Después de bastantes años, hoy, y ayer también, he podido leer en el trabajo de tan ocioso como estaba. Antes, hace mucho, lo hacía a menudo, muy a menudo, la verdad, para que nos vamos a engañar. Parte de mi carrera universitaria la resolví, así, en mis horas remuneradas, las cuales arrebataba placentera, muy placenteramente, al patrón, al mismo, ay, siempre. Hoy he sentido de nuevo ese mismo placer, algo insólito que creí casi perdido ya de tanto como han cambiado, hemos cambiado, ahí fines y actitudes.
No tengo acceso libre a internet en el trabajo, pero curioseando en algunos sitios en los que sí nos deja estar el patrón, he encontrado un enlace a la página de la R.A.E. y ahí, entre otras noticias de la Casa, todos los discursos de toma de posesión de los nuevos académicos desde el año 2001. Bueno, son todos algo relamidos, muy redichos y ampulosos en ocasiones, pero podemos encontrar joyitas entre tanta retórica y, de paso, tomar nota para cuando la ocasión se nos presente. Ayer leí el de Álvaro Pombo, un plomazo. Hoy el de José María Merino, genial. Leyendo éste último no he podido sustraerme al recuerdo de todos esos amigos y amigas que sé que van de escuela en escuela de escritores para aprender tal vez cómo hilar unas muchas veces infames líneas con su correspondiente sentido literario. Una lección gratis para mejorarlas, seguro, nos da José María Merino aquí. Se lo recomiendo por ello a estos vivamente. A los que no la necesiten, tampoco les iría mal echarle un ojo, no, a este relato dentro de un relato dentro de... Disfrutarán, seguro. Al menos eso creo.
viernes, 21 de agosto de 2009
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