domingo, 29 de noviembre de 2009

Liverpool, de Lisandro Alonso (chapter II)

A lo que alegaba Hugo sobre el cine de Alonso (nada que ver con nuestro egregio Meteoro) aduje yo esta reflexión sobre el cine español que sigue. No sé si algo radical, como digo ahí, realista, creo, en cualquier caso, me temo, insisto, y a pesar incluso de los "Cineastas contra la orden". Hugo replica, no obstante, con algunos olvidos imperdonables por mi parte (del cine reciente, del reciente, no del histórico, del que tal vez podamos tener todos buenos ejemplos en la cabeza). Ahí va, pues, el segundo asalto:

A pesar del pequeño reproche (tengo, en efecto, que admitirlo, Hugo), y que no le resta ningún valor o muy poco, por cierto, a pesar de él, digo, una de las cosas que me pregunto también después de haber visto el películo de Alonso, y que me reprocho yo, bueno, no personalmente, claro, sino a los talentos de este país, es qué clase de cine se hace aquí que pueda estar mínimamente a la altura de esta propuesta misma. Sí sé que que es absolutamente necesario mantener la industria, la poca que quede, pero al margen, o al lado de ella, debería haber talentos vigorosos que fagocitaran (¿por qué no?) desvergonzadamente, sin rubor alguno, a, digo yo, maestros de la envergadura de los que he sugerido (aquí, me temo, ni verga, ni dura , por más que lo pienso, je, je), y que fueran capaces de crear una obra guiados sólo, o sobre todo, por criterios artísticos más que mercantiles, como es el caso de Alonso, desde luego. Me temo que andamos demasiado obnubilados con el cine comercial made in usa y algo también almodovarianamente (y mira que me gusta su cine) enredados, ay, con lo chic, más que con lo artístico, ya digo (y no hablo de Amenábar, prefiero olvidarlo ya definitivamente, por supuesto). Hecho de menos talentos vigorosos y arriesgados que puedan equipararse a las honrosas excepciones, tal vez, de Pere Portabella, que ya no es un crío, por cierto, o a Julio Medem, también, y, a lo que parece (que todavía no la he visto pero ya está acercándomelo la mula), Eugenio Mira y su The Birhday, o, incluso, los muy recientes Paco Plaza et alius con Rec (que me encantó, aunque deplore la secuela y me niegue a verla, al menos por el momento) (a Coixet, no la nombro que, no sé por qué, me cae francamente mal, me repele). Poca cosecha, en cualquier caso, según creo. Hecho de menos, insisto, propuestas del calado intelectual y artístico de tu paisano. No sé si me excedo pensando esto, tal vez sí, y alguien habrá incluso que me replique que no es de recibo salvar poco o muy poco de lo que se hace por este reino, y alegue nombres que desconozca o se me olviden (lo que deseo fervientemente), pero esa es la impresión que tengo, para qué voy a engañarme.

Dicho lo cual, al respecto de lo que indicas sobre el soporte y los modos que utiliza nuestro amigo, tengo que decirte que, personalmente, y a nivel artístico, ni me pone ni me quita que esté rodada en celuloide o en digital. Lo veo más bien como lo que es, una postura ética más que estética y a mí la que me interesa más que nada es ésta última, desde luego. Si funciona la cosa, lo mismo me da que esté grabada en papel higiénico, si me permites la broma, pero es que me la he puesto a güevos, je, je. De acuerdo en que ese modo de operar puede dar resultados técnicos distintos, pero no por ello, por ello sólo, tendrán más valor, en mi opinión, que si se hiciera de otro modo. Yo creo que lo interesante está, como tú indicas, en la cámara, en la mirada del que está detrás de la cámara, vamos, en si es capaz de transmitir adecuadamente (sí lo sé, qué es eso de adecuadamente, pero tú ya me entiendes) con lo que enfoca, con la imagen que acotan los márgenes del encuadre.

