Cuando terminé de leer Plataforma tuve la sensación de haberme encontrado con un tipo algo engreído y soberbio, despiadado también a pesar de su cinismo, lúcido, sobre todo, qué duda cabe. Cuando concluí Las partículas elementales se me presentó ese mismo tipo igualmente cínico y descreído, el mismo finísimo analista de las mejores y las peores emociones humanas tanto físicas como psíquicas. Ahora termino La posibilidad de una isla y me encuentro otra vez a ese autor profundamente melancólico al que ya conocía, en efecto, pero mucho más pesimista, mucho menos corrosivo a pesar de todo, mucho más desencantado, trágico incluso. Pero por encima de estas actitudes, he visto ahora a un autor que tal vez haya pretendido superar esa incomunicabilidad de la que se quejaba en 1995, en un artículo incluido en El mundo como supermercado en el que escribía Michelle Houellebecq que "la propensión al desmoronamiento que muestra la creatividad en las artes no es sino otra cara de la imposibilidad, tan contemporánea, de la conversación. Es como si, en la conversación corriente, la expresión directa de un sentimiento, de una emoción o de una idea se hubiera vuelto imposible por ser demasiado vulgar. Todo tiene que pasar por el filtro deformante del humor, un humor que termina girando en el vacío y convirtiéndose en trágica mudez". Hasta quí la cita de Houellebecq. Y esto lo "expresa directamente" ahora Daniel1, el personaje central de esta novela, casi al final, es cierto, lo cual no deja de sugerir cierta reticencia, pero sin dar lugar a malos entendidos: su "relato de vida", esa autobiografía que descubrimos que está leyendo Daniel24 y continúa Daniel25 2.000 años después de haber sido escrita, es pues al cabo la confesión de que su autor cree aún, a pesar de todo, en el amor. Despúes de todo, esa creencia de Daniel1, la nostalgia más bien de esa emoción narrada que es incapaz de experimentar, es la que impulsa a Daniel25 a abandonar por fin su existencia autótrofa, absolutamente ensimismada y sin sentido, únicamente perturbada por algún mensaje electrónico enviado desde algún lugar remoto de la tierra postapocalíptica (lo que nos recuerda en cierto modo al también apocalíptico relato de Ballard "Unidad de cuidados intensivos"), la que le hace salir de su inexpugnable encierro para, aun a riesgo de su vida, intentar encontrarla nuevamente. Misión imposible, he ahí la tragedia. Sólo la relación con su perro Fox (también clonado) se asemejará en algo a esa emoción humana que persigue, he ahí la ironía. ¿Qué le ha pasado a Houellebecq, se ha vuelto un sentimental? Bueno, en el fondo yo creo que nunca ha dejado de serlo, a pesar de esa fachada de cinismo y acidez con la que se venía protegiendo casi siempre. En cualquier caso, aún está lejos de parecerse a Gustavo Martín Garzo, no vayan a creer. Y humor hay aquí, claro está, incluso el protagonista es un humorista de éxito, de mucho éxito, paradójicamente, si tenemos en cuenta que sus montajes se cuentan por burradas cada uno de ellos (un humorista, por cierto, dicho sea de paso, que con el título de uno sólo de estos montajes, aquél de Cómeme la franja de Gaza, demuestra mucho más ingenio y más mala leche que en todas las bromitas juntas que se marca Palahniuk en Snuff, su última novela). Si bien es un humor hastiado, apesadumbrado, y que como Houellebecq decía hace tantos años, desemboca sin remisión en la mudez artística y hasta íntima, existencial en este caso. No obstante este dominante humor "tórrido", nos las vemos también con historias verdaderamente divertidas, hilarantes algunas de ellas, como las "estrategias de marketing", por ejemplo, para promocionar esa nueva religión que acabará por triunfar universalmente o la caracterización que va haciendo de los personajes que forman su cúpula dirigente.Hay en esta novela reflexión inteligente, y mucha provocación, estimulantes puyas a mitos de la literatura y la cultura en general, esas cosas que tan poco se prodigan casi siempre en las obras de ficción que más nos recomiendan... Y si bien el lenguaje lo he notado algo menos elaborado, más despreocupado, puesto al servicio de la narración tal vez, en todo caso, lo cual no es malo en sí mismo, sí resulta de verdad interesante la estructura de la que ha dotado Houellebecq a su novela. Ah, y las escenas de sexo son magníficas, diga lo que diga Germán Gullón. Y el Comentario final bellísimo con toda su desolación. No se lo pierdan.


