trascendental visión particular del mundo de Malick, muchas veces mediante el demasiado evidente recurso de unos subrayados musicales abrumadores y casi sonrojantes a menudo (me parece que sólo cuando suena Brahms en el tocadiscos del comedor, o sea, en la narración, resulta la música pertinente). Es cierto que la potencia visual, el poder de sugestión de las imágenes del director está muy presente en gran parte de la película, pero poco más. La trama es casi anecdótica, los diálogos casi inexistentes. Y aunque no pueda ser ésta de ningún modo una de las razones por las cuales me haya decepcionado la película, estoy convencido de que para el modelo de narración que utiliza Malick una vez más, y con el que tan buenos resultados ha obtenido siempre, resultaría ahora mucho más convincente el del argentino Lisandro Alonso, pongo por caso. ¿Se ha agotado la fórmula? No sé, tal vez. Pero, leche, inexplicablemente en Cannes se ha llevado la Palma de oro esta película.
Por otra parte, ya me había advertido mi amigo Chema de que según su opinión le sobraba al metraje casi media hora por el principio y un cuarto de hora por el final. He comprobado que tiene toda la razón del mundo, incluso que se quedó corto, pues a mi modo de ver, lo que yo salvo de la película son únicamente los treinta o treinta y cinco minutos en los que se adopta de pleno el punto de vista del mayor de los hermanos. Esa media hora inicial me ha parecido un cruce entre algún documental presentado por Carl Sagan y Jurasic Park, absolutamente prescindible, desde luego, o sólo utilizable para deleite de algún espectador aficionado a los sicotrópicos. Sí, ya sé que lo cósmico nos engloba a nosotros pobres mortales insignificantes, que nuestro dolor puede ser cósmico y que la crueldad forma parte inherente de la casual existencia de los seres vivos igualmente, pero esa larguísima sucesión de imágenes efectistas las he percibido completamente inapropiadas para el maestro (poco le faltó a la secuencia para que saliera el monolito de Kubrick). Los quince minutos sobrantes del final no los comento, así dejo por ahora, yo al menos, algo por descubrir del misterio de la vida...

domingo, 21 de agosto de 2011

Festín cinematográfico


A causa de una augusta celebración veraniega con mi amigo Emilio, una de esas celebraciones que no se olvidan, de las que por su intensidad se quedan dando vueltas en la cabeza durante varios días y más allá, este viernes no me moví del sofá en toda la tarde. Ahí estuve hasta bien entrada la madrugada con una sola paradita para picar algo y seguir luego recostado. Viendo la televisión todo el rato. Hacía años que no pasaba una tarde así. Bueno, quizás no tanto. Pero resultó de dulce la tarde, eso sí, porque al abrir los ojos después de una prolongada siesta, al enchufar el televisor con cierta dejadez, primero apareció en la cadena de pago mi admiradísima Boogie Night, de Paul Thomas Anderson. Ya empezada, justo en el momento en el que Julianne Moore, hasta arriba de coca, le dice a Mark Wahlberg que es lo mejor que le ha pasado en toda su vida y nosotros adivinamos por qué. Pero ahí me quedé, claro, enchufado a la tragicómica historia de Dirk Diggler (John Holmes) y sus 33 centímetros de polla (o así); a la parabólica narración del ascenso y caída de una estrella del cine porno norteamericano de los 70 que había entonces en efecto que subtitular y que ya no. La película es maravillosa, sarcástica, divertida, con unos diálogos chispeantes y un recuperado y magnífico Burt Reynolds en el papel de productor de obras de arte a pesar de todo que se resiste a claudicar ante la nueva realidad que impondrá inevitablemente el vídeo doméstico (sin subtítulos ya).
Justo después de este regalito, me dispuse a ver en otro canal de la misma cadena Acantilado rojo, de John Woo. Una de chinos en prime time, vale –me dije. Poco me sugería el director, con sus misiones imposibles, etc., pero empecé a verla por seguir matando el rato y me atrapó gloriosamente. La película es espectacular, grandiosa. Una superproducción china de las que hacen época, con sus malos malísimos (muy contenidos) que escriben poesía y todo ("la vida es como el rocío de la mañana, con su gran pasado y su insignificante futuro", son los versos que pretenderá grabar el maléfico Primer Ministro en las cumbres del acantilado), sus buenos buenísimos (más contenidos todavía, claro), sus bellísimas (pero bellísimas) y abnegadas esposas, etc. Con todas las escenas de batallas rodadas con un inusitado brío y una convicción absoluta, un planteamiento visual y artístico que recuerda con placer al maestro Kurosawa y un toque fantástico delicioso. Otro disfrutón, me dije, cuando daban ya los créditos.
El final apoteósico de esta tarde, noche ya, memorable me lo brindó Canal + Xtra tras el paseo de rigor por la parrilla de programación justo al terminar la peli de Woo. Empezaba ahí en ese momento el documental sobre The doors de Tom Dicillo When you are strange. Joder, no podía imaginar mejor final para mi tarde de molicie, parecía una programación diseñada en exclusiva para un tipo con ojeras como yo. De nuevo quedé hipnotizado. Las imágenes del documental, inéditas en su mayoría, unidas a la música del grupo forman un cóctel al que es casi imposible sustraerse. Jim Morrison aparece humanísimo y divino a la vez. Hijo de un General del ejército de los Estados Unidos con el que no se hablaba, la biografía de Jim me recordó a Paco Clavel, hermano a su vez del Presidente de la Conferencia Episcopal, tan de actualidad estos días y con el que supongo que no tendrá demasiada relación. El centro del documental es Jim, desde luego, y su arrolladora personalidad. Pero no quedan ignorados los otros componentes del grupo, ni mucho menos. Ray Manzarek, Robby Krieger, el batería John Densmore. Las imágenes de los conciertos, las del desierto, rodadas al parecer por el mismo Morrison, y las de las excursiones campestres son todas ellas subyugadoras. Al final Jim quiso ser poeta y se fue a París a escribir. Allí murió. Su música le sobrevivió. Su poesía no.

Ya no hubo tiempo para más. Me retiré dando gracias a Canal + por haberse ocupado de mí con tanta generosidad esa tarde que hubiera resultado aciaga de otro modo. Gracias Canal +, me repetía cuando apagué el televisor para dirigirme hacia mis aposentos, gracias...

