domingo, 18 de diciembre de 2011
Rafael León
El gran problema que tengo es que ahora que se ha muerto Rafael León no voy a poder ya definitivamente preguntarle qué es lo que dice la dedicatoria de su libro de poemas Voz propia, pues no la entiendo muy bien. Es lo que pasa con algunas dedicatorias. Yo creo que dice tal vez algo así como "esta voz de una momia resucitada", y reconozco su inmensa ironía y su puntito de falsa modestia en la autorreferencia. Pero no estoy seguro, de verdad, porque la "a" del posible artículo "una" parece más bien una tachadura, "momia" está cortada y el guión de corte está debajo de la "o", con lo cual despista, y luego hay una coma después de "Torres" que cae justo encima de esa posible "mo" solitaria que hace que la sílaba pueda interpretarse en realidad como "mío". Pero entonces no tiene sentido la dedicatoria. Bueno, tampoco tiene sentido que Rafael se haya muerto y sin embargo es así.
Tampoco podré ya consultarle cualquier duda tipográfica que me asaltara mientras preparaba algún libro, no sé, si las páginas de final de capítulo se numeran o no, o si los epígrafes van en redonda y las dedicatorias en cursiva o al revés. O si el guión de cierre es necesario antes de un punto y seguido o de un punto y aparte. O si las llamadas de las notas van antes o después del signo de puntuación. Él mantenía que antes, pero nunca le hice caso ahí. A mí me parecía mucho más razonable la postura de Martínez de Sousa que dice que la llamada no forma parte del texto y que por lo tanto no debe englobarse en él. Discutíamos por eso. Como discutíamos, bueno, más bien, disertaba, una tarde entera, sobre si Pablo de Tarso se cayó en realidad del caballo o no cuando tuvo aquella revelación, que parece que no, que es una imagen apócrifa que en las escrituras canónicas no se recoje. Él lo sabía, como sabía otras muchas, muchísimas cosas absolutamente inútiles y extravagantes y que te levantan el ánimo precisamente por eso, por su inutilidad y su extravagancia. Pensad si no es extravagante dedicarle casi mil páginas en sus dos tomos publicados y muchas más inéditas a una cosa tan insignificante como el papel. Sí, Rafael era un extravagante, y un soberbio y un engreído que en su soberbia y engreimiento decidió apartarse del mundo por no soportar sus memeces, tenías que ir a verlo a su casa y allí tal vez te invitara a una cachimba y te explicara detalladamente de dónde viene ese raro artilugio y la forma correcta de utilizarlo según tal o según cual, mientras María Victoria servía unos cubatas de ron o unos vasos de vino peleón con taquitos de queso y almendras, tanto daba. Y si quedabas con antelación tal vez podría preparar unos barreños llenos de trapos viejos desechos y unos moldes caseros y hacerte allí mismo unos pliegos de papel que luego guardarías como un pequeño tesoro.
Yo lo traté mucho, y lo adoraba, era una gozada oírlo hablar de las locuras de Dámaso Alonso o de Octavia (perdón, Octavio) Paz, Juan Ramón o Jorge Guillén, que se vino a Málaga para estar cerquita de sus amigos, de Rafael y de María Victoria, ahí es nada. O sobre los orígenes de la imprenta y su difusión. A mí, porque por razones obvias me interesaba el tema, llego a regalarme un día una regia edición en dos tomos de La imprenta, origen y evolución, de Augusto Jurado, una rareza publicada por la editorial Capta a todo color y en papel estucado de 220 gramos. La tengo ahora aquí al lado y no dejo de asombrarme de la generosidad de un obsequio tan opulento. Así era también Rafael, no sólo extravagante, sino generoso a veces hasta hacerte sonrojar. Ahora que se ha muerto no sé a quién voy a poder preguntarle tantas dudas como tengo todavía. Algunos quedan aún, pero muy pocos, demasiado pocos, no mucha más gente a la que admirar y seguir y cuidar como a un verdadero maestro. Él para mí lo era en grado superlativo. Rafael, si me escuchas, que sepas que eres un cabrón, mira que morirte y dejarnos con este desamparo...
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4 comentarios:
Querido Paco:
el pasado día 14, sí, justo el día anterior el día anterior a la muerte de Rafael León, asistí, togado y todo, al acto de investidura (¿se dice así?) de María Victoria Atencia como doctora honoris causa por la UMA. Asistí como obligado,
conocía de nombre, pero poco más a la poetisa, bueno poeta. Así que haciendo una excepción a mi tendencia a huir de este tipo de actos formales allí estuve como uno más.
En el acto hubo de todo, cosas que me gustaron más y cosas que me gustaron menos, como el pseudopoético del discurso de la rectora (y es que las cristaleras de la biblioteca general
nunca me han conmovido, si acaso podría haber hablado de los maravillosos atardeceres desde Teatinos). Pero si hubo algo que
me ímpresionó fue la noble estampa de María Victoria Atencia. Irradiaba una autenticidad y una nobleza que sobresalían por encima de la mediocridad dominante. Brilló en la que, según
sus allegado, era su noche. En su discurso todo fueron halagos, salvo una queja: debería ser Rafael quien estuviera allí.
Al día siguiente llegué temprano a la facultad y lo primero que oí fue que Rafael León había muerto. Decían que había esperado hasta ese momento para no chafar el día de María
Victoria.
Dos días antes hablé yo con María Victoria sobre el acto, Ignacio, al que no pude asistir porque tenía esa misma tarde una presentación en la Librería Luces. Le pregunté por Rafael, claro, y me dijo que estaba muy malito. Yo no lo sabía, llevaba al parecer varios meses muy jodido, los mismos que llevaba yo sin hablar con él. Fíjate tú que la llamada de María Victoria me sonó a anuncio terrible, pero no fue así en ese momento. Era para lo del acto de la Universidad y respiré aliviado. Dos días después me llamaron a medianoche para anunciarme que, en efecto, Rafael León había muerto. Para mí es una gran pérdida, te lo aseguro.
Preciosa entrada, querido Paco. Un fuerte abrazo
Gracias, Jose. Tú lo conociste también, así que sabes perfectamente a qué me refiero. Abrazos.
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