Esta semana pasada ha tenido lugar la I Semana de la Poesía en Málaga. Un poco al rebufo del Festival Internacional de Poesía de Granada, es cierto, pero demostrando personalidad suficiente como para constituirse próximamente, tal vez, en genuina iniciativa. Veremos, en cualquier caso. El germen puede que haya sido ahora aprovechar la presencia en Granada de al menos dos de las voces poéticas más relevantes del panorama internacional de la poesía contemporánea y construir en torno suyo el resto del certamen. No es poco, sin embargo, pues la relevancia de Mark Strand y Adonis, precisamente, los cuales han leído sus versos en el maravilloso jardín del Museo Picasso acompañados de los paisanos Luis Muñoz y Raquel Lanseros, lo hace merecedor de todo el apoyo que le podamos dar. Estas dos lecturas supongo que han sido la columna vertebral del evento. Yo no fui a ninguna de ellas, pero la propuesta era altamente atractiva, desde luego. Sí lo hice el martes. También en el jardín del Museo se celebró la lectura de Olvido García Valdés y de Aurora Luque. Quería saludar a Olvido, sobre todo, y me apetecía escuchar a Aurora. Aparte de que le tengo gran aprecio, Olvido es quizás la voz poética más solida, de mayor alcance y más delicada a la vez de la poesía española actual. Caza nocturna, Ella los pájaros o Y todos estábamos vivos, por el que recibió el Premio Nacional de Poesía en 2007, son libros todos ellos memorables donde se pone de manifiesto a través de la más absoluta materialidad el sentido trascendente de todo lo que nos rodea. Los recomiendo desde aquí enérgicamente. Olvido hizo una pequeña exposición muy clara y muy precisa de su poética y leyó poemas de su recientísimo último libro Lo solo del animal. Su voz sosegada resultó hipnotizante. Y el lugar en el que nos encontrábamos se alió con ella de un modo excepcional. El susurro de la fuente, los cuartos y las medias de la campana de San Agustín y el graznido de los vencejos que revoloteaban provocaron incluso que detuviera su lectura para que todos los que estábamos allí pudiéramos reconocernos en un estado de beneficiosa singularidad emocional, de indiscutible energía poética. Así fue, deben creerme.
Vino luego la lectura de Aurora. Aurora ha escrito libros estupendos y se ha ganado una justa fama con su remix de clásicos actualizados por la sensibilidad moderna que lleva a cabo en ellos como genuina seña de identidad. Pero no iban en esa reconocible línea suya, no al menos de una manera tan evidente. Leyó poemas inéditos de un nuevo libro que estaba preparando. Crónicas de viajes, dijo, sin excesivo vuelo. Así se percibieron en efecto, faltos de fuerza y deudores en exceso de su narratividad y su intención de conectar con cualquier cosa que fuera la más rabiosa actualidad, tal vez con un no demasiado conveniente aire de realismo sucio. Terminó leyendo textos de autores clásicos que está traduciendo para una antología de poemas gastronómicos que saldrá próximamente en la editorial Acantilado, dejó bien clarito el sitio, eso sí, pero resultaron algo decepcionantes igualmente. Antes, también Aurora había callado cuando las campanas aledañas anunciaron la hora en punto, por una simple cuestión de fuerza esta vez, menos sutil, solo porque hubiera fallado cualquier intento de sobreponer su voz a tanta energía musical, quién sabe si sería quizás lo que le convenía a sus poemas...
Después de este acto se celebraba otra lectura de poetas jóvenes en la terraza del Hotel Molina Lario. No tenía previsto ir, pero decidí acercarme, imbuido ya irremediablemente del todo por los cantos órficos que había escuchado hasta entonces. El ambiente ahí era mucho más informal. María Eloy García, que ejerció en ambos casos de introductora, certificó la impresión al dar paso de forma un tanto alocada a cada uno de los poetas participantes. Tres, Jacinto Pariente, Carmen Camacho y Sofía Rhei. Muy jovencitos los tres, muy interactivos y muy graciosetes, pero faltos de, disculpadme, verdadero calado poético. Todos los textos que se leyeron me resultaron insulsos, me cachis. Algún destello hubo, claro, algún brillo en alguno de los versos que escuché, pero resultaba escasa la cosecha en cualquier caso, me dije, para el rato largo en que permanecí escuchándolos, hasta el final, por aquello de a ver, a ver si... Pero poco finalmente. El lenguaje absolutamente denotativo de los enanitos del bosque de Pariente, las cocinas y los lavabos de Camacho y el azar de Rhei me dejaron indiferente. Rhei regaló un poema y nos dio un cartón de bingo para sortear un libro y leer el poema que correspondiera al número que saliese del bombo. Estaba muy interesada en el azar, dijo. A mí no me tocó el libro, no me quejo. Y el poema que me deparó el azar es el siguiente:
Los ojos del ciervo
Él penso que los ojos del ciervo eran los más
hermosos que nunca había visto, y los deseó para sí,
creyendo que todas las mujeres caerían a sus pies.
Al día siguiente, desperto con los ojos del ciervo, y
huyó aterrado de sus compañeros de caza.
(inédito)
De más a menos fue la cosa, pues, a mucho menos.
Tengo que decir, sin embargo, que buscando por internet a estos tres poetas jóvenes he encontrado en sus blogs altas dosis de creatividad, me han interesado mucho, los trabajos e iniciativas que emprenden Carmen Camacho y Sofía Rhei, sobre todo, bastante más de lo que pudiera haber imaginado tras escucharlas la otra noche. Echad un vistazo aquí y aquí, veréis que imaginación no les falta. No sé, quizás esa poesía otra que pretendemos todos pase por ellas, quién sabe... Offerre beneficium dubium.
martes, 15 de mayo de 2012
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