Escribo esto y a la vez me entero hoy mismo de que Raúl Ruiz ha muerto. Gran pérdida, grandísima pérdida. Sirva esta entrada como pequeño homenaje a este enorme cineasta que tanto nos ha hecho disfrutar igualmente con Tres tristes tigres, The top of the whale, Las tres coronas del navegante, La ciudad de los piratas, La isla del tesoro, Genealogía de un crimen, Tres vidas y una sola muerte, Klimt, Misterios de Lisboa...

martes, 5 de abril de 2011

Misterios de Lisboa


Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan a ver Misterios de Lisboa. Vayan, no se la pierdan por lo que más quieran. Pero, ojo, vayan preparados, eso sí, que dura la cosa cuatro horas y media. Lo repito, por última vez, vayan a ver Misterios de Lisboa y sean felices un buen rato...

viernes, 5 de marzo de 2010

El hombre veloz

A veces el cine te depara sorpresas verdaderamente maravillosas. Justo cuando faltan sólo unas horas para que a alguno de los artefactos tecnológicos más osados que podamos imaginar lo encumbren definitivamente con el Óscar de este año, para que le concedan tal vez el preciado galardón a Avatar, la película de Cameron que ha encandilado con su tercera dimensión (pero con muy poquito más, según yo creo) a hole the word, justo ahora que a lo mejor se lo dan a Distrito 9 o a Bigelow por su desde luego magnífica En tierra hostil, (íntimos contendientes ésta y aquél también, tiene gracia, tras romper su relación sentimental), justo en este momento, digo, de anual paroxismo cinematográfico, va y se estrena en España, en salas recónditas, cómo no, y con un retraso de siete años, eso sí, Atanarjuat, la leyenda del hombre veloz, del canadiense-inuit (esquimal, vamos) Zacharias Kunut.
Esta película de Kunut nada tiene que ver con los oscarizables artefactos citados. Aunque no sé, tal vez quisieran para sí ser como la de Kunut una de esas pocas películas que provocan nuestra reflexión sobre la naturaleza del cine, sobre la naturaleza del arte en general también, sobre si la aberración temática, pongo por caso, o el alarde técnico o las piruetas ideológicas son necesarias hoy, casi ineludibles, para poder considerar artística en su rango más elevado una obra que pertenezca, como ésta pertenece, a nuestra más absoluta contemporaneidad. Desde luego Atanarjuat es un ejemplo, un eminentísimo ejemplo de que no tiene por qué ser así, de que puede ser suficiente para alcanzar una excelencia artística de considerables dimensiones la lúcida honestidad de una historia sin recodos, la meridiana conciencia de lo que se puede y se debe hacer con los medios con los que se cuenta y la valentía de eludir cualquier truco que atente contra la inteligencia del espectador (o lector, o contemplador, u oyente...), después de todo, ningún recurso que no poseamos ya desde que podemos acordarnos los habitantes de este planeta. Y es por eso mismo que se me antoja una de esas contadas películas que ponen en evidencia la concepción más moderna del arte, del séptimo, en este caso, en las cuales su desarmante simplicidad es inversamente proporcional a la emoción que transmiten y al estado hipnótico que provocan. Es por eso que pienso en Atanarjuat como un artefacto a su vez corrosivo por el destierro absoluto al que se ve sometido cualquier artificio fílmico, y la sitúo desde ahora mismo al lado de esas otras contadas excepciones que hacen que la ficción se asemeje a nuestra incómoda realidad y no al revés, como viene siendo habitual, como se hace en Los muertos, de Lisandro Alonso, o en Bab'aziz, el sabio sufí, de Nacer Khemir, en la que pude admirar en primerísimo plano uno de los rostros más bellos que haya visto en mi vida; o en Dersu-Uzala, de Kurosawa, o en Madre e hijo, de Sokurov, o en la española, eso creo, desde luego, La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta, junto con un etc. muy cortito tal vez. Ninguna de ellas, curiosamente, del otro lado del Atlántico.

Atanarjuat pone en imágenes, en fin, y en tres horas de metraje que parecen cortas, una leyenda del pueblo Inuit en la cual un espíritu maligno siembra en una familia esquimal a través de sus mujeres (lo siento, chicas, pero está documentado) la discordia hasta llegar al crimen. Atanarjuat se queda con Atuat, la prometida de Oki, lo que provoca la rivalidad inicial. Poco después toma como segunda esposa a Puja, la hermana de Oki, que resulta ser una intrigante de cierto calibre. Cuando la descubre fornicando con su hermano Amaqjuaq en la misma tienda de campaña donde cohabitan, Atanarjuat la golpea y Puja vuelve al campamento de su padre y de su hermano y les cuenta que ha huido porque querían matarla. Oki y los suyos van entonces a buscar a Atanarjuat. Matan a su hermano, pero Atanarjuat logra escapar corriendo complemamente desnudo a través del desierto de hielo. Lo persiguen sin éxito y abandonan dándolo por muerto. Mientras, Atanarjuat ha sido encontrado al borde de la muerte por una pareja de ancianos que lo cuidan hasta que se restablece. Vuelve entonces al campamento de Oki, donde vive de nuevo su amada esposa Anuat totalmente marginada ahora tras ser violada por su antiguo novio, quien se ha erigido en jefe ya por la muerte de su padre al que él mismo asesinó. Atanarjuat desafía a Oki, lo vence y conjura después al espíritu maligno ayudado por los ancianos. Finalmente Oki y su hermana Puja como causantes del mal reinante son expulsados del clan. Así podrán vivir en paz y concordia ya para siempre las generaciones posteriores. El bien vence al mal, concluye la historia. Una historia que, como vemos, no puede ser más simple. Épica, homérica en su desarrollo, desde luego, pero sin un atisbo de grandilocuencia, de impostura, de arrebatadas pasiones pese a la tragedia que se narra, el hueso limpio nada más, lo cual hace que, según creo, resulte de una enorme eficacia pese a sus esteretipos.

