Ayer viajé al extranjero en Málaga. Estuve un ratito en un país desconocido a diez minutos del centro. Hacía frío, es verdad. Pero lo hacían imperceptible unos músicos estupendos con sus ritmos caribeños. Había variedad de lenguas a mi alrededor. Había jovencitas rubias y adorables y camareros inusualmente uniformados, inusualmente amables. El grupo que actuaba era de música reggae. El reggae es una música muy emocional. Sonaban muy bien los temas propios, y casi mejor los que no lo eran. Todos coreamos Could you be loved o One love, por supuesto. De veras que tuve la sensación de estar en otro país. Todo tan ajeno y tan deseable a la vez. Tan fuera de lugar, tan anacrónica esa música reggae de Bob Marley que tanto nos hizo movernos, agitarnos cadenciosamente con los brazos abiertos en aquellos días. Recordé un documental sobre el músico jamaicano que vi no hace mucho en Canal+. Por él supe que los últimos meses de su vida antes de que el cáncer lo arrasara, los pasó en una clínica en las gélidas montañas alemanas. No salieron fotos de Marley en ese trance. Contaba el narrador que llevó francamente mal la pérdida de sus rastas por la terapia contra el cáncer y no se dejó fotografiar. Yo no dejaba de imaginarme lo estrafalario de aquel personaje tocado con su gorro multicolor y con sus exhuberantes atuendos en medio del sobrecogedor blanco alpino inmaculado. Otra incongruencia más de la vida, pensaba, mientras sonreía.
Recordé también la novela de mi amigo Rafael Soler que acaba de ser reeditada después de treinta años de su publicacion. El corazón del lobo, se titula. Es una novela extranjera igualmente, otra incongruencia de nuestro sistema literario. La historia que cuenta la novela no es nada del otro mundo. Pero su fiereza narrativa es sobrecogedora. Le escribí un correo electrónico agradeciéndole su envío. Le dije:
Mil gracias por el envío de tu libro. Recibirlo fue una sorpresa agradabilísima, te lo puedo asegurar. Y perdona que no te haya acusado recibo antes, pero es que pensé que era mejor leerlo primero para que no sonará demasiado hueco el agradecimiento. Lo he hecho, por supuesto, y te puedo decir que me ha sorprendido grata, muy gratamente su arriesgada expresividad y su fortaleza narrativa. No sé, pienso que tal vez responda tu obra a un determinado momento en el que era necesaria la exploración de nuevos caminos literarios, tan adormecidos entonces, ¿no? Pues fíjate tú, ahora estamos igual o peor, con lo cual no puede ser más pertinente su reedición, a ver si con libros como estos se logra sacudir tanto polvo acumulado y tanto autor melifluo. Lo más que se me ocurre decirte es que la novela tiene una personalidad apabullante, Rafael. Y eso a pesar de que la historia no sea un hallazgo. Después de todo, los fracasos personales y las decepciones están a la orden del día. Pero tú confirmas gloriosamente (no es coña, ¿eh? :-) una vez más que no hay historias menores, sino modos de contarlas. Me considero afortunado de haber podido leer tu novela. Probablemente vendas dos ejemplares, cuatro como máximo, jejeje, pero la Literatura es esto que tú prácticas, no debemos hacer más consideraciones.
La verdad es que gratifican enormemente estas excursiones a espacios exteriores. Vuelve uno a su rutina (ay, siempre), pero mucho más ligero sin duda... En cualquier caso, también gratifica saber que hay otros mundos, pero... en fin, ya sabéis...
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