Y estoy de acuerdo contigo en que uno de los grandes valores de la película es precisamente su poder de evocación, de sugerencia, más que de explicación. Eso creo yo que es una premisa inexcusable cuando hablamos de gran arte, y aquí se cumple con creces. Al espectador (lo mismo que al lector) no debe dársele todo, y eso que falta, que debemos poner nosotros, es lo que hace que funcione el asunto como obra de arte, como lo que entiendo yo por obra de arte.
Dices también que no hay historia, que no hay guión, pero yo creo que sí la hay, y que aunque la cámara, por ejemplo, siga grabando, en tus palabras, "la vida desolada de la comunidad" después de la marcha de Farrell, este personaje central está presente y provoca que esa misma "desolación" se haga más profunda y se vuelva a abrir la herida de un posible desgarramiento anterior. Es cierto que Alonso no toma partido, no ensaya una postura ética al respecto de lo poco o lo mucho, más bien poco, ya te lo he dicho, que cuenta, eso está bien advertido, pero cuenta, desde luego una historia que toma cuerpo al final y da sentido al resto. Yo no creo que estemos ante unas imágenes exentas. Una historia de una simplicidad desconcertante, si quieres, pero una historia después de todo. Y al respecto de esta ausencia de planteamientos éticos en lo narrado, que me parece absolutamente encomiable, dicho sea de paso, se me ocurre, por enredar más que nada (je, je), que pudiera haber cierta contradicción, ya a nivel extrafílmico, entre no haberlos aquí y encontrarlos en cambio cuando hablamos del soporte técnicos que emplea. No sé, ¿se lo has preguntado al interfecto? (je, je).

Ah, por cierto, te dejo un enlace interesante tal vez sobre la cuestión del uso de recursos técnicos obsoletos o ya en retroceso para obtener resultados artísticos hoy, ahora mismo. Ya me dirás qué te parece (si te parece algo, claro). Yo me acuerdo mucho de Frank Zappa cuando pienso en este asunto. Qué bueno era el tío ¿no?
Abrazos
Paco


me voy de vacaciones en unos días y no quería hacerlo sin responder a tu mail. creo que alonso cuenta, ya que no se puede no contar, el asunto es cómo cuenta y el modo en que lo hace; pero que cuenta, sin duda, cuenta. del cine español sigo enamorado de erice y guerín, ya maduros, por cierto, y hay por allí una chica llamada mercedes álvarez, o algo así, que hizo "el cielo gira", una propuesta arriesgada y aburrida que a mí no me gustó pero que me pareció bien (la actitud, quiero decir). también hay un pedante apellidado serra (¿o sierra?) que hizo una recreación del quijote a lo jean renoir que no está mal. al menos intentan mostrar que se toman el cine en serio, lejos de subvenciones malignas y presupuestos gigantescos. a mira no lo conozco, y no he visto nada de portabella (a mi regreso lo haré). a paco plaza lo conozco personalmente (es muy amigo del hijo de almudena) pero no vi nada de él. como ves, veo poco cine español, y argentino sólo el de la gente que te mencioné. coixet es un desastre previsible mimada por los medios y nuestro dinero (subvenciones). en cuanto a amenábar, al que prefiero ignorar, parece que su gran mérito con ágora es haber hecho una película "como las grandes producciones de hollywood". por ahora sigo reviendo a fellini, del que acabo de leer una extensa biografía en la que late el genio que fue: radical e intransigente. en bs as intentaré encontrar "las voces de la luna", su última peli difícil de conseguir (parece). me estoy bajando algo de Ceylan (a ver qué pasa) y lo último de Takeshi Kitano, que a pesar de sus irregularidades, me gusta, sobre todo la libertad con la que filma, incluso el modo en que se arriesga a hacer el ridículo. en fin, mucha gente detrás de la cámara, y una vez más, lo del trigo, la paja y otras masturbaciones. a mi regreso concretamos nueva cita, esta vez con la amiga minervina y josé manuel presentes. un abrazo y saludos a la niña y a tu mujer.