Y mientras la acción transcurre lenta, muy lentamente, mientras se dosifica de manera que sin darnos cuenta casi nos atrapa manteniendo viva siempre nuestra curiosidad, vamos contemplando igualmente cómo la cámara, con evidente afán documental, se demora en la cotidianeidad de unos seres que nos parecen de otra galaxia, en sus rostros, en sus manos, en sus quehaceres diarios, en sus tradiciones, en sus alegrías y en sus duelos; contemplamos también los hermosísimos, inhóspitos, difícilmente accesibles paisajes de un lugar imposible al norte de nuestro planeta... Cinéma vérité, llamaron los franceses en su día a esta manera de entender el cine. Pero puede que ya estén antiguos, no sé. En cualquier caso, esta maravillosa sorpresa fílmica que me he encontrado ahora es una lección magistral de cómo se puede hacer Cine de verdad sin tener que estar inmerso en el diabólico engranaje de la industria occidental, de cómo puede hacerse una obra inmensa, no ambiciosa, sólo artísticamente inmensa, de espaldas a los presupuestos, universales ya casi, del uso y el desecho inmediato. A su modo, Atanarjuat rinde tributo también a Robert Flaherty, y cierra el círculo iniciado hace noventa años por su Nanuk el esquimal, la película que planteó por primera vez la concepción de lo que debería ser el cine documental, alejado del turismo de sobremesa que todavía nos mantiene con frecuencia adosados a la pantalla.

Dije antes que Bab'aziz me deparó en su día el gozo de poder disfrutar en primerísimo plano del rostro más bello que tal vez haya visto en mi vida en una pantalla. Pongo aquí el trailer de la película como solaz para aquellos que se hayan atrevido a llegar a este punto de mi comentario. No es lo mismo que verlo en una pantalla de quince metros de largo, claro está, pero capturad la imagen cuando aparezca el rostro y decidme, decidme...

martes, 15 de diciembre de 2009

Liverpool, de Lisandro Alonso (y chapter III) (aunque menos Alonso ya)

Hugo y yo cruzamos todavía algún correo más aunque ya menos centrado en el cineasta argentino (nada que ver, pues, con nuestro archiconocido bicampeón mundial de Fórmula 1). Algo de cine japonés apareció, fíjate tú, bien apreciado por ambos, y unas gotitas además de buena literatura aparecieron también. Después de ellas me sumí en la lectura del Gaddis referido. Y aún lo estoy, y lo estaré un rato. Y lo comentaré con Hugo, claro está, cuando lo culmine (sí, culmine, es una escalada seria, una cumbre de proporciones gigantescas en todos los sentidos este libro que estoy leyendo, a lo largo, a lo ancho y a lo hondo). Discúlpenme, pues, si no aparezco por aquí mientras tanto todo lo que deseara.

El chapter III (y último, sí, y breve, qué pasa, no esperarán que estemos destripando esta película toda la vida ¿verdad?):

¡¡Claro!!! Erice, cómo se me pudo olvidar Erice. Y José Luis Guerín, qué olvido imperdonable también. Ves, ya sabía yo que algo de eso me ocurría con las prisas. Bueno, reparada queda la infamia (je, je), te agradezco el apunte. Y ya en el exterior, desde luego Kitano, todo, espléndido, me fascinó desde que vi hace bastantes años su Hana-bi Luego ya casi todo lo que he podido, Sonatine, Brothers, Zatoichi, El verano de Kikujiro. A mí me encandiló Kitano, vaya que sí. Y hay otro japonés por ahí, que si no conoces, te recomiendo fervientemente, Kiyoshi Kurosawa (nada que ver con el maestro, pero otro maestro, sin duda), Yo he visto Cure y Retribution. Y tengo por ahí todavía pendiente Kairo. Verdaderamente espléndido, único, tanto estética como narrativamente (aquí sí hay, sí, una buena historia, tremenda, sorprendente, onírica, fantasmal).
Y qué curioso, también yo estuve mirando cositas de Lowry hace unos días, de su espléndida Bajo el volcán. Oye, pues que me está gustando esta conversacioncita. Tiene su aquél. Me gustaría ponerla en mi blog. ¿Te importa?
Abrazos y que disfrutes. Nos vemos a la vuelta, claro que sí.
Paco


Parece que Takeshi, después de su "takeshis" ha estrenado "glory to the filmmaker", la segunda película sobre la condición del creador "confundido"; hay una tercera parte todavía no estrenada. es lo de Fellini ocho y medio pero a tres bandas. tengo la primera, que todavía no vi, y espero ver pronto la segunda (posiblemente lo haré en Bs. As.). el japonés está lanzado. a ver si después vuelve a sus maravillosas pelis sobre yakuzas (hay una primera trilogía de este tipo, magnífica).
en fin, que antes de partir a la primera patria debo concluir un trabajo sobre "límites y condiciones de la experiencia" (¡toma ya!) pare leer en unas próximas jornadas el día 20 de este mes (justo el día que luego parto).
respecto a Lowry, te recomiendo que te consigas (será vía Iberlibro, si puedes) una biografía señera sobre el muchacho, es de un tal Douglas Day y está editada en México (creo). Buena de verdad. En estos tiempos de escritores chorras, superficiales y charlatanes, vale la pena descubrir a un creador verdadero.
si le echas mano a Gaddis, coméntamelo (otro grande).
en fin, que parto.
con nuestro mails puedes hacer lo que te parezca, que me parecerá bien.
un abrazo.
sp.s.: si me escribes, intentaré contestarte desde el otro lado del charco.
Hugo


Por cierto, después de mi diatriba contra el cine español pude ver La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta y me ha hecho suavizar mis posiciones. Si tienen la oportunidad no dejen de verla, es una joya de verdad, sin duda alguna.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Liverpool, de Lisandro Alonso (chapter II)

A lo que alegaba Hugo sobre el cine de Alonso (nada que ver con nuestro egregio Meteoro) aduje yo esta reflexión sobre el cine español que sigue. No sé si algo radical, como digo ahí, realista, creo, en cualquier caso, me temo, insisto, y a pesar incluso de los "Cineastas contra la orden". Hugo replica, no obstante, con algunos olvidos imperdonables por mi parte (del cine reciente, del reciente, no del histórico, del que tal vez podamos tener todos buenos ejemplos en la cabeza). Ahí va, pues, el segundo asalto:

