Mi viaje a Valencia para presentar Conozco un atajo que te llevará al infierno, el libro de Pepe Cervera que hemos publicado hace muy poco, ha resultado iniciático después de todo. Y bien que le conviene a la obra que haya sido así, ahora que lo pienso, aunque mirásemos después del acto, eso sí, para el lado contrario, para el celeste, nada de infiernos. Ha habido ya, como es lógico, muchos viajes con el mismo propósito, pero ninguno ha estado envuelto en la mistérica naturaleza de éste de ahora. De modo que he podido saber allí por la boca misma del propio difunto que Vicente Gallego ha muerto. Un notición me llevo a Málaga y cosas así dije medio en broma, pero como creo que no podía oírme porque ya no existía, no sé si se percató del jubiloso asombro que también contenían mis comentarios. Asombro y júbilo, así es. Y no sólo por esa afirmación, que podría parecer algo tenebrosa pero que no lo era o que podría, por otro lado, inducir con facilidad a pensar que hablaba en metáforas, que se refería, por ejemplo, a su obra o a su existir convencional, nada de eso. No sólo por ella así a secas, sino por lo que añadiría después el finado respecto a que su ser había abandonado el lugar donde se encuentra la ensimismada consciencia del individuo Vicente Gallego para convertirse en pura energía colectiva homologable con esa otra energía superior que conforma el universo entero, de tal manera que Vicente Gallego, insistió, ya no existía, había muerto, por tanto, y en su lugar podíamos ver, si quisiéramos, la pura materialidad inmaterial de la que participan todos y cada uno de los elementos (aire, piedra, etc., incluido por supuesto el ser humano) de lo que conocemos, tal vez erróneamente, apostilló, como creación (eso dijo, o vino a decir, no sé). Concluyó afirmando, y de ahí sobre todo mi júbilo, que por esto mismo no le teme, no puede temer a la muerte, puesto que ya le ha acaecido. Yo quise saber por qué vía había llegado a semejante conclusión. Aludí a los gnósticos, a los místicos, a Madame Blavastki, qué sé yo, pero sólo repetía como un mantra tibetano, negando cualquier implicación de la fe, que no era de metafísica ni de teología de lo que hablaba, sólo de consciencia, de certezas adquirida a través de la razón. El asunto desde luego no es baladí, y lo del miedo a la muerte a mí, lo confieso, me sobrecogió. Quizás más porque estaba, estoy, muy sensibilizado con este tema después de haber terminado apenas de leer Ruido de fondo, el fabuloso tratado de Don de Lillo sobre tan peliaguda cuestión. Hubo un momento en que vi a Vicente Gallego, o a lo que a mí me parecía Vicente Gallego, coger un comprimido de una cajita y no pude evitar acordarme del Dylar, ese medicamento experimental que pretende actuar sobre la zona del cerebro donde se cobija nuestro ancestral miedo a la muerte para reprimirlo hasta su extinción. Es glorioso, pensé, este hombre que tengo frente a mí tiene a su vez el secreto para conseguir aniquilar esa idea que a nosotros nos atormenta de un modo tan monstruoso, sismográficamente. Si ha logrado sortearla mediante ese procedimiento racional que defiende, pensé también, si no le afecta en lo más mínimo ya, si no miente, y Vicente Gallego, o lo que yo conocía como Vicente Gallego, no es desde luego un charlatán, no hay más que introducir su nombre en un buscador para saber de quién estamos hablando, si no miente, digo, es que ha llegado, por un camino, eso sí, por el cual a mí al menos se me hace difícil transitar, a saber tal vez demasiado. No pude por ello evitar tampoco entonces sentir algo de envidia de aquel cadáver.
La presentación que hizo del libro de Pepe, previa, claro, al viático que se nos administró, fue estupenda. Puede echarle un ojo aquí el lector interesado. Yo tenía verdadero interés en leerla después del notición que estoy contando, lo de la muerte de Vicente Gallego, etc., por si pudiera sugerir algo de lo que escuché después, pero para mi sorpresa nada hay en ella que haga intuir siquiera esa iniciática sabiduría. Ni leyéndola hacia atrás. De lo más mundana resulta, de aquí, de esta tierra, certera, aprehensible y brillante, incluso algo canalla, como a mí me gusta, dicho sea de paso y como prevención para posibles confusiones...
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