p.s.: estoy releyendo a Lowry una y otra vez. creo que es grande de verdad. ya lo hablamos.
Hugo

viernes, 27 de noviembre de 2009

Apocalípticos e integrados

Podríamos calificar al Palahniuk de Rant de apocalíptico si nos quedamos con su trama únicamente, a través de la cual se nos muestra un mundo infectado a conciencia, desde hace mucho, eugenéticamente, por todos los virus imaginables; un mundo dividido, segregado ya no espacialmente, sino temporalmente, donde los diurnos (apolíneos) se oponen a los nocturnos (dionisíacos, que viven de verdad y plenamente su existencia, a pesar de todo). Una distopía (Ballard, pero morigerado) cercana, contemporánea, nuestra casi, en la cual esa segregación "se hizo inevitable", donde "nosotros mentimos, ellos mienten, todos somos unos mentirosos", donde estamos obligados, porque si no no eres nadie, a "re-programarnos" a través de los puertos usb incrustados en nuestros cogotes. Visto así, desde luego que podemos hablar de Palahniuk como de un autor apocalíptico, admonitorio. Pero no creo que sea esa su intención ni mucho menos. No existe intención moral alguna en nuestro autor, quizás todo lo contrario. No teoriza, como pudieran hacerlo los apocalípticos, sobre la decadencia del mundo, de nuestro mundo, sino que, más bien integrado en él, "actúa, produce, emite su mensaje a todos los niveles", como nos advierte Umberto Eco, para constatarlo sin ensayar juicio alguno. Precisamente una de las propuestas ("la propuesta", quizás) más interesantes de la obra está planteada a modo de cuestión irresoluble, y a través de las ondas hertzianas (a todos los niveles), no lo olvidemos: "¿y si la realidad no es más que otra enfermedad?", dice el parco Rant, inmediatamente después de declarar su amor por la contrahecha Echo. Una alucinación provocada por la fiebre provocada por la rabia. Todos estamos rabiosos, pero no lo estamos; todos queremos estar rabiosos porque no lo estamos, bueno, ¿y qué? De todas formas, yo recomiendo tener mucho cuidado desde ahora con los murciélagos. Por si acaso...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Liverpool, de Lisandro Alonso (chapter I)

A propósito de la película Liverpool, de Lisandro Alonso (nada que ver con nuestro homónimo velocista), mantuve hace unos días una interesantísima conversación electrónica con el escritor y escrutador de mentes alienadas (o no tanto) Hugo Abbati (de quien, por cierto publicaremos dentro de poco su estupenda y ¡¡¡bernhardiana!!! novela Correspondencias, estén atentos). Hablando de cine un día en su casa, él me sugirió que viera esta película del director argentino y que la comentaramos después. Aquí está el resultado. Como han sido, después de todo, algo extensas nuestras disquisiciones, he decidido hacer varias entregas para acomodarme así en lo posible a esa ligereza que se le reclama a los textos en esta web 2.0 (que se queda un poco huérfana, dicho sea de paso, con la conclusión del blog de Miguel Ángel Muñoz El síndrome Chejov). Ahí va la primera. Envido yo, Hugo responde:

Acabo de ver, mi querido Hugo, Liverpool, la película de Lisandro Alonso que me recomendaste. Me gustaría que la comentáramos, recuerdo que me dijiste. Bien. Para mí tiene una mezcla de Raoul Ruiz, Arturo Ripstein y Alexander Sokurov (incluso con algunas gotitas lynchianas, fíjate). Padre e hija en este caso, claro, si no me equivoco, para la referencia a Sokurov, cuya película se titula a la inversa (deliciosa, si no la has visto, te la recomiendo fervientemente, todo lo de Sokurov, vamos). Algo he visto del misterioso halo fílmico de Ruiz y de la sordidez ambiental de Ripstein. Bueno, un trío de ases en cualquier caso cuyo recuerdo hace que la película ya por eso sólo tenga un valor añadido poco frecuente.
De todas formas, me ha dejado sensaciones contradictorias. Por un lado aprecio el despojamiento y la sequedad narrativas de tu paisano, sin florituras de ningún tipo. Y creo que contiene imágenes del entorno natural (y no sólo natural) realmente bellas (he ahí a Sokurov de nuevo). La película sugiere más que explica, y eso está a su favor, desde luego. Pero, no sé, me parece que lo que cuenta es tan simple que, incluso siendo corta como es la cinta (bueno la cinta en mi soporte ya no, unos y ceros, ja, qué curioso), me parece algo extensa. Quizás sea éste mi mayor reproche. No sé tú qué opinas...
Abrazos
Paco