A pesar del pequeño reproche (tengo, en efecto, que admitirlo, Hugo), y que no le resta ningún valor o muy poco, por cierto, a pesar de él, digo, una de las cosas que me pregunto también después de haber visto el películo de Alonso, y que me reprocho yo, bueno, no personalmente, claro, sino a los talentos de este país, es qué clase de cine se hace aquí que pueda estar mínimamente a la altura de esta propuesta misma. Sí sé que que es absolutamente necesario mantener la industria, la poca que quede, pero al margen, o al lado de ella, debería haber talentos vigorosos que fagocitaran (¿por qué no?) desvergonzadamente, sin rubor alguno, a, digo yo, maestros de la envergadura de los que he sugerido (aquí, me temo, ni verga, ni dura , por más que lo pienso, je, je), y que fueran capaces de crear una obra guiados sólo, o sobre todo, por criterios artísticos más que mercantiles, como es el caso de Alonso, desde luego. Me temo que andamos demasiado obnubilados con el cine comercial made in usa y algo también almodovarianamente (y mira que me gusta su cine) enredados, ay, con lo chic, más que con lo artístico, ya digo (y no hablo de Amenábar, prefiero olvidarlo ya definitivamente, por supuesto). Hecho de menos talentos vigorosos y arriesgados que puedan equipararse a las honrosas excepciones, tal vez, de Pere Portabella, que ya no es un crío, por cierto, o a Julio Medem, también, y, a lo que parece (que todavía no la he visto pero ya está acercándomelo la mula), Eugenio Mira y su The Birhday, o, incluso, los muy recientes Paco Plaza et alius con Rec (que me encantó, aunque deplore la secuela y me niegue a verla, al menos por el momento) (a Coixet, no la nombro que, no sé por qué, me cae francamente mal, me repele). Poca cosecha, en cualquier caso, según creo. Hecho de menos, insisto, propuestas del calado intelectual y artístico de tu paisano. No sé si me excedo pensando esto, tal vez sí, y alguien habrá incluso que me replique que no es de recibo salvar poco o muy poco de lo que se hace por este reino, y alegue nombres que desconozca o se me olviden (lo que deseo fervientemente), pero esa es la impresión que tengo, para qué voy a engañarme.

Dicho lo cual, al respecto de lo que indicas sobre el soporte y los modos que utiliza nuestro amigo, tengo que decirte que, personalmente, y a nivel artístico, ni me pone ni me quita que esté rodada en celuloide o en digital. Lo veo más bien como lo que es, una postura ética más que estética y a mí la que me interesa más que nada es ésta última, desde luego. Si funciona la cosa, lo mismo me da que esté grabada en papel higiénico, si me permites la broma, pero es que me la he puesto a güevos, je, je. De acuerdo en que ese modo de operar puede dar resultados técnicos distintos, pero no por ello, por ello sólo, tendrán más valor, en mi opinión, que si se hiciera de otro modo. Yo creo que lo interesante está, como tú indicas, en la cámara, en la mirada del que está detrás de la cámara, vamos, en si es capaz de transmitir adecuadamente (sí lo sé, qué es eso de adecuadamente, pero tú ya me entiendes) con lo que enfoca, con la imagen que acotan los márgenes del encuadre.

Y estoy de acuerdo contigo en que uno de los grandes valores de la película es precisamente su poder de evocación, de sugerencia, más que de explicación. Eso creo yo que es una premisa inexcusable cuando hablamos de gran arte, y aquí se cumple con creces. Al espectador (lo mismo que al lector) no debe dársele todo, y eso que falta, que debemos poner nosotros, es lo que hace que funcione el asunto como obra de arte, como lo que entiendo yo por obra de arte.
Dices también que no hay historia, que no hay guión, pero yo creo que sí la hay, y que aunque la cámara, por ejemplo, siga grabando, en tus palabras, "la vida desolada de la comunidad" después de la marcha de Farrell, este personaje central está presente y provoca que esa misma "desolación" se haga más profunda y se vuelva a abrir la herida de un posible desgarramiento anterior. Es cierto que Alonso no toma partido, no ensaya una postura ética al respecto de lo poco o lo mucho, más bien poco, ya te lo he dicho, que cuenta, eso está bien advertido, pero cuenta, desde luego una historia que toma cuerpo al final y da sentido al resto. Yo no creo que estemos ante unas imágenes exentas. Una historia de una simplicidad desconcertante, si quieres, pero una historia después de todo. Y al respecto de esta ausencia de planteamientos éticos en lo narrado, que me parece absolutamente encomiable, dicho sea de paso, se me ocurre, por enredar más que nada (je, je), que pudiera haber cierta contradicción, ya a nivel extrafílmico, entre no haberlos aquí y encontrarlos en cambio cuando hablamos del soporte técnicos que emplea. No sé, ¿se lo has preguntado al interfecto? (je, je).

Ah, por cierto, te dejo un enlace interesante tal vez sobre la cuestión del uso de recursos técnicos obsoletos o ya en retroceso para obtener resultados artísticos hoy, ahora mismo. Ya me dirás qué te parece (si te parece algo, claro). Yo me acuerdo mucho de Frank Zappa cuando pienso en este asunto. Qué bueno era el tío ¿no?
Abrazos
Paco


me voy de vacaciones en unos días y no quería hacerlo sin responder a tu mail. creo que alonso cuenta, ya que no se puede no contar, el asunto es cómo cuenta y el modo en que lo hace; pero que cuenta, sin duda, cuenta. del cine español sigo enamorado de erice y guerín, ya maduros, por cierto, y hay por allí una chica llamada mercedes álvarez, o algo así, que hizo "el cielo gira", una propuesta arriesgada y aburrida que a mí no me gustó pero que me pareció bien (la actitud, quiero decir). también hay un pedante apellidado serra (¿o sierra?) que hizo una recreación del quijote a lo jean renoir que no está mal. al menos intentan mostrar que se toman el cine en serio, lejos de subvenciones malignas y presupuestos gigantescos. a mira no lo conozco, y no he visto nada de portabella (a mi regreso lo haré). a paco plaza lo conozco personalmente (es muy amigo del hijo de almudena) pero no vi nada de él. como ves, veo poco cine español, y argentino sólo el de la gente que te mencioné. coixet es un desastre previsible mimada por los medios y nuestro dinero (subvenciones). en cuanto a amenábar, al que prefiero ignorar, parece que su gran mérito con ágora es haber hecho una película "como las grandes producciones de hollywood". por ahora sigo reviendo a fellini, del que acabo de leer una extensa biografía en la que late el genio que fue: radical e intransigente. en bs as intentaré encontrar "las voces de la luna", su última peli difícil de conseguir (parece). me estoy bajando algo de Ceylan (a ver qué pasa) y lo último de Takeshi Kitano, que a pesar de sus irregularidades, me gusta, sobre todo la libertad con la que filma, incluso el modo en que se arriesga a hacer el ridículo. en fin, mucha gente detrás de la cámara, y una vez más, lo del trigo, la paja y otras masturbaciones. a mi regreso concretamos nueva cita, esta vez con la amiga minervina y josé manuel presentes. un abrazo y saludos a la niña y a tu mujer.

p.s.: estoy releyendo a Lowry una y otra vez. creo que es grande de verdad. ya lo hablamos.
Hugo

domingo, 22 de noviembre de 2009

Liverpool, de Lisandro Alonso (chapter I)

A propósito de la película Liverpool, de Lisandro Alonso (nada que ver con nuestro homónimo velocista), mantuve hace unos días una interesantísima conversación electrónica con el escritor y escrutador de mentes alienadas (o no tanto) Hugo Abbati (de quien, por cierto publicaremos dentro de poco su estupenda y ¡¡¡bernhardiana!!! novela Correspondencias, estén atentos). Hablando de cine un día en su casa, él me sugirió que viera esta película del director argentino y que la comentaramos después. Aquí está el resultado. Como han sido, después de todo, algo extensas nuestras disquisiciones, he decidido hacer varias entregas para acomodarme así en lo posible a esa ligereza que se le reclama a los textos en esta web 2.0 (que se queda un poco huérfana, dicho sea de paso, con la conclusión del blog de Miguel Ángel Muñoz El síndrome Chejov). Ahí va la primera. Envido yo, Hugo responde:

Acabo de ver, mi querido Hugo, Liverpool, la película de Lisandro Alonso que me recomendaste. Me gustaría que la comentáramos, recuerdo que me dijiste. Bien. Para mí tiene una mezcla de Raoul Ruiz, Arturo Ripstein y Alexander Sokurov (incluso con algunas gotitas lynchianas, fíjate). Padre e hija en este caso, claro, si no me equivoco, para la referencia a Sokurov, cuya película se titula a la inversa (deliciosa, si no la has visto, te la recomiendo fervientemente, todo lo de Sokurov, vamos). Algo he visto del misterioso halo fílmico de Ruiz y de la sordidez ambiental de Ripstein. Bueno, un trío de ases en cualquier caso cuyo recuerdo hace que la película ya por eso sólo tenga un valor añadido poco frecuente.
De todas formas, me ha dejado sensaciones contradictorias. Por un lado aprecio el despojamiento y la sequedad narrativas de tu paisano, sin florituras de ningún tipo. Y creo que contiene imágenes del entorno natural (y no sólo natural) realmente bellas (he ahí a Sokurov de nuevo). La película sugiere más que explica, y eso está a su favor, desde luego. Pero, no sé, me parece que lo que cuenta es tan simple que, incluso siendo corta como es la cinta (bueno la cinta en mi soporte ya no, unos y ceros, ja, qué curioso), me parece algo extensa. Quizás sea éste mi mayor reproche. No sé tú qué opinas...
Abrazos
Paco


hay algo en alonso que no existe en ruiz, ni en sokurov ni en ripstein, y es el ascetismo antinarrativo del argentino. hay, sin embargo, un montón de cosas en el cine de los otros, que no están en alonso. partiendo de la base de que sokurov es muy superior a ripstein y a ruiz, y que ripstein es muy superior a ruiz (superior aquí quiere decir que me gustan más). precisamente lo que no hay en estos tres y sí hay en alonso, es lo que lo distingue como un cineasta distinto. y dejaré de lado, en esta opinión, las dificultades presupuestarias de alonso para filmar y la escasez de materiales con que lo hace, esto en sí no es meritorio, pero el resultado sí lo es. para empezar, A. sólo filma en 35 mm y abomina del digital, esto tiene que ver con la claridad y la imagen profunda que el 35 da, y que impide la distorsión del digital cuando se lo manipula, y esto significa: el plano es fundamental, el plano en sí, sin idea agregada, sin querer transmitir nada que no sea lo que el plano dice. efectivamente, en A. no hay guión, no hay historias propiamente dicha; las débiles tramas son el soporte para fundar la mirada de la cámara, si hay historia, es en la imagen, en cada imagen, así, en liverpool, el sujeto come, folla, viaja, se desmaya, dice cuatro tonterías y desaparece. el sujeto entra al plano, la cámara nunca lo sigue (no está al servicio de la historia posible de esa persona), y de hecho, al final, el sujeto se marcha y la cámara se queda y sigue filmando la vida desolada de esa comunidad, por lo tanto, la historia no importa nada, a no ser que uno se la monte en su cabeza, y si lo hace, lo hará a través de lo que la cámara nos muestra, nada más. no hay en A. la tentación de usufructuar la grandiosidad del paisaje, este opera como una materialidad que constituye a los personajes en ese ámbito (como diría heidegger, los muestra como no teniendo mundo, sólo hábitat). esta reducción última, donde lo emocional se intuye pero no surge, refuerza la condición casi de mamíferos de los protagonistas, de los que no sabemos nada, de modo que filmarlos es simplemente filmarlos, pero no al modo documental, sino jugando con los espacios que la misma filmación crea, con la ambigüedad de la "historia", la cámara crea y devora la situación, y así y todo, hay un vacío, y A. diría que ese vacío no lo cubrirá el cine, que nos puede emocionar, aburrir, alegrar, etc., pero que nunca llenará el vacío que impulsa la creación: el cine de A. da cuenta de ese vacío y, así, de los límites del cine mismo cuando lo único que quiere contar es que su contar tiene un límite, y que ese límite es infranqueable.
bueno, además de eso, te sugiero la trilogía de A. previa a Liverpool: La libertad, Los muertos y Fantasma (en ese orden).
como oposición feroz y magnífica al cine de alonso, te sugiero historias extraordinarias, de llinás, lo mismo pero al revés.
un abrazo.
p.s.: me gusta mucho sokurov.
Hugo

sábado, 18 de julio de 2009

Funny games U.S.