hay algo en alonso que no existe en ruiz, ni en sokurov ni en ripstein, y es el ascetismo antinarrativo del argentino. hay, sin embargo, un montón de cosas en el cine de los otros, que no están en alonso. partiendo de la base de que sokurov es muy superior a ripstein y a ruiz, y que ripstein es muy superior a ruiz (superior aquí quiere decir que me gustan más). precisamente lo que no hay en estos tres y sí hay en alonso, es lo que lo distingue como un cineasta distinto. y dejaré de lado, en esta opinión, las dificultades presupuestarias de alonso para filmar y la escasez de materiales con que lo hace, esto en sí no es meritorio, pero el resultado sí lo es. para empezar, A. sólo filma en 35 mm y abomina del digital, esto tiene que ver con la claridad y la imagen profunda que el 35 da, y que impide la distorsión del digital cuando se lo manipula, y esto significa: el plano es fundamental, el plano en sí, sin idea agregada, sin querer transmitir nada que no sea lo que el plano dice. efectivamente, en A. no hay guión, no hay historias propiamente dicha; las débiles tramas son el soporte para fundar la mirada de la cámara, si hay historia, es en la imagen, en cada imagen, así, en liverpool, el sujeto come, folla, viaja, se desmaya, dice cuatro tonterías y desaparece. el sujeto entra al plano, la cámara nunca lo sigue (no está al servicio de la historia posible de esa persona), y de hecho, al final, el sujeto se marcha y la cámara se queda y sigue filmando la vida desolada de esa comunidad, por lo tanto, la historia no importa nada, a no ser que uno se la monte en su cabeza, y si lo hace, lo hará a través de lo que la cámara nos muestra, nada más. no hay en A. la tentación de usufructuar la grandiosidad del paisaje, este opera como una materialidad que constituye a los personajes en ese ámbito (como diría heidegger, los muestra como no teniendo mundo, sólo hábitat). esta reducción última, donde lo emocional se intuye pero no surge, refuerza la condición casi de mamíferos de los protagonistas, de los que no sabemos nada, de modo que filmarlos es simplemente filmarlos, pero no al modo documental, sino jugando con los espacios que la misma filmación crea, con la ambigüedad de la "historia", la cámara crea y devora la situación, y así y todo, hay un vacío, y A. diría que ese vacío no lo cubrirá el cine, que nos puede emocionar, aburrir, alegrar, etc., pero que nunca llenará el vacío que impulsa la creación: el cine de A. da cuenta de ese vacío y, así, de los límites del cine mismo cuando lo único que quiere contar es que su contar tiene un límite, y que ese límite es infranqueable.
bueno, además de eso, te sugiero la trilogía de A. previa a Liverpool: La libertad, Los muertos y Fantasma (en ese orden).
como oposición feroz y magnífica al cine de alonso, te sugiero historias extraordinarias, de llinás, lo mismo pero al revés.
un abrazo.
p.s.: me gusta mucho sokurov.
Hugo