Funny games es una película bernhardiana. Lo que interesa ahí (e inquieta sobre todo) es lo que está pasando por la cabeza de cada uno de los personajes. Queremos saber cómo la joven pareja de dulces y educados sicópatas, capaces de apreciar la perfección de un palo de golf para ganarse a su dueño, ha alcanzado ese estado de simple y total malignidad. Algo nos dicen, pero sólo para confundirnos más aún. Peter, cuenta Paul, es hijo de una familia conflictiva de condición miserable, pero no, es un chico bien mimado hasta los extremos, y homosexual. O sea, nada que nos ayude a comprender este fenómeno. Puede ser esto o aquello. Da igual. Queremos saber qué se le está ocurriendo a George para salir de la violentísima, y paradójicamente edulcorada, situación en que se encuentra, cómo afronta su postración y su ¿obligada? cobardía. O qué piensa Anna después de que su hijo haya sido brutalmente asesinado en esa memorable y densísima (y denostada) escena del salón con el comentario en la TV de las carreras de coches como banda sonora del horror. No se refieren a su hijo muerto los padres hasta mucho, demasiado tiempo después, para lo que está dispuesto a admitir el conmovido público. Por qué. Esto y nada, todo es posible en este perverso juego fílmico, lúdico hasta la exasperación tal vez, como eminente producto de la posmodernidad más acendrada, en el que el director rompe de continuo las expectativas emocionales de sus algo acomodados espectadores.
Pero no sólo, también carga contra las expectativas argumentales, las convenciones narrativas. Fíjense si no, en el cuchillo del inicio y su papel final. Nada. O en la pelotita de golf. O en el provocador rebobinado de la película para desvanecer socarronamente la catarsis liberadora de la angustia de personajes y videntes.

Un continuo juego emocional, por tanto, pero no sólo, ya digo. Un juego también metalingüístico y metaficcional en el que se nos recuerda, al final, perturbadoramente, que estamos viendo, nosotros, usted y yo, que la contemplamos estupefactos, una película, sí, pero que si la estamos viendo, entonces es que es real.

Funny games U.S. es el remake, plano por plano, de esa misma película del mismo autor de 1997. Lo que me recuerda ahora al ejercicio de idéntica naturaleza que Gus Van Sant llevó a cabo con Psicosis. Aunque, sí, como homenaje éste al maestro, no como posible autobombo y mercadeo de aquél. Dicen que varía sólo en unos pocos segundos, 20 ó 120, según los distintos cronometradores, y algo en el vestuario de la Naomi Watts, pelín más seductor. Aunque está guapa se ponga lo que se ponga esta chica.

domingo, 15 de marzo de 2009

El arca rusa

Obviando las colosales dificultades técnicas (puesta en escena, dirección de actores, encuadres, barridos, etc.) que afronta el maestro Sokurov en su película, grabada, como es sabido, en una sola toma que nos deja realmente patidifusos con su vaivén hipnótico (un ejercicio de esa extensión solo intentado antes, según creo, y hace bastante, por el Hitchcock de La soga, aunque con trampas), El arca rusa (2002) nos propone un exclusivo (for your eyes only) recorrido, tal vez un glorioso encargo para mayor gloria de las bondades rusas (tal vez presoviéticas), por l’Hermitage de San Petersburgo de la mano del "europeo", ese señor de levita negra y aire escéptico y burlón, y de un fantasma (o muchos) desubicados ("en qué siglo estoy", "qué lengua hablamos", se preguntan; "es sorprendente lo bien que hablo ruso", dice el europeo, el diplomático francés llegado ahí no se sabe cómo). Ambos nos guiarán a través de sus espacios, de su discurrir temporal.
Recorrerán juntos las suntuosas estancias de ese lugar de indescriptible belleza, abrirán sus puertas más secretas, más insospechadas (sótanos, almacenes, estancias privadas...), admirarán a los maestros pintores italianos y holandeses, españoles, se extasiarán con Las tres gracias de Canova y con su inigualable maestría para dotar de extrema delicadeza al más tosco e irreductible de los materiales. Y dialogarán jugosamente mientras de paso sobre el alma, sobre el carácter ruso ("los rusos no tienen ideas propias", dice el francés; "los europeos son demócratas de luto por la monarquía", le replicará una voz), de política o de religión. Y mientras, sutilmente, nos sugerirá Sokurov, por boca de la empleada ciega que conoce cada tela expuesta (Rubens, Van Dyck, el Greco) que no hace falta la vista para apreciar tanta hermosura; o, en otra escena de turbadora dislocación sensorial (de las frecuentes que se producen), que podríamos extraer todos sus secretos si somos capaces de entablar con ellas el diálogo apropiado.
Estos dos ingrávidos seres, visibles e invisibles a un tiempo, un leve soplo de nuestra imaginación que grotescamente un lacayo intenta alejar de allí igualmente soplando, se encontrarán en su paseo temporal ahora por el Palacio de Invierno con los otros fantasmas que lo pueblan desde que Catalina la Grande lo adoptó como residencia oficial de los Zares en el siglo XVIII, esa época que declaran amar nuestros amigos “por sus genios y sus modales”. Y van apareciendo entonces desordenadamente, distorsionadoramente, la misma Catalina, y sus hijos, y sus doncellas y cortesanos, y el Zar Alejandro y su familia y su magnífica corte, y los visitantes modernos del museo, y varios responsables conservadores actuales del museo también, que se preguntan, como quien no quiere la cosa, entre lacónicas reflexiones sobre el significado de la cultura, “si todavía estará el teléfono intervenido”. Y la muerte igualmente aparece en emocionantes planos fríos y blancuzcos, mientras un misterioso mayordomo, solícito y atribulado, que los ha seguido en casi todo su recorrido, ha cuidado, suponemos, de que todo esté bajo control. He ahí la metáfora.
Es un invisible fantasma esa voz que habla portando una cámara digital interpelando a veces al acompañante, pero somos nosotros mismos también, los que “abrimos los ojos y no vemos nada". Esa enigmática y curiosa mirada (nuestra) que acompaña e increpa a su acompañante, a "Europa", al diplomático así llamado que acabará rendido ante su destino e incapaz por ello de abandonar el Palacio cuando finaliza todo, destruye en la película cualquier centro de gravedad al que podamos asirnos, cualquier andamiaje, toda historia, constituyéndose solo en el mero fluir que Sokurov le asigna, y sugiriendo de ese modo que estamos (tal vez) dentro de un sueño donde todo es indeterminación, incertidumbre, teatralidad, gloriosa impostura. Somos nosotros mismos, inválidos espectadores, sí, formando parte del sueño, de manera que podemos sentir como absolutamente real y paradójicamente vivo todo lo que hemos “visto” que sucede en el Palacio, en cualquiera de las estancias que vamos dejando atrás, en las que pudiera continuar discurriendo la irreal existencia que se nos propone. Quizás sea este para mí su mayor logro.

El arca rusa nos convierte en entregados cómplices también mediante el ejercicio de extrema vitalidad y fuerza, de mundana jovialidad, de emocionante desenvoltura, de comicidad y socarronería que lleva a cabo. A través de las escenas teatrales (que algo, un poco, recuerdan a alguna propuesta de Greenaway), de los personajes enmascarados que pululan casi ubicuos, con los deliciosos revoloteos de varias ninfas hermosísimas por los pasillos del Palacio o con el entusiasmante baile final, sabe inocularnos Sokurov con inusitada eficacia, como pocas veces experimentamos, un adictivo estado de satisfacción difícil de describir. Y lo realza aún más si cabe con el sobrio contraste de gravedad que imprime en ese monumental tramo final de la película en que todos los ¿figurantes?, muchísimos, abandonan la fiesta y se dirigen a la salida bajando pausadamente por la escalera central del Palacio (donde, quizás como cima de lo que venimos diciendo, debemos fijarnos en cómo la cámara se entromete, avanza y retrocede, en cómo los ¿actores? van rellenando el plano, con una admirable naturalidad que refuerza la sensación ya asumida de estar nosotros mismos formando parte de la secuencia). La fuga final de la imagen hacia al enigmático y brumoso exterior acuático en que culmina la película, unida como está, claro (es una sola toma, no debemos olvidarlo) a la de la escalera, tal vez constituyan los diez minutos de cine más bellos que logro recordar. “Es una lástima que no estés conmigo –nos dice ahora la voz del fantasma–. Entenderás todo. Mira. El mar está por todas partes. Estamos destinados a navegar siempre. A vivir siempre.” Y asentimos.

No haría falta decirlo, pero nada más lejos todo esto de la enajenada inocencia, del hallazgo azaroso en esta película. Como dice certeramente Ignacio Castro Rey, el cine de Sokurov constituye un firme acercamiento nada inocente a lo que el espectáculo tecnológico ha dejado fuera. La alta definición al servicio de la indefinición de la existencia. En la línea que siguen su maestro Tarkosvky, Klimov o, más de este lado, Victor Erice. Un cine que pretende, si pensamos también en la desnudez imaginística, en la impactante propuesta de poética cinematográfica que es Madre e hijo (1997) sobre todo, “liberar a la sensación de la opinión”, desterrar el artificio fílmico a través de un absolutamente conmovedor ejercicio de imágenes que “son” ellas por sí mismas.


lunes, 1 de diciembre de 2008

Rec



Rec es una película de las que suelo evitar, de esas con sobresaltos y golpes de efecto que ponen innecesariamente nervioso, con casquería también (aunque eso me conmueve ya menos, la verdad, desde que pude ver -entera- Bad taste, del entonces desconocido y aclamado ahora Peter Jackson, y me inmunicé). Siempre he preferido el terror psicológico (bueno, o no tan psicológico) tipo La semilla del diablo, de Roman Polansky (1968), o El final de la escalera, de Robert Medak (1979), con el soberbio George C. Scott investigando el misterio; el terror de El otro, de Robert Mulligan (1972), o el de La profecía, de Richard Donner (1976). Y qué inmejorable cosecha cinematográfica la de la década de los setenta, ahora que lo pienso. Todos egregios ejemplos a años luz de almibaradas cintas como El sexto sentido, de Night Shyamalan, o las recientes (¡y españolas!) Los otros, de Amenábar, o El orfanato, de Bayona. Rec es una película, sí, de las que suelo evitar, pero, pero, pero... Pero Rec hay que verla por muchas razones.

En primer lugar porque esa cámara que graba y nos muestra sin desfallecer lo que estamos viendo (ese cámara que no vemos, Pablo, balbuciente, él y el artefacto), con maneras Dogma, se constituye en protagonista indiscutible de todo el metraje con una energía inusitada de manera que, aparte de lo que cuenta, que tiene su miga, asistimos a un incomparable ejercicio formal cinematográfico (planos, contraplanos, fundidos, picados, barridos, montaje, etc., etc., etc., hasta tomas falsas, todo en uno) revestido de la ingenuidad, la aceleración y el cutrerío televisivos. Tal vez sea eso, sí, al parecer, para mí al menos, lo que resulte más estimulante de la película.

Pero luego podemos disfrutar (en fin, el que pueda) fijándonos en el microcosmos que Plaza y Balagueró crean en el descansillo de un bloque de vecinos de cualquier ciudad. Allí junta a la reportera indesmayable, al fornido bombero, al poli bueno y al malo, con un atildado vejete algo moña que vivía con su madre y que adora dar bien en las tomas, con el matrimonio chino que tiene, claro, toda la culpa de lo que está pasando, con la altiva y exclusiva burguesita y su monísima hijita enferma de gripe (¿de gripe?), con el venerable matrimonio de entrañables (¿entrañables?) ancianos, con el lúcido profesional que intenta controlar la situación. Ah, y con una vieja gruñona, que no baja, y que también vive, claro, en el bloque.