jueves, 19 de noviembre de 2009

El hombre que sabía demasiado

Mi viaje a Valencia para presentar Conozco un atajo que te llevará al infierno, el libro de Pepe Cervera que hemos publicado hace muy poco, ha resultado iniciático después de todo. Y bien que le conviene a la obra que haya sido así, ahora que lo pienso, aunque mirásemos después del acto, eso sí, para el lado contrario, para el celeste, nada de infiernos. Ha habido ya, como es lógico, muchos viajes con el mismo propósito, pero ninguno ha estado envuelto en la mistérica naturaleza de éste de ahora. De modo que he podido saber allí por la boca misma del propio difunto que Vicente Gallego ha muerto. Un notición me llevo a Málaga y cosas así dije medio en broma, pero como creo que no podía oírme porque ya no existía, no sé si se percató del jubiloso asombro que también contenían mis comentarios. Asombro y júbilo, así es. Y no sólo por esa afirmación, que podría parecer algo tenebrosa pero que no lo era o que podría, por otro lado, inducir con facilidad a pensar que hablaba en metáforas, que se refería, por ejemplo, a su obra o a su existir convencional, nada de eso. No sólo por ella así a secas, sino por lo que añadiría después el finado respecto a que su ser había abandonado el lugar donde se encuentra la ensimismada consciencia del individuo Vicente Gallego para convertirse en pura energía colectiva homologable con esa otra energía superior que conforma el universo entero, de tal manera que Vicente Gallego, insistió, ya no existía, había muerto, por tanto, y en su lugar podíamos ver, si quisiéramos, la pura materialidad inmaterial de la que participan todos y cada uno de los elementos (aire, piedra, etc., incluido por supuesto el ser humano) de lo que conocemos, tal vez erróneamente, apostilló, como creación (eso dijo, o vino a decir, no sé). Concluyó afirmando, y de ahí sobre todo mi júbilo, que por esto mismo no le teme, no puede temer a la muerte, puesto que ya le ha acaecido. Yo quise saber por qué vía había llegado a semejante conclusión. Aludí a los gnósticos, a los místicos, a Madame Blavastki, qué sé yo, pero sólo repetía como un mantra tibetano, negando cualquier implicación de la fe, que no era de metafísica ni de teología de lo que hablaba, sólo de consciencia, de certezas adquirida a través de la razón. El asunto desde luego no es baladí, y lo del miedo a la muerte a mí, lo confieso, me sobrecogió. Quizás más porque estaba, estoy, muy sensibilizado con este tema después de haber terminado apenas de leer Ruido de fondo, el fabuloso tratado de Don de Lillo sobre tan peliaguda cuestión. Hubo un momento en que vi a Vicente Gallego, o a lo que a mí me parecía Vicente Gallego, coger un comprimido de una cajita y no pude evitar acordarme del Dylar, ese medicamento experimental que pretende actuar sobre la zona del cerebro donde se cobija nuestro ancestral miedo a la muerte para reprimirlo hasta su extinción. Es glorioso, pensé, este hombre que tengo frente a mí tiene a su vez el secreto para conseguir aniquilar esa idea que a nosotros nos atormenta de un modo tan monstruoso, sismográficamente. Si ha logrado sortearla mediante ese procedimiento racional que defiende, pensé también, si no le afecta en lo más mínimo ya, si no miente, y Vicente Gallego, o lo que yo conocía como Vicente Gallego, no es desde luego un charlatán, no hay más que introducir su nombre en un buscador para saber de quién estamos hablando, si no miente, digo, es que ha llegado, por un camino, eso sí, por el cual a mí al menos se me hace difícil transitar, a saber tal vez demasiado. No pude por ello evitar tampoco entonces sentir algo de envidia de aquel cadáver.
La presentación que hizo del libro de Pepe, previa, claro, al viático que se nos administró, fue estupenda. Puede echarle un ojo aquí el lector interesado. Yo tenía verdadero interés en leerla después del notición que estoy contando, lo de la muerte de Vicente Gallego, etc., por si pudiera sugerir algo de lo que escuché después, pero para mi sorpresa nada hay en ella que haga intuir siquiera esa iniciática sabiduría. Ni leyéndola hacia atrás. De lo más mundana resulta, de aquí, de esta tierra, certera, aprehensible y brillante, incluso algo canalla, como a mí me gusta, dicho sea de paso y como prevención para posibles confusiones...

sábado, 14 de noviembre de 2009

Alemania, año cero

Es curioso cómo a veces el comentario elogioso de una obra por parte de alguien acreditado puede causar un efecto contrario al que se pretende. Quizás la calificación de “obra maestra” para un libro, dicho así como de paso (y, pensamos después, con cierto interés comercial) pueda provocar unas expectativas que desgraciadamente en muchos casos son luego difíciles de homologar en la lectura. Eso es tal vez lo que me ha pasado a mí con Borchert, de quien no tenía ni la más remota idea hasta que Dorotea propuso su lectura, tengo que decir. Desde luego, el compromiso moral de este autor con el padecimiento y el dolor provocados por la guerra resulta irreprochable, pero no puedo dejar de pensar que su literatura, digo su literatura, no su intención, adolece de cierta inocencia constructiva, de cierta gazmoñería, si me lo permitís, tal vez producto de su corta edad. Porque desgraciadamente, aunque muerto muy joven como Rimbaud, no podemos afirmar que estamos ante un genio semejante, vamos, no sé si alguien lo duda. Y pensamos así cuando da existencia carnal, por ejemplo, en “Billbrook”, a la farola o a la cabina telefónica; o cuando dice cosas como “convertir la noche en noche”; o cuando trae a dios a escena en una especie de auto-sacramental calderoniano algo precipitado que no ha intuido siquiera a Artaud ni a Brecht; o cuando observamos esa insistencia suya en calificar tres y cuatro veces la cosa como queriendo aprehenderla por completo, sin conseguirlo, según creo, o repitiendo cláusulas con intención obsesiva, (prefigurando a Bernhard, según dicen algunos, aunque yo, claro, no lo crea del todo, y sin querer afirmar con esto que Bernhard surgió de la nada), que no logra el efecto buscado y provocando, en mi caso, que considere que quiere decir mucho, quiere decirlo todo, vamos, y no puede. Lo que quiere decir, según creo, y con todos mis respetos, lo que dice y lo que no consigue decir, ya lo “decía” mucho mejor Beckett sin decirlo. Bueno, y todo ello a pesar, repito, de su incuestionable propuesta ética. Pero debemos saber ya a estas alturas que la literatura no se hace con buenas intenciones.
De todas formas, esto no quiere decir que no merezca la pena esta lectura, ni mucho menos. Hay aquí relatos de alto interés, como por ejemplo el citado “Billbrook”, o “El pan”, una minimalista descripción de la piedad amorosa que vale, precisamente, por lo que no dice, o “Pues claro que las ratas duermen de noche”, o el gracioso y enternecedor “Shishifo”. Los lisiados, los enajenados, los cornudos y los mutilados, los vivos, las vivas y los muertos, harán también las delicias de los que se inclinen de algún modo hacia lo gore, aunque atemperado, no vayan a creer… Una grotesca parada de monstruos producto después de todo de nuestra monstruosa humanidad.

Borchert es un claro ejemplo de la literatura alemana de posguerra, a la que se etiquetó como “literatura de los escombros”. A este tipo de literatura pertenecen también Heinrich Böll, su máximo exponente tal vez, y del que todos seguro habréis leído su inolvidable Opiniones de un payaso, Hans Magnus Enzensberger o Gunter Grass. Tal vez demasiado grandes, no sé, todos estos, si los ponemos al lado de Borchert, que fue lectura obligada, según parece, en las escuelas alemanas durante mucho tiempo, aunque hoy ya no disfruta de esa preeminencia, a mi modo de ver, literariamente injustificable. Otras razones había, y es una cuestión de envergadura considerar la imagen que de sí misma quería tener Alemania.
Para que nos hagamos una idea de lo que se cuece en esta actitud literaria, no sé si grupo o generación, tal vez nuestra teutona pueda aclararlo, debemos tener presentes las imágenes de Alemania, año cero, de Roberto Rosellini, o las de Europa, de mi muy admiradísimo Lars von Triers, o las de El tercer hombre, también, de Carol Reed (con Joseph Cotten de malo y Orson Welles de bueno, o al revés), aunque un poco (un mucho) más lúdicamente que en las anteriores.

Y después de esto, pienso que tampoco estaría mal echarle un ojo a Ernst Jünger, aunque anterior, tal vez el cínico y autocomplaciente antagonista de nuestro amigo Wolfgang.

En fin, me lo pedía el cuerpo. Y ahora ya, excusadme.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Bajo este sol tremendo

Si, como parece, la narrativa actual, aunque menos ya, tiene una de sus señas de identidad en hacer que el personaje, los personajes actúen y se descubran y evolucionen en su papel al margen de más o menos omniscientes descripciones más o menos detalladas, más o menos sicológicas, físicas, situacionales, etc., etc., yo creo que Bajo este sol tremendo, el libro del argentino Carlos Busqued, podría muy bien usarse entonces como su ejemplo paradigmático. Sugerir, entonces, más que acotar, sustraer paradójicamente en un género que tal vez se haya caracterizado a menudo por lo contrario, solapar, difuminar si se quiere, los caracteres y acontecimientos, en cierto modo, serían algunas de las claves de su propuesta, las mismas, por cierto, no está de más recordarlo, con que la poesía lleva trabajando desde hace tanto (y sin intentar con esto que digo establecer prelación, ascendencia o descendencia alguna, sólo señalar el planteamiento que pudiera desarrollarse ahora por esta razón en ambos lados, hacerse común). Desde luego, este procedimiento, este propósito de aposentar sin más a esos personajes en el asfixiante escenario escogido para la novela (no de demostrarnos, no de convencernos de nada que a ellos, o al propio autor, dicho sea de paso, concierna) está usado aquí con una voluntad, una fruición y, sobre todo, con una eficacia poco o nada comunes. Así, no sólo puede que no nos enteremos de por qué actúa Cetarti del modo absolutamente indolente en que lo hace, de si aprecia, por ejemplo, a su progenitora, o admira tal vez a su hermano, ambos familiares muertos no se sabe muy bien cómo o por qué; de que tampoco nos hagamos una idea cierta al respecto de si Duarte es de veras un desalmado peligroso o un matoncillo del tres al cuarto; de si Danielito distingue o no la realidad en la que se encuentra de los recurrentes sueños que le atormentan (o no), de si el histerismo de su madre lo provoca él mismo o la hostilidad de la existencia, así, en general. Nada de eso se nos resuelve. Incluso respecto al personaje de Danielito, de segunda fila en la narración, se permite el autor jugar gozosamente con nuestras expectativas cuando después de haber ensayado nosotros, inocentes lectores, una posible apariencia física suya, en una frase, al final, como de paso, nos lo muestra de reojo en su apariencia real y lo atrapamos y nos la aplasta el autor. Sin contemplaciones. Y sin opciones, desde luego, para pensar que hemos caído en la trampita preparada por un profesional del ramo, tipo Claudel o similar, puesto que no nos resuelve nada tampoco.
Aquí, pues, sólo hay una jungla poblada por una fauna monstruosa a la que todos los personajes pertenecen sin ser ni una cosa ni otra, ni mejores ni peores. Respirando sólo tal vez, y no muy bien. Una jungla por la que se pasean delante de nosotros, o, mejor, junto a nosotros, cucarachas gigantes, escarabajos venenosos, escorpiones gigantes (del telúrico), peces prehistóricos haciendo compañía a los humanos, elefantes asesinos, cebús enloquecidos, dogos enloquecidos también, serpientes gigantescas, insectos de todo pelaje muertos, resecos y amontonados. Y vemos obsesivamente pasar una y otra vez por esta ciénaga la sombra de la estrella indiscutible de la creación, al Architeutis dux, al calamar gigante que habita amenazadoramente en los abismos oceánicos, mientras alguno de los personajes, en la superficie, monta maquetas de aviones, fuma marihuana hasta la extenuación o alimenta o seda, según el caso, al secuestrado de la habitación contigua. Mientras se comenta con detalle alguna peli de porno duro o resuenan de fondo, en el televisor siempre encendido, las narraciones de Animals Planet, Discovery Channel o, en algún canal católico, se cuenta la historia de un cura italiano que tenía estigmas y hacía predicciones apocalípticas… Comprenderán que no se respire en este ambiente con facilidad…
Y entonces, se preguntará algún discapacitado que todavía no se ha dado cuenta, qué es lo que quiere contarnos el autor (con la aridez lingüística del mejor McCarthy o el más asombroso desapego carvertiano o con la ironía y desvergüenza de unos hermanos Cohen en estado de gracia), pues que este mundo es una mierda, dicho de una vez y claramente. Absténganse pues de esta lectura todos aquellos delicados espíritus que aún queden por ahí pensado quizás lo contrario.