Y disfrutaremos también saboreando el control del ritmo, frenético a veces, de las subidas y bajadas de tensión (y de pisos) de la película para llegar a una apoteosis sangrienta antes de la entrada de los supervivientes -la reportera y el (la) cámara- en al ático en el que no vive nadie; o con la muy conseguida sensación de realidad precisamente a través del planteamiento documental de la grabación, lo que produce un efecto muchas veces sobrecogedor. Y luego, tal vez, sí, con cómo pasa de un planteamiento científico a otro absolutamente misterioso y escalofriante. Igualmente con la alegoría televisiva y su papel en la sociedad actual, con la poderosa técnica hipnótica de sus imágenes (¡qué grabe, que grabe!, gritan todos los vecinos ante la reticencia de la autoridad). También, en un plano más profundo tal vez, sí, reflexionando sobre el desvalimiento ante las decisiones exteriores e inapelables a las que estamos sometidos en cualquier momento cualquiera de nosotros, sobre la angustia que produce no saber, no saber nada, no saber qué va a ser de nosotros cuando no se posee la información que se necesita para explicar las cosas; sobre el comportamiento humano en situaciones límite, también por eso (Buñuel no anda lejos de aquí).
Ah, y por si faltaba algo, podremos reírnos un rato con las ocurrencias y las bromas de estos directores (la burguesita encadenada a la baranda, la entrevista a la china), pero un ratito sólo, poco, antes de volver a perder el resuello y sumergirnos de nuevo en la angustiosa atmósfera que se respira en este bloque (y más allá).

Después de todo eso, la historia nos rondará con insistencia y posiblemente no nos deje dormir en varios días. Tal vez, no sé.

Una muestra va aquí para abrir boca.






Me referí antes a la película que Peter Jackson rodó cuando aún ni soñaba con el bombazo de El señor de los anillos. Degusten sus gustos de entonces un poquito. No tiene precio el películo.




lunes, 20 de octubre de 2008

Sokurov


Esta mañana he visto Taurus, de Aleksandr Sokurov, y estoy todavía, a estas horas, bajo los efectos de la impresión que me ha causado, rumiándola estoy aún, sí, con verdadero placer. Merece un comentario, o dos, al parecer, estoy seguro. ¡Qué territorio inexplorado, qué nueva tierra rica y fertil para nuestra tierra! Aunque no tan nueva, pues vi, sí, hace tiempo El arca rusa y me dejó también anonadado. Me espera. Pensaré en ella (en ellas) con más calma... Qué gran cineasta ¡que no ve cine!, al parecer...

viernes, 17 de octubre de 2008

Being Julia


De Istvan Szabó vi hace muchos años su Coronel Redl, premiada en Cannes en 1984. Recuerdo muy vagamente la película, la verdad, pero sí se ha mantenido al parecer todo este tiempo la sensación de agrado que me produjo y la estupenda impresión que me causó Klaus Maria Brandauer en el papel principal. Al parecer se trataba de una historia sólida, al parecer teníamos una gran interpretación de su actor principal. Nada que objetar, entonces. Cine y sólo cine, sin más y sin menos, narración, actuación, simbolismo también al parecer, según algunos críticos, aunque se me escape ahora cómo puede interpretarse, la verdad. Tras ver ahora Being Julia he recordado, claro está, esa antigua película de Szabó y he podido confirmar esa misma agradable sensación que acompaña el recuerdo de aquélla. Pero, ay, nada más he podido añadirle, lo cual ha dado paso, ahora, a cierta decepción, la verdad. Y "lo cierto" es que Michel Gambom, Annette Bening, están irreprochables. Pelín pasada Bening. Jeremy Iron, como casi siempre, hasta cuando tiene que lidiar con dragones u otros reptiles, magnífico, hay que admitirlo (¡cómo seduce su forma de andar!). La ambientación es excelente, la historia bien construida como, al parecer, aquella de Redl. Incluso plantea, he ahí tal vez el simbolismo, de manera central en mi opinión, y trascendiendo la anécdota de que sea precisamente una historia de actores, de teatro (una gran estrella ella, ¿la Lambert, la Bening?) cierta cuestión de calado existencial: dónde acaba la ficción y dónde la realidad o viceversa, cuándo soy yo y cuándo no, cuando actúo o cuando soy yo (al parecer) de verdad, fuera o dentro, etc. Y algún número musical hay de mérito. Pero, pero, pero... la historia es previsible imperdonablemente en su desenlace, la relación que se establece entre la madura y el jovencito tópica, la "liberalidad" de la pareja Lambert-Gosselyn deja bastante frío, el gay "pone", claro, una nota exótica y algo espurea que no inquieta a nadie (lo cual, por otra parte, tampoco tiene por qué hacerlo, dicho sea de paso). Y todos, todos son en el fondo muy, muy buenos, casi angelicales al parecer, hasta la actriz mala, hasta la malvada Julia se muestra angelical en su "terrible" venganza, hasta el maitre es adorable. La cámara correcta, sí, claro, pero esto es me parece lo menos que se puede decir de un director de cine. Para películas "sobre" teatro, pensé, debe verse inexcusablemente Vania en la calle 42 del gran Louis Malle, la última, ay, que rodó. Bueno, ésa y las de Olivier o Branagh, las primeras, claro (aunque en cierto otro sentido, la verdad). El Niño de Macon, por supuesto, inexcusablemente, para eso de la realidad y la ficción, etc. Y para mise en scene británica, británica, me quedo, desde luego, con las películas de James Ivory. Ah, Lo que queda del día, Retorno a Howard End (Hopkins debe acabar ya cuanto antes con Lecter), ah, Una habitación con vistas... También pensé que con la novela de Maugham en que está basada Being Julia yo, nada de dudas, disfrutaría más, no sé. Pensé también que, como toda obra artística debe, el cine, sí, debe no limitarse a ponernos ante los ojos una historia ya conocida, debe descubrirnos, claro está, al parecer, lo entrevisto apenas, lo que tal vez no sospechamos. Muy bonita, sí, y conmovedora, sí, la Lambert "siendo" ella misma (como todos deseamos, por otra parte). Pero poco más, ya digo. Y a propósito del"siendo", aunque no es una cuestión fílmica, ni sea responsable el director, me decepciona también la adaptación del título, mucho mejor este "siendo", que el "conociendo" de su adaptación, no sé, una sensación ya, por otra parte, casi asumida ya como natural, dados los innumerables ejemplos de la ineptitud rotuladora de por aquí. En fin, digo esto, pudiera ser, porque noté cierto entusiasmo a mi alrededor que no comprendía. En fin, algo falla en la tierra Szabó, al parecer...