Por cierto, este libro fue finalista del Premio Herralde de narrativa del año pasado. Buen tino dicen que tiene este certamen. Y tengo que corroborarlo, tras la lectura de este espléndido libro de Busqued. Y a la vista también de que ese mismo galardón lo ha obtenido este año mi amigo Juan Francisco Ferré con su novela Providence, que no me anticipó en lo más mínimo, dicho sea de paso, el muy canalla, y que tendré que comprar, qué remedio…

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Muy pronto con Naranjito

La lucidez de Ayala

Uf, casi se está convirtiendo este no-lugar en panteón, en necrópolis, en una, insignificante, en cualquier caso, enciclopedia de los muertos (qué más quisiera yo que rozar siquiera a nuestro admirado Danilo Kis). Pero aun a riesgo de ello, no me resisto a dejar mi pequeño homenaje a Francisco Ayala, el hasta hoy mismo decano de los escritores del reino y más allá. Y no está mal, no, reflexionar al respecto de lo que dice aquí haciendo eco a la propuesta de una posible relación entre Galdós y Kafka. Un Kafka garbanzero, un Galdós kafkiano. Ummm, sugerente...

"Una ojeada panorámica a la producción galdosiana nos persuadirá de que, en efecto, la realidad es a sus ojos algo más de lo que los ojos mismos pueden ver, y aun de que en ese plus está para él lo esencial. Quienes a partir del 98 menospreciaron a nuestro escritor acusándolo de vulgaridad y mofándose de su espíritu a ras de tierra, o quienes hoy todavía aceptan sin revisarlo semejante juicio, encontrarán ocasión de sorpresa, quizás de escándalo, en el hecho de que un crítico como Ricardo Gullón, haya comparado cierta novela de Galdós, Miau, con una obra tan nada realista como El castillo, de Kafka. El estudio de Gullón -quien por lo demás no ha sido el primero en juntar y parear a ambos escritores, antípodas, al parecer, de la invención lieraria-, resulta, sin embargo, no arbitrario, no arriesgado, sino muy serio, fundado y convincente. La significación metafísica, que en la obra de Kafka es por demás obvia, inequívoca, se encontraba incorporada en la novela de Galdós con trazo y desarrollo igualmente seguro en el fondo; pero, en cambio, bajo las formas ambiguas a que sólo el gran poeta alcanza, y por cuya virtud su palabra se dirige a los espíritus refinados, como Kafka lo hace, sin dejar por eso de hablar a los simples, quienes también tienen su alma en su almario y su manera de entender la vida.
Si en el concepto de un realista tan caracterizado como Galdós la realidad no se reduce a aquella objetividad que nos garantizan los datos controlados de la experiencia sensible, o sea, la "realidad de la naturaleza" (o, con tautología, la realidad de las cosas), sino que acepta también la realidad del alma, la invención, la fantasía, la máscara grotesca, etc.; en suma, la totalidad de la experiencia humana sin excluir, ni mucho menos, la de los sueños, sobre la cual vendría luego el surrealisme a apoyarse, tendremos que llegar a la conclusión de que nos falta base firme para distinguir entre la realidad y lo que no lo sea, y, por tanto, para marcar los contornos de un supuesto arte realista."

Lo de Kafka y Galdós quizás no parezca, en efecto, he ahí la gracia y el motivo para nuestra reflexión, tan obvio como nos pueda parecer la duda en torno a la realidad real, etc. Pero hoy nos lo parece, cuando está ya más que asumida esa cuestión de lo resbaladizo del concepto. Tal vez no lo fuera tanto en 1958 cuando lo escribió el maestro, tal vez no, sí, tal